domingo, 27 de junio de 2010

La crónica de luto


Ocho minutos de aplausos marcaron el comienzo de la despedida que la Ciudad de México, le dio a su escritor Carlos Monsiváis. Un gran amigo suyo, el flautista Horacio Franco, colocó una bandera gay sobre el féretro. Luego alguien agregó una bandera de México. Y siguieron los símbolos. El cronista implacable, de cuerpo presente, siguió dando de qué hablar y por qué llorar. Quedan sus lectores y lectoras como trece gatos locos, y huérfanos.

Dos banderas sobre el féretro de Carlos Monsiváis, el pensador de las costumbres, el crítico cultural más importante de México y “el único escritor mexicano que la gente reconoce en la calle”. La bandera nacional y la bandera del Arco Iris, juntas. El velatorio es en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad. Su despedida de museo no le hubiera disgustado, porque era coleccionista de todas las historias públicas y privadas; un arqueólogo de la cultura popular y los movimientos sociales. Ningún cambio de época se le pasaba por alto. Le hubiera hecho gracia posar ahora de pasado admirable, delante de las cámaras de televisión. Elena Poniatowska, la gran amiga, se acuerda del deudo más dolido, y se dirige directamente al muerto: “Soy una señora de 78 años, con 10 nietos tras de mí, y quiero decirte que nada en los últimos meses de tu enfermedad me ha conmovido tanto como el amor que te tiene Omar. Su dolor te honra, su entrega es tu trofeo y a mí me hace entender lo que significa la existencia real del amor sin límites”. Así habla la Poniatowska del viudo de Monsiváis, y no se les mueve un pelo a algunos de los políticos presentes, muchos en carrera dentro de un partido de la derecha mal maquillada como el PAN, que tiempo atrás recurrió ante el Tribunal Constitucional para herir de muerte al matrimonio igualitario aprobado el año pasado en el DF.

Dos banderas entrelazadas. Y sí: se ha colado entre los deudos acreditados aquella cría del Orden Establecido, que se hace televisar este 19 de junio de 2010 con todos los recursos gestuales aprendidos, sobre todo el de la fácil circunspección, porque estos funerales del autor de Los rituales del caos, por más que provengan de un homosexual, califican de patrios y no hay que perdérselos. El PAN se pregona “partido de la derecha moderna”. Su modernidad les ha enseñado que la tolerancia es ahora un valor globalizado, y como muestra basta oír a Felipe Calderón, el presidente panista de la República, que respeta a las parejas “formadas por personas del mismo sexo”. Las respeta, sí, pero a la vez certifica que no hay que autorizarles demasiada calidad jurídica, porque, ay, la “constitución habla de mujer y varón para el matrimonio”. La privatización de recursos naturales, pero también la defensa de la familia tradicional, pertenecen al inventario de su ideología que cree superadora de viejos estilos y contenidos. Ahí están ellos los superadores, con la cara dura, simulando un homenaje al maricón que los insultaba como un caballero. Acá en Argentina no tenemos un Monsiváis, que si no, ahí estarían de pie, derechitos, Macri y De Narváez.

Los señores del PAN no quieren pringar su respetabilidad remunerada rozando la otra bandera que cubre el cajón, que es la del orgulloso arco iris. Vaya junta ésa, los colores de México entreverados con la insignia revulsiva de las tortilleras y las jotas. Ni muerto este Monsiváis dejará de poner en aprietos a la Sociedad de la Decencia, que no ha podido convertirlo a la fe de la hipocresía. En medio del debate por el derecho al matrimonio igualitario en el DF, la Monsi, como se reconfiguró su apellido en los registros de bautizos gay, ensayó una invectiva que, a pesar de su firulete mexicano, uno puede comprender de inmediato: “Ah, dioses, cuando oigo hablar de la derecha moderna y observo la homofobia de los panistas, me dan ganas de quitarles el seguro a mis canicas”.

Ha muerto la Monsi a los setenta y algo, y el duelo verdadero es de los librepensadores, y el de los libres cogedores. No hay gay, no hay lesbiana ni trans de México que no le deba a él una cuota de su coming out, su conciencia de paria en rebeldía, y la recuperación pedagógica de una memoria histórica. Entre la proliferación de sus artículos y ensayos, rescato acá su “Gran Redada de los 41”, porque ayuda a la revisión de ese aire de familia que reúne las políticas del masculinismo y la homofobia en los países hispanoamericanos.
Trabajos forzados

En el México del liberal Porfirio Díaz los maricones chulos y coquetones entran al salón de los debates nacionales a través de las páginas de policiales de los diarios. Cuarenta y un locas de sociedad descubiertas por gendarmes en un jolgorio de 1901, la mitad vestidas de mujer y compitiendo por el puesto de la más bonita. La Monsi aprovecha la recuperación histórica del famoso incidente, que como consecuencia impuso a los detenidos la lección moral de trabajos forzados con pico y pala, como si con eso las jotas se olvidasen del gozo del corset. Recupera la anécdota urbana porque, escribe, “entrega a los gays de México el pasado que es, en síntesis, la negociación interminable con el presente”.

