sábado, 27 de marzo de 2010

Mina cumple


Recluida en su casa de Suiza desde hace 30 años, Mina, que ayer apagó 70 velitas, sigue haciendo lo que tiene que hacer una diva para mantener el fuego sagrado.

La cantante italiana Mina Anna Mazzini cumplió 70 años el 25 de marzo, lo que ha desatado en su país un aluvión de homenajes y efemérides. La carrera de “La Tigresa de Cremona” apodada así por su ímpetu de predadora felina, comenzó en 1958 y desde ese momento no decayó jamás. Sus grabaciones llegaron a las cimas de los rankings al punto de convertirla en la cantante italiana con más discos y canciones en Hit Parade de la historia de la música de su país. Sus apariciones en programas de TV, hoy reliquias en blanco y negro, la hicieron atravesar fronteras y todavía hoy siguen siendo transmitidos. Studio Uno, Canzonissima ’68, Sabato Sera, Teatro 10 y Milleluci (última transmisión de Mina junto a la gran Raffaella Carrá) fueron el marco perfecto para que La Tigresa se pusiera al nivel mediático de las grandes divas del cine italiano de los ’60.En 1963 escandalizó a su país cuando en una conferencia de prensa confesó que esperaba un hijo fruto de su relación con el actor Corrado Pani, con quien no iba a casarse. Una madre soltera por más que se llamara Mina, recibía entonces el portazo de la RAI. El 18 de abril de 1963 nació Massimiliano. Un operativo CLAMOR de parte del pueblo, o mejor dicho, del público, forzaron a los señores de la RAI a abrirle la puerta otra vez en 1964.

Audaz y de avanzada en sus dichos como en sus atuendos, impactaba en la Italia conservadora de aquel entonces con su escultural cuerpo, sus cejas depiladas, sus grandes ojos y sus minifaldas vertiginosas que creaban tendencia. Vivía las canciones con su mirada y el molino de sus brazos acompañaba las melodías como nadie jamás lo había hecho ni lo hará. Según Louis Armstrong: “Mina es la cantante blanca más grande del mundo”. La divina Sarah Vaughan dijo que, de no tener su voz, querría tener la de Mina. Su personalidad transgresora la convirtió en el icono gay italiano por excelencia, siendo también el personaje más imitado por los transformistas de ese país aun hoy día. Víctima de un acoso periodístico cruel y sin límites, y hastiada de las consecuencias del éxito, poco a poco fue alejándose de la vida pública. Realizó un magnífico recital de despedida en 1978 del cual queda un registro titulado Mina Live. En los años ’80 fue noticia cuando, a causa del bombardeo de corticoides debido a una neumonía virósica, llegó a pesar más de 120 kilos. Desde entonces se recluyó en su residencia de Lugano, Suiza. En fin, cosas de diva: renunció a su contacto con el público en pleno apogeo de su carrera, negándose a gigantes del calibre de Federico Fellini, Dean Martin, Luciano Pavarotti e incluso Frank Sinatra. Le daba, según sus dichos, privilegio a su rol más preciado: madre y esposa. En 2001 volvió a causar sensación cuando subió a Internet un documental (que luego registró en DVD, Mina in Studio) donde se la veía divina, totalmente en forma, mostrando su modo de trabajo en la grabación de un disco.

Luego, el ostracismo otra vez de la mano de su esposo, el cardiocirujano Eugenio Quaini, sus hijitos, Massimiliano (47) y Benedetta (38), y de sus dos nietos. El único contacto con su público, que la sigue con una devoción conmovedora, son sus discos en lso cuales cada año se atreve a géneros más insólitos. Su discografía a esta altura supera los 100 títulos con innumerables ediciones (codicia de los coleccionistas) en todas partes del mundo. Qué más decir, desde aquí, Tanti auguri, Signora Mazzini!