Dos banderas en el funeral. Si ya no se puede esperar nada mejor del orden policial en México o en Argentina, habrá que detener los embates de los tiempos con el aparato de una Justicia todavía colonizada por la “familia judicial”, un familia endogámica en donde la cría nace siempre católica. Minga el matrimonio gay, pero no obstante hay que saber cuidar el estilo. Ningún fallo contra la libertad de amar prescinde ahora, así como así, de las barrocas explicaciones posteriores, porque la vida democrática se ha vuelto tan cosmopolita como el movimiento por nuestros derechos humanos, y entonces los argumentos cavernícolas deben también globalizarse. La Monsi pasa revista a los archivos de la homofobia institucionalizada, donde se transita desde el “Arte puro=puros maricones” de los intelectuales orgánicos de la antigua Revolución Mexicana, hasta la invención del término “niños juguete” que utiliza hoy la Arquidiócesis de Guadalajara cuando se debate el derecho a la adopción para parejas formadas por personas del mismo sexo.
Lágrimas de subcomandante

Se dice en México que el subcomandante Marcos leyó más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx. Y que por eso derrama hoy sus lágrimas bajo el pasamontañas. Las batallas de y por los desposeídos de Chiapas incluyeron en el variopinto frente de discursos los derechos de gays, lesbianas y trans. Los manuales de la injusticia clasista abrevan también en el machismo, eso lo repite Marcos, y si el término va perdiendo su prestigio, mucho menos lo pierde su conducta. El machismo en los varones desposeídos se convierte en horrible arma compensatoria contra la humillación cotidiana, pero en los poderosos se glorifica y politiza en artículos de los códigos penales y en prohibiciones explícitas de los códigos civiles. Entre los comentarios al pie en sus capítulos, el machismo inscribe sus crímenes de odio, contra los cuales Monsi exigía incorporar a la ley escrita una figura específica. En Homofobia reproduce el testimonio del asesino serial Marroquín Reyes, que se autoelogia después de ser apresado: “Le hice un bien a la sociedad pues esa gente hace que se malee la infancia... Digo, se sube uno al Metro y se van besuqueando, voy por la calle y me chiflan, me hablan”. Ya lo ha dicho un conocido psicólogo puritano de Colorado en su Instituto para la Investigación Científica de la Sexualidad: hay que cuidarse del placer homosexual, porque los gays somos como pastores evangélicos, predicamos con el cuerpo y así conseguimos conversos.

Dos banderas en los fastos de su muerte. A la par que se extiende el término homofobia en el glosario de las instituciones y en los medios de comunicación, los políticos consideran imprescindible dar muestras de que no los comprenden las generales de la ley. Detrás de los simuladores, lloran en serio a Carlos Monsiváis las locas y las tortas. Lloran “las metreras”, como se conocen a los chicos gays que se trepan al primer vagón del Metro en las horas pico y que (hace Monsi la crónica en Apocalipstick) convierten la estación Hidalgo en la coreografía de sus estrategias yiratorias.
El pensador de los baños

Metrera confesa, además de académica, uno de los chicos del funeral me cuenta por mail: “La primera vez que me crucé con la Monsi fue en Insurgentes Sur, cerca del Trade Center. Yo tenía 20 años, y lo reconocí al instante. Le hablé con timidez. Carlos, le dije, estoy leyendo tu libro Los rituales del caos y me ha encantado. Me agradeció y me preguntó por una dirección, porque iba a presentar un libro. Me invitó a acompañarlo pero me disculpé porque tenía una reunión con compañeros, así que nos despedimos. En ese momento no tenía ni puta idea de que al escritor le decían La Monsi... Años después, aproximadamente en 2002, como parte de una investigación en buscar alternativas para prevención del VIH-sida en saunas, iba seguido a los baños de Rocío, un sauna en la Colonia Portales, donde Monsiváis vivió siempre. Siempre lo veía ahí leyendo La Jornada, y después de un rato se quedaba dormido. Le gustaba manosear a los jovencillos, pero la mayoría de las veces eran ellos quienes se ofrecían a enjabonarle la espalda... Una amiga güera (rubia) se lo encontró en los baños una vez y la Monsi le quiso tocar las partes. La güera le dijo ¡ay Maestro!, y le retiró la mano”.

En una de sus últimas entrevistas, Carlos Monsiváis dijo que escribía “por la inexorable urgencia de iluminar a mis compatriotas, pero sé que se oiría tan ridículo que me daría risa decirlo y entonces tendría que retirar la frase en medio de sospechas muy serias sobre mi salud mental”. En sus funerales de las dos banderas cabe entero el ecléctico México de la Virgen de Guadalupe, que es la patrona de todas las mezclas. El náhuatl, el maya y el castellano de Alfonso Reyes. Ahí delante del maravilloso cadáver conviven la Kahlo, la Félix, la Poniatowska y algunas disimuladas legionarias de Cristo; los herederos ideológicos de Porfirio Díaz y los caminantes nacos que conduce el subcomandante desde Chiapas al Zócalo.

Revueltos todos como en botica, como los trece gatos huérfanos que ahora la familia de la Monsi culpa de su enfermedad respiratoria. Todos mirándose de reojo, develados, iluminados, hechos crónicas urbanas.

Alejandro Modarelli
SOY © 2000-2010 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Todos los Derechos Reservados

sábado, 12 de junio de 2010

Código retro


Los levantes no fueron siempre por Internet, aunque usted no lo crea. Malva, memoriosa señora trans integrante de la redacción de la revista El teje, sistematiza especialmente, a pedido de SOY, técnicas de levante de antaño sin olvidarse de consignar ventajas y desventajas.

El código, el lunfardo, tengo entendido, fue forjado en el ámbito carcelario transformándose con el uso y con el tiempo en guía elemental para la convivencia entre reclusos y también para pequeñas sociedades. Creo yo que los ladrones de entonces no eran los de hoy. Los de entonces se consideraban ladrones profesionales, dotados de cierta ética, esto es, respeto por la vida humana y solidaridad con todo aquel que compartía su barrio. El código del hampa incluía protección entre familias, ayudar con el bagayo. La cultura del delirio ha cambiado, como todas las subculturas. Por eso, en lugar de detenerme en este lamento, voy a adentrarme en lo que me han llamado, que es concretamente recordar los códigos propios que teníamos para el levante del chongo, nosotros los jóvenes de entonces, los diferentes sexuales de muchas pero muchas décadas atrás.

La técnica gestual

Según mis recuerdos, las más usadas fueron la gestual y la manual. Trataré de explicar su mecanismo no sin aclarar que en mi época de adolescente, en Buenos Aires, hubo lugares propicios para aplicar esta metodología. Por ejemplo, el café-pizzería de la calle Rojas, en Caballito, que tenía una vitrola que por veinte centavos nos regalaba la música elegida. Allí, por las noches se reunían exponentes de un estrato muy particular. Los soplanucas, los vivillos, los ladrones y obreros del lápiz, amén de provincianitos buscones que para hacerse ver hacían sonar una y otra vez el mismo disco con las voces de Antonio Tormo o Margarita Palacios. Todos dispuestos a ser levantados por algún Toto, que seguro les daría para comer y dormir.

La marica en cuestión le hacía una seña con el dedo índice levantado o bien con la mueca de un beso lanzado al aire. Si la respuesta era afirmativa o con un gesto idéntico, el provincianito buscón o el vivillo respiraba, porque entonces morfi o atorro estaban asegurados.

La técnica manual

A partir del año ’47, estos cafés comenzaron a ser visitados por una policía con metodología bien específica: las razzias moralizadoras avanzaron justificando su atropello con la defensa de las buenas costumbres. La aparición de la nueva policía peronista nos mostraba sus garras. Ante este inconveniente nos refugiamos entonces en los cines continuados que habrían sus puertas desde las 11 de la mañana hasta pasada la medianoche. De acuerdo al horario, se proyectaban documentales, cortos de Chaplin o Laurel & Hardy, rematando con los clásicos dibujos animados. Tuvimos que amoldarnos a la situación, aunque muchos totos no asumieron que los tugurios de Flores, Mataderos y Palermo ya no daban para el puterío, y así les fue, como mínimo 30 días por la cabeza.

Ahí surge con creces el levante manual, que se acentuó en los cines continuados. Nos resultaba audaz, y en cierto modo temerario, pero había que arriesgarse. Entre la casi penumbra de la sala tratábamos de sentarnos en la butaca contigua a la de un chongo, que bien podía ser un vivillo, un soplanuca o un mataputo. Pasado un minuto de espera, el Toto comenzaba con el juego de “la mano muerta”, que consistía en rozar suavemente la pierna del chongo a modo de tanteo. Si el candidato era asunto, inmediatamente se abría de piernas y con un codazo te invitaba al toqueteo pleno, es de imaginar que la manito del Toto hurgueteaba la bragueta del pantalón, refugio del pedazo. En ocasiones el tipo buscaba ser masturbado, y eso era conocido en la jerga como “levantarse un pájaro”. También, luego de un rato, podía ser que el chongo con un movimiento de mano indicara el deseo de abandonar la sala para arreglar una salida o el coito inmediato. El maricón que tenía lugar estaba salvado, y para el que no, el zaguán de una casa, arbustos de una plaza o avenida eran hotel de paso. A esta conquista la llamábamos “levante de un soplanuca”. Haciendo referencia a que un tipo se dejaba llevar por una mariquita. Muchas veces teníamos la desagradable sorpresa al salir a la calle tras el chongo de que se trataba de una emboscada, un cana que había puesto la carne para la pesca de putos que llevaban a Devoto, 30 días. Los cines Eclerc, Mundial, Real, Cataluña y Radio City fueron testigos de lo que cuento.

La técnica actoral

En cuanto al levante callejero, es una modalidad con una dosis extra de ingenio, ya que se usaba la gestualidad, la mirada y el talento actoral. La mariquita mojaba con la lengua sus labios suavemente, con lo cual significaba la invitación al sexo oral, a lo que el chongo elegido, con un poco de suerte, respondería del mismo modo. Caso contrario, el puto recibía una furia de trompazos, o sea cobraba de lo lindo.

Se usó también el guiño de ojos, todo dependía de la capacidad de interpretación del chongo.

En Plaza Italia abría sus puertas La Enramada, lugar exclusivo para el chamamé, donde se sacaban chispas los correntinos bailando al compás de “El rancho’e la Cambicha” o “Kilómetro 11”. Ocurría que, generalmente, en las madrugadas domingueras todo el machaje salía de los bailes archi-caliente por las apretadas con las siervas. Los cafés aledaños, con sus nombres comerciales iluminados, le daban a la zona un aire pintoresco, en ellos se consumía lo tradicional, café con leche y pan y manteca, el submarino o el clásico chocolate con ensaimada. Dentro de este paisaje ciudadano, la marica ponía en práctica sus dotes actorales, que en un principio tuvieron éxito pero que luego fueron dejando de lado, ya que perdió eficacia debido a que la chongada mataputo se dio cuenta de que era un ardid.