Cristian Lucano
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miércoles, 24 de marzo de 2010

Seremos viejas y locas pero no seremos pocas


Hace ya algunos años, desde que cumplí siempre casi cuarenta, me dan unos ataques tremendos a principio de año: se me va el hambre, no tengo ganas de nada y me taladro el marulo con el tiempo que se viene encima. Que si no es fácil ser puto o trava o torta o hetero o lo que sea que seas, menos fácil es ser lo que elijas + VIEJA. Puto viejo resuena en mi cabeza. Me pongo sobredimensionada de histérica, quiero correr pero los tacos se me enredan en las veredas y si bien la angustia ataca, tampoco andar por la vida, encima, con la cara moretoneada como recién salida de una rinoplastia de esas que dejan las narices como ricos quesitos Adler. Quiero volaaar, pero no tengo alas ni de lechuza.

Me voy a la casa de mis viejos en busca de contención, que con todas las diferencias siempre están. Me subo al tren Sarmiento. Y pienso y pienso y pienso: quisiera volver a nacer y ser el jinete sin cabeza. Recuerdo cuando era chico, las cachetadas, los retos por cagarme encima en vez de correr al baño y cagar como cualquier chico normal, cagarme en ella cagarme, era eso, aunque ella no entendiera nada y quisiera arreglarlo con algunos soplamocos y retos. El no apoyes los codos en la mesa de papá, el no hables fuerte que escuchan los vecinos de mamá, el no te metas, y el esconderme para ponerme los zapatos de taco y los vestidos cuando la casa quedaba sola, y el disfrutar encerrada en un galpón cortando revistitas Anteojito y haciendo cuentos de príncipes que no llegaban nunca y de princesas que nunca sería.

El tren Sarmiento llega a Moreno. Mamá atiende, si una está en el baile... bailemos. Mamá se preocupa, me mira, me dice que en unos días se van a la casa de la costa, que puedo ir con ellos. Huelo a mar, siento el sol, me gusta la idea, hace casi tres años que compraron la casita y nunca quise ir debido a la cláusula inamovible dictaminada por mi reina madre: nada de travestismo. Vestidito de maricón de civil y solo sol, arena y viento. Mmm... poner cosas en la balanza, ver ventajas y desventajas... pienso pienso y pienso. Y sí, me voy, unas vacaciones sin tacos, ni maquillaje ni bocinazos no me vendría nada mal después de todo.

Llegamos al mar después de casi 6 horas de aceptable convivencia: viejo vas a 140 en los carteles dice 100 Km... Empieza el régimen militar, se arma un cronograma de programa alimenticio para la breve estadía de diez días: sábado pollo; lunes pescado, martes calamares; domingo ñoquis. A la playa de 8 a 11 y de 15 en adelante dijo un médico en la tele que el sol está muy cancerígeno. Divido mi cerebro en dos: canales uno positivo y uno negativo, intento pasar todo por el primero, camino por la arena a la orilla y junto piedritas de todas las formas y colores, sedimentadas por quién sabe cuantos años por el mar, cada una era distinta, y pienso en la diversidad, en que todos somos distintos pero que no convivíamos como en el mar, sentí que quería ser piedrita bañada en agua y sal. Vuelvo a las reposeras donde estaban mi madre y mi tía, guardo las piedritas y veo un, me dispongo a dibujar algo en la arena como cuando éramos chicos y me encanta dibujar, mi madre gira la cabeza y sentencia:

—Ahhh... no madurás más, vos... lo único que faltaba, que te pongas a dibujar en la arena con un palito. Arremete al rato mi tía en el papel de villana secundaria

—y sí... no madura más...

Seguí dibujando porque me encanta, ayudada por mi canal cerebral positivo... hice un hermoso chanchito. Me senté como si nada a tomar sol en la reposera, pensando en esas piedritas que vienen y van dejándose llevar como si nada, tan diferentes una de la otra y conviviendo sin joderse para nada. Miré el mar inmenso, el que abrazó a Alfonsina, y me prometí a mí misma:

...Nunca dejaré de dibujar en la arena ni caminar por el borde del mar, no de juntar piedritas.

Sin autor
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Un general de EE.UU. escandalizó a Holanda


Un día después de que el ex comandante de la OTAN y ex general estadounidense John Sheehan dijera que las tropas de paz holandesas no pudieron evitar en 1995 la masacre de Srebrenica, Bosnia, por contar con homosexuales entre sus filas, el gobierno holandés reaccionó indignado y repudió sus dichos.