“¡Señor! ¡Joven! ¡Muchacho! “De acuerdo al aspecto del chongo elegido era la palabra utilizada, dicha por supuesto con fingida preocupación para convencer. “¡Ay! Ando perdido y no encuentro la parada del colectivo.” Ese ¡Ay! debía ser dicho con un tono muy especial, le daba la pauta al chongo de que quien lo decía era un puto. “¿Vos me podrías decir dónde para el 60?” El tuteo funcionaba como un gancho para entrar en confianza. Mientras el mariquita hablaba, no apartaban su mirada de la bragueta del chongo. Podía suceder que el chongo no entendiera de inmediato y se necesitara hablar un poco más con ese tono maricón hasta que quedara claro. En ocasiones sucedía que el candidato era reacio o hasta maldito con las mariolas y de inmediato las sacaba de raje, puteándolas de arriba abajo. Cuántas veces el marica tuvo que salir corriendo como una gacela por la calle para salvarse del chimpunay.
Conclusiones

A estas contingencias se expuso el diferente sexual de mi tiempo cuando procuraba su momento sexual en un época en que tuvimos todo en contra. Machismo homofóbico, discriminación social, opresión policial fueron los condimentos que sostuvieron sistemas intolerantes y anti-putos durante casi 55 años, vale decir, desde 1947 a 1983, cuando asoma en la Argentina una democracia con distinto perfil que comenzó a atemperar el abuso sexual en nuestra contra. Abuso apañado por un código contravencional, pergeñado en los comienzos del peronismo, cuya vigencia comenzó a quedar nula con el nuevo código de convivencia urbana bajo el mandato de Aníbal Ibarra. Como última reflexión debe agregar que el levante, con las características señaladas, ya no es posible. Los tiempos cambiaron, todo es distinto y lamentablemente este cambio cultural trajo como consecuencia el deterioro del espíritu y de la mentalidad del hombre común, integrante de una franja ciudadana importante, me refiero a la excursión sistemática del campo productivo de una gran masa laboriosa.

Afortunadamente, el diferente sexual de este tiempo hace sus levantes y sus citas cib con chongos por Internet, situación que lo pone bastante a salvo de peligros y contingencias que surgirían si pateara la calle.

Nuestros códigos de conducta sexual fueron manifestaciones que corresponden a tiempos idos, y si los expongo ahora es para que nuevas generaciones se enteren de cómo vivíamos los homosexuales 80 años atrás. Sólo agregar, sin perder el humor, que nuestra modalidad para conquistar fue el alimento para nuestra sexualidad, en un tiempo en el que “el mono usaba chaleco”.

Malva
SOY © 2000-2010 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Todos los Derechos Reservados

martes, 8 de junio de 2010

Diego Gebel: pastor en los márgenes


Nota del año 2008, pero vuelta a publicar en homenaje del fallecimiento del señor Diego Gebel.

Esta es la última escena de la vida como laico de un niño llamado Diego Gebel.

Tiene doce años, pelo claro, lacio. Está parado en un jardín, en los fondos de una casa modesta del conurbano bonaerense. Mira al cielo y dice "Señor, si estás ahí, si existís, si tenés poder sobre algo, si podés hacer algo por ella: yo voy a ser tuyo, yo voy a estar siguiéndote por siempre".

En el baño de esa casa, a metros del jardín, Nélida de Gebel, su madre, comida por tumores en los intestinos, en la cúpula clara de su útero de 45 años, se dobla de dolor, solloza, suelta fluidos como sucede desde que los médicos le dijeron señora se va a morir, y entonces ella hace lo que puede: se encierra horas a doler, a gritar sin que la oigan.

En el jardín, el niño llamado Diego Gebel levanta los ojos al cielo: él, hijo de católica y protestante sin interés en cosas de la fe, piensa en su madre medio muerta y en su padre alcohólico y siente las piedras de la aniquilación trepándole por la garganta y dice Señor: yo voy a estar siguiéndote por siempre.

Es 1974.

-Mi casa -dirá Diego Gebel treinta y cuatro años después- era una casa abrumadora.


* * *

El hall del viejo cine Majestic, en la calle Vicente López de Villa Ballester, está vacío. Adentro, carteles que dicen Jesús, que dicen, también: Mansedumbre. Al frente, un escenario. Junto al escenario, una escalera que trepa hasta un cuarto y, en el cuarto, un escritorio, un sofá, dos paredes repletas de fotos. En las fotos, un hombre castaño y una mujer rubia abrazan a Isabel Sarli, Daniel Fanego, Georgina Barbarossa, Lía Crucet, Pocho la Pantera, Carmen Maura, Lucho Avilés, Diego Maradona, Gogó Andreu, Alejandra Pradón, Guillermo Francella, Cecilia Milone.

El hombre castaño es Diego Gebel, y es pastor. La mujer rubia es Mabel Kinzler, y es su esposa. El cine Majestic, su iglesia.

Y ésta, la historia de cómo llegaron hasta aquí.


* * *

La de la familia Gebel -mamá, papá, cuatro hermanos- fue, siempre, una casa estricta. Mamá Nélida y papá Federico, católica ella, protestante él, no eran religiosos, pero la ascendencia de ambos -inglesa, alemana- alcanzó para dar severidad a los retoños. No se veía televisión, no se decían malas palabras. Federico, el padre, fue carpintero toda la vida y fue, también, alcohólico y violento. Cuando los dos mayores se casaron y se fueron de la casa, Nélida parió a su último vástago, Dante.

-Yo venía mal -dirá Nélida de Gebel-. Pero después de Dante me puse peor. Diego fue mi bastón porque a mí me habían dado para morir en poco tiempo. Y un día él se fue al fondo y le pidió a Dios, y dijo Señor, si estás ahí, si hacés algo por ella, yo voy a estar siguiéndote por siempre. Y entonces mi hijo mayor, que ahora también es pastor, me insistió con que fuéramos a su casa. Cuando estuvimos allá me llevó a una iglesita de chapa. Pero nos quedamos en la puerta, y cuando el pastor dijo "que pasen los que quieran venir, que voy a orar por ellos", pasé por el pasillo entre toda la gente y me caí de rodillas. Sentí que me arrancaban algo, me sentí mal. Me llevaron a casa y me dormí. Al otro día apareció mi hijo mayor y me dijo: "Mamá, anoche Dios hizo una obra".

Y Dios, dice, había hecho: el médico no encontró en ella más que rastros de una cosa que se había detenido. Empezaron, entonces, a frecuentar una iglesia evangelista, la fe que la había curado. Federico, el patriarca, dejó de beber y diez años después devinieron pastores. Dante y Diego se entregaron a aquella fe que era la calma que nunca habían conocido. Cuando Diego tuvo 16, conoció a la niña de sus ojos. Se llamaba Mabel Kinzler; tenía doce. Se casaron tres años después y se mudaron a una casa propia. Tuvieron una hija, Silvana. Nueve años después, tuvieron otra: Melisa. Las dos se criaron en escuela pública, sin bares, sin bailes, sin novietes, sin viaje de egresado. Diego y Mabel estudiaban las cosas de la iglesia. Vivían de lo que él ganaba en la empresa Siemens, donde llegó a ser gerente de compras y ventas al exterior. Pero en 1991 dejó todo y se lanzó a lo que más quería: tener rebaño propio. Las cosas fueron bien. Pasaron del garaje de la casa a un local alquilado, y de allí a otro más grande, y en el año 2000, cuando la vieja estructura del cine Majestic se puso en venta, liquidaron la casa en la que habían vivido siempre y lo compraron. Un día, de paso por el centro, Diego Gebel se topó con lo que había visto cientos de veces por primera vez: las marquesinas de los teatros de la calle Corrientes. Y se preguntó: "¿Por qué Dios no puede tener un sitio acá?".

-Empecé a pararme en la vereda, a orar.

A pedir un lugar para llevar su iglesia: su iglesia, evangélica y tradicional, al centro.

Lo que llevó fue, claramente, otra cosa.


* * *

La casa no es una casa, sino un departamento en piso ocho, en el centro de Villa Ballester, provincia de Buenos Aires. Un alquiler de tres dormitorios, baño, cocina, living, y eso es todo y todo eso es de dos colores: blanco blanquísimo y verde manzana: sillones blancos y almohadones verde manzana; floreritos blancos y floreritos verde manzana.

-Nosotros teníamos todo naranja -dice el pastor-, pero mi hija, Silvana, se mudó, y como el departamentito de ella tenía las paredes pintadas de ocre, le quedaba mejor el naranja. Se llevó eso y yo puse todo verde.

Son las cinco de la tarde. El pastor usa camisas con cuello generalmente mao, generalmente de colores: hoy es verde. La pastora, sentada en el apoyabrazos de un sillón blanco, ojos claros, negro ajustado, camisa abierta hasta la comisura, es rubia platino, la piel pulida, blanca. Melisa, la hija menor, dieciocho años, jeans ajustados, chaqueta de cuero, es rubia platino, la piel pulida, blanca. Silvana, la hija mayor, veintitrés años, casada hace seis, madre de Amira, jeans ajustados, zapatillas doradas, es rubia platino, la piel pulida, blanca. Aquí vive, también, Brian, doce años, desde que el pastor supo que ese nene que solía ir a la iglesia estaba internado en el hogar del cura Grassi (en la etapa terminal del hogar del cura Grassi) y pidió su guarda.

-Cuando nos mudamos acá, nadie sabía que éramos pastores. Un día mis hijas sacudieron la ropa en el balcón, y el tender de la mujer de abajo quedó lleno de purpurina. Vino enfurecida; me dijo: "No sé qué harán vos y tus hijas, pero las mías estudian y trabajan, y no pueden ir con los calzones y el jean llenos de purpurina".

Desde el año 2004, cada lunes de noche, en el Teatro Concert de la avenida Corrientes 1218, el pastor Gebel, su mujer y sus dos hijas, escoltados por miembros de su iglesia, montan un espectáculo gratuito, un show de travestis encendidos, sketchs de humor no refinado, cuadros de bailes y canciones y -ésa es la gracia- un breve monólogo en que él, el pastor, insufla variaciones del mensaje que le importa: que a los solos, los rotos, los travestis, los gays abrillantados, las vedettes en franca retirada -su público de siempre- Dios los ama. Y después, y todavía, él y su mujer y sus dos hijas, escoltados por miembros de la iglesia, marchan al cabaret más conocido de Buenos Aires para llevar el Verbo a las mujeres profundas de la noche: marchan -los preservados de todo: del alcohol, de las drogas, del sexo fuera del matrimonio- a llevar la religión a aquella orilla en que la religión se eriza.


* * *

En la planta baja del shopping Abasto hay un bar. Ahí, Pocho la Pantera recita versículos de la Biblia. Pocho la Pantera es músico de cumbias, devino evangelista en 1995 y, desde su conversión, canta también música cristiana. En 2004, Diego Gebel lo contrató para cantar cristiano en el cine Majestic, su iglesia de Villa Ballester.

-Diego me comentó que quería estar en la calle Corrientes. Y le presenté al dueño del Teatro Concert. Empezó los lunes. Un día fui a cantar yo, pero me olvidé las pistas de las canciones cristianas. Y Diego me dice y bueno, cantá El hijo de Cuca. Y canté.

Es probable que el pastor, aquella noche, haya vislumbrado alguna cosa. Después llegó Mariana y, entonces sí, Corrientes 1218 empezó a llenarse.

Mariana A vive en un departamento pequeño de Almagro. En una de las paredes hay una foto enorme: alta y en torsión, de espaldas pero mirando a cámara, las nalgas duras y el roce tardío de una boa blanca que se derrama a sus pies. Mariana es actriz, vedette, travesti.

-Yo conocía a Pocho y él me preguntó si quería hacer un show en un lugar donde iba a hablar un pastor evangélico. Le dije que ni loca. Igual me lo presentó. Y yo le dije: "Mire que yo voy a ir con la teta y el culo al aire". Me dijo que sí. Lo hicimos una vez, y fue muy bien. Y otra vez. Después, él confió en mí como para que organizara el espectáculo.

En el espectáculo, que lleva por nombre Predicando entre plumas y strass, participan, además de Mariana A, Carlette Lamour -transexual-, Lorena Casal -travesti-, Ley­la Breach -transformista-, los bailarines Martín Marín y Mariano Livetti, Natasha Durán -bailarina y conductora del programa El garage-, Silvia Peyrou y Beatriz Salomón -desde hace dos semanas-, además de la familia del pastor en pleno.

-Todos cobramos sólo el viático, de cincuenta, cien pesos. Pero el pastor siempre va a pérdida. Alquila el teatro, no cobra entrada. Y todo eso para usar diez minutos y hablar de Dios. Fue vivo. Hizo eso para llegar a quien quiere llegar. El gay es una persona muy religiosa y el catolicismo no lo acepta, el judaísmo tampoco. Este movimiento sí. Y él no es un hombre que se presenta diciendo "les vengo a cambiar la vida".


* * *

La voz de Juanito Belmonte en el teléfono es entusiasta.

-Yo empecé a ir al teatro por Mariana. Ella me dijo si quería ir y me pareció bien.

Juanito Belmonte, representante de Enrique Pinti desde hace treinta años, aportó al show del Teatro Concert lo que faltaba: una buena rociada de caras conocidas.

-Empecé a entregar la Medalla del Exito. Yo invitaba a las estrellas y ellos iban porque me conocían. He llevado a Alfredo Arias, a Marilú Marini, a Carmen Maura, a Enrique Pinti. Yo soy católico, y a mí los pastores me parecen chantas. Y este hombre no. Me pareció muy bueno. El y su familia se mueven en este ambiente con una gran ingenuidad. Yo creo que él quiere llegar a esta gente que de otro modo no se acercaría a él. Pero que también tiene un costado cholulo. A lo mejor le hubiera gustado ser artista.


* * *

-Hola, Lía, cómo estás. Cómo está Tony.

En su casa blanca y verde manzana el pastor va y viene de la cocina al living. Lía es Crucet, oveja de su iglesia. El pastor tiene también el número de Zulma, de Isabel: a todas las llama por su nombre.

-Bueno, bueno. Si Dios quiere. Chau.

Es martes y el sol se puso. El pastor, sentado en sillón blanco, cuenta de los comedores que tuvo en tres villas. De cómo, en esos años, era un pastor tradicional.

-Esa gente tiene necesidad de Dios, y que no hay mucho por dónde canalizar. Los travestis, los gays, van a la iglesia oficial y no los dejan comulgar. Si van a la evangélica, les ponen una mano en la cabeza y sal Satanás. Yo no tengo el pensamiento secreto de decir "quiero que cambien". Yo quiero que conozcan a Dios. Pero claro que yo soy una amenaza, un pequeño problema para mi religión.

De los cuatro hermanos Gebel siempre fue Dante, el más chico, la estrella del firmamento familiar. Es pastor, vive en Miami, llenó con su prédica el estadio de Vélez en 1996, el de River en 1997, el de Boca en 2000 y el Luna Park tres veces gracias a su show Misión Argentina, luz, sonido y palabra de Dios, en el que lucha contra el mal vestido de Neo en The Matrix. Y, aunque criticado también por eso (por esa espectacularidad que puede tapar el mensaje), lo que más se escucha sobre Dante es palabra de admiración.

En cambio falsario, en cambio corrupto, en cambio renegado, perjuro, hereje, sacrílego: todas esas cosas se dicen, se dijeron, de su hermano Diego.


* * *

Lunes. Once y media de la noche.

En Corrientes 1218 hay luces de franco cabaret, mesas con manteles y sesenta personas: señores con nena al lado, travestis muy bien plantadas. En un buffet con aires de kermesse, atendido por mujeres de la iglesia, se exhiben porciones de tortas y de tartas, Gancia, Fernet y Coca-Cola. Sentada en una silla alta, botas de charol, suéter celeste derramado sobre un hombro, está Silvana, la hija mayor. En primera fila, en una mesa multitudinaria, el doctor Cormillot. En el escenario, Mariana A versión rojo y piel desnuda.

-Todos los artistas estamos aquí gratis -dice Mariana-. Lo hacemos por amor al arte y al pastor, que es él: el pastor Diego Gebel.

La música sube y el pastor, camisa violeta, pantalones negros, trepa al escenario.

-A mí me costó mucho hacer que la iglesia entendiese cuál es nuestro sentir -dice el pastor-. Pero Dios no hace excepción con las elecciones, sean sexuales, de religión. Lo que sé es que Dios tiene el mismo amor por todos sus hijos. Yo les vengo a traer esa palabra.

Durante la hora y media que sigue el pastor sube y baja del escenario y, cada vez, presenta a las estrellas de su firmamento: una transexual que parodia una conversación con un pastor de la Iglesia del Reino Universal; transformistas que cantan, travestis que bailan el tango, un cuadro llamado La novicia rebelde, con Mariana A y Melisa en roles principales y minifaldas mutuas; el doctor Cormillot, que sube a buscar su plaqueta y dice que no sabe cómo apareció ahí. Después, más bailes, más piel -más hija del pastor en minifalda-, hasta que suena la canción Gloria, faltas en el aire, y el pastor dice bueno, planta un banquito, se sienta, hace un chiste sobre sus rollos y dice que por favor.

-Por favor, ahora quiero que me escuche.

Y las luces bajan y todos -el señor solo con la nena al lado, y esa travesti y la vedette gastada- callan. Las respiraciones son estertores que levantan sus faldas en puntas de pie. Y en ese silencio ondulado el pastor habla tres, cinco, ocho minutos: historias de la Biblia sin demasiado adorno. Y después abre una llanura de silencio para sembrar, allí, lo que le place. Y lo que le place al pastor esta noche es esto:

-Yo quiero generar sed. Para que Dios pueda saciar, hay que tener sed. Por eso: sedientos, venid a las aguas.

En su teatro de revistas, sin lentejuelas ni luces ni música de fondo, el pastor dice yo estoy aquí:

-Yo estoy aquí porque quiero provocarles sed. Porque vivo sediento de Dios y nunca me va a alcanzar lo que recibo. Porque no me conformo. Porque nada me alcanza. Porque Dios es mi sed. Por eso, a todos los sedientos...

Y, al centro, suelta su flecha como quien conforta:

-... acá-hay-agua.

Sobre el silencio de la sala se esparce el líquido que cura:

-¿Cómo está tu corazón esta noche? Este aplauso es para tu Dios.

La gente aplaude aplausos respetuosos, y quince minutos más tarde, también sucede esto: saludo del final y Mariana A y Lorena Casal y Carlette Lamour y Leyla Breach con tanga al hilo y sonriendo a toda máquina, el pastor con traje renovado, la pastora con tajo y con escote. Melisa y Silvana: con lo mismo.


* * *

Aciera es la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina. En su documento acerca de la homosexualidad, titulado Reafirmando valores evangélicos, dice: "(...) desde Aciera declaramos que es irreductible la sólida postura bíblica en la que las Sagradas Escrituras presentan los actos homosexuales como graves desviaciones. Dichos actos son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. (...) Por todo esto no puede recibir aprobación, en ningún caso, por parte de la Iglesia". Consultada que fue, la oficina de prensa de Aciera no dio respuesta a la solicitud de una entrevista para conocer su postura oficial con respecto al pastor Diego Gebel. En la Unión de Asambleas de Dios, a la que Gebel perteneció hasta renunciar por, dice, presiones un tanto solapadas, la respuesta fue más explícita.

-Cualquier cosa la llamamos -dijo, al teléfono, el pastor Gustavo Calardo.

Ante la insistencia, otro pastor agregó, días después:

-Dice el pastor Gustavo Calardo que le diga que cualquier cosa la llamamos.


* * *

Melisa Gebel, la hija menor del pastor, va a estar llorando en menos de un minuto.

Es una noche helada, pero el cubículo de la iglesia de Villa Ballester permanece caliente. Es domingo, más allá de las doce de la noche. Su hermana Silvana está sentada, enfundada en un abrigo de descarne celeste pastel. Melisa lleva una campera de matelasé corta. Dice que estudia danzas en el Centro Cultural Borges, pero que su vida está en la iglesia.

-La vida de los artistas es muy bohemia. Para mí, a esta edad, no estar casada es un atraso. Silvana se casó a los 17. Y mi mamá a los 16. A mí me encanta tener una familia.

Y ahora, de pronto, Melisa está llorando.

-Es que nosotros lo vimos pasar por mucho a mi papá. La gente de la iglesia duda de la moral. Lo ven como el presentador de un espectáculo. Y la gente que va allá, los travestis, son unas personas maravillosas.

Silvana: no se le mueve un músculo cuando -la voz lesiva- dice:

-Creo que tienen una fascinación por las vidas nuestras. Y creo, también, que jamás querrían que fuéramos como ellos.


* * *

Son más de las dos de la mañana. Lunes, otra vez. En el primer piso de Cocodrilo hay dos caños de techo a piso, una mesa larga, un sofá, chicas con las nalgas puestas: la ropa de trabajo.

-Yo llegué acá por Pocho -dice el pastor, sentado a la mesa larga junto a su mujer, frente a sus hijas, cerca de unos ocho o nueve miembros de su iglesia-. Me presentó al dueño, Omar Suárez. Alguien le había robado mucho dinero y yo le dije "Omar, perdoná". Y él dice que se sintió como impactado. Y me ofreció venir los lunes, presentar parte del show, y después hablar con las chicas.

Abajo hay poca gente. Clientes dispersos, una rubia reticulándose en la barra. Dos mujeres acodadas saludan al pastor, que atraviesa la pista y regresa sonriente.

-Hay que mandarles un remise el domingo. Van a venir al culto.

Dos o tres o cuatro horas después, dirá:

-La iglesia convenció a estas chicas de que Dios está lejos de ellas. Cuando yo las veo pienso que mis hijas podrían haber salido de casa con un bolso y un jean, y venir acá y cambiarse acá adentro. Si eso pasara, a mí me gustaría que se encontraran acá con alguien que hiciera lo que yo hago.


* * *

-Los pastores evangélicos pentecostales o neopentecostales tienen estilos muy distintos, y cada uno encuentra un nicho de mercado diferente. La lógica evangélica es adaptar el mensaje, ir a cada uno como cada uno te va a entender y aceptar. Y lo que hace este pastor parece llevar la diversidad evangélica al extremo. Por un lado, hace algo característico de los evangélicos, que es mostrar a la familia: "Estamos tan convencidos de esto que no sólo vengo yo, sino que es un proyecto familiar". Pero acá se redobla la apuesta. No sólo muestra a su familia, sino que la viste, y la desviste, como ellos. Su discurso con respecto a gays y travestis es una vanguardia evangélica interesante: no los condeno, los amparo. Por otra parte, en el culto evangélico, todo -el canto, el baile- forma parte de un espectáculo sacro. Acá es la lógica invertida: es un show hecho por personas que no son religiosas, con un único momento religioso. Y eso es menos blasfemo que hacer lo contrario. Los evangélicos van a decir: "No, acá se pasó de la raya", pero desde una visión externa uno podría decir: "Mirá, está haciendo lo mismo, pero al límite", dice Alejandro Frigerio, antropólogo, investigador del Conicet.


* * *

Villa Ballester. Domingo. Ocho de la noche. En el Majestic la orquesta toca redoblantes y marimbas. El pastor tiene un traje gris, una camisa rosa. Melisa: pantalón rojo. Silvana: el jean marcante, casquete imitación de tigre. La pastora es discreta: faldita beige, saco violeta, escote. Hay una ronda que baila, varios que tiemblan aferrados a cosas invisibles. Después, el pastor hará su prédica.

-Yo quiero que usted entienda que Cocodrilo es una joya a la que no le está dando ningún valor. Quiero que usted venga a Cocodrilo y al Teatro Concert y hable con esa gente. ¿A usted le molesta que yo ande con travestis?

-Nooo -dice la platea.

-Ah, bueno. Porque usted es tan puro. Porque no quiere un pastor relacionado con cierta gente. A usted qué le importa que las almas se pierdan. Que se jodan los otros si decidieron ser trolos.

Así, por diez, quince minutos. Siguen los testimonios, el diezmo, el pastor que, ya sobre el final, cierra los ojos y los fieles se acercan y él los toca y cae primero un nene de ocho años y después una mujer de pelo cano y después todos y después él mismo. Ya muy tarde, en sus oficinas, el pastor dice:

-Yo sé que Dante, mi hermano, nunca haría esto. Y no sé si no tiene razón. Porque el precio a pagar te cansa. Yo perdí mucha gente. La gente se siente amenazada. Acá yo traigo travestis, transexuales, y los hago subir al púlpito. ¿Que un travesti se pare en el púlpito? La gente piensa: "¿En qué va a terminar esto?"


* * *

Lunes otra vez, y Cocodrilo.

Los obreros de la iglesia son muchos: más de quince. Esta noche, además, el pastor trajo su troupe y ahora, en el primer piso, se aprontan para el ruedo: Carlette Lamour se arregla el corpiño, Mariana ajusta su plumaje. Abajo el cabaret arrasa. El dueño, Omar Suárez, sube al pequeño escenario y hace chistes, arenga.

-Ahora quiero presentarles a mi asesor espiritual. Un fuerte aplauso para el pastor Diego Gebel.

Vestido de rojo, deslizándose sobre un reggaeton de Calle 13, el pastor sube y dice que ha traído un poquito del show.

-Un poquito del show de la calle Corrientes que hacemos desde hace cuatro años...

Y pasan, entonces, Carlette y Lorena Casal y Mariana A, y cuando una rubia en pelo se monta sobre el caño, los miembros de la iglesia apartan la mirada. Después, el pastor se despide así:

-Gracias. Ahora quiero que mi hija Silvana suba y les dé un mensaje.

Y Silvana sube. Y alguien grita:

-Entregá a la nena.

Pero ella es una esfinge, un carámbano, de hielo. La miran todos. Los hombres: los clientes. Desde la barra, profundas, las chicas de la noche.

-Yo tengo la vida entera dentro de la iglesia -dice Silvana con la voz clara-. Nunca antes había entrado a un boliche. Pero quiero decirles, a todas las chicas, que merecen, más que yo, la ayuda de Dios. Que Dios las ama, mucho más que a mí. Que Dios las guarda, que Dios las cuida. Que no dejen que nadie las discrimine, porque ustedes son muy amadas y son tan hijas de Dios como yo. No queremos llevarlos a la iglesia. Queremos que sigan con lo que han elegido. Pero que sepan que Dios está con ustedes. Lo mejor para todas las chicas.

Y entonces los aplausos: que son los aplausos de los hombres.

-Ahora les voy a cantar una canción.

Serena, imperturbable, Silvana canta.

Cada vez que me alejé de ti pude volver para secar mis lágrimas.

Son las tres y media de la madrugada.

Leila Guerriero
Copyright 2008 SA LA NACION | Todos los derechos reservados.
www.lamandinga.blogspirit.com

En el ojo ajeno

Este resumen no está disponible. Haz clic aquí para ver la publicación.