Sheehan afirmó anteayer que la moral de combate de las tropas holandesas era demasiado baja para defender el enclave musulmán de Srebrenica, debido a la presencia de homosexuales. Lo dijo en una comparecencia del Senado en Estados Unidos sobre la posible autorización de gays en las fuerzas de combate norteamericanas.

Srebrenica era vigilada en 1995 por "cascos azules" holandeses -con una presencia reducida y sin mandato del Consejo de Seguridad de la ONU-, que se retiraron tras las amenazas de ataque. A continuación, las fuerzas serbobosnias conquistaron la ciudad y mataron a 8000 musulmanes. Sheehan añadió que el entonces jefe del Estado Mayor holandés, Henk van den Breemen, le confesó que los gays en su ejército fueron "parte del problema" en Srebrenica.

El primer ministro holandés Jan Peter Balkenende denunció como "irresponsables" las declaraciones del militar norteamericano. "Para los soldados holandeses, sean homosexuales o heterosexuales, es sumamente equivocado hablar así, sobre gente dedicada que estaba trabajando en circunstancias sumamente adversas´´, agregó.

El embajador holandés en Washington, Bos Renée Jones, dijo que en ningún informe a nivel nacional e internacional se detectó "alguna relación entre la masacre y la presencia de soldados homosexuales".

Agencias DPA, AP y ANSA

sábado, 6 de marzo de 2010

Cama adentro


Seis años atrás, con la película Una noche en Buenos Aires, Darío Marxxx se convertía en el primer director de cine porno gay del país con productora propia. Ahora que ya tiene nueve películas en su haber, incluida la recién estrenada Doble moral, está en condiciones de contar algunos secretos del oficio y de trazar la silueta del actor porno ideal.

¿Cuándo fue que a Darío Marxxx se le agregaron dos x?

—En realidad las tuvo siempre. Yo me llamo Darío Marcelo, y como Darío es un nombre que no uso nunca, me puse Darío Marxxx, por lo que fueron tres y no dos las x que vinieron con su cromosoma.

¿Y qué te llevó a hacer películas porno gays cuando nadie se dedicaba a eso en la Argentina?

—Si vamos al caso, ahora tampoco hay otras productoras que se dediquen al rubro. Seguimos siendo los únicos. Acá se produce porno hétero, y si el porno gay no está del todo bien visto es por el punto de vista heterosexual con que se maneja la industria argentina del porno. Yo he ido a algún que otro festival de cine triple X (festivales que son siempre heterosexuales) y he sentido cierto menosprecio de parte de mis pares. Como si los demás directores (que en la Argentina son cinco o seis, no más) no me consideraran un par por hacer porno gay, o como si lo que yo hago no se pudiera comparar con lo que ellos hacen.

¿Y en qué dirías que sí hay diferencias?

—En una película hétero, la estrella es la mina. Siempre. Mientras que en una película gay la estrella es el chico, por lo que casi todos son estrellas. Por eso sale más caro producir una película gay que una película hétero. En una película gay les tenés que pagar a todos más o menos lo mismo, salvo en el caso de los protagonistas. En una película hétero les pagás a las chicas, y a los chicos, en muchos casos, los conseguís gratis. Eso es una práctica habitual, cumplirle la fantasía al tipo que piensa: “Bueno, voy a coger con minas lindas y encima me pagan”. Pero en una película hétero un pibe a lo sumo gana 200 pesos (si es que no va gratis), mientras que en una película gay lo menos que gana un pibe son 700 pesos.

¿Por qué pensás que tuvo que pasar tanto tiempo para que alguien se propusiera hacer porno gay en la Argentina?

—Supongo que por la hipocresía que todavía existe socialmente. Buenos Aires es una ciudad que se considera gay friendly, pero lo es por necesidad y no por convicción. ¡Buenos Aires es gay friendly para el turista! Cuando empecé a hacer películas, no conseguía una sola empresa que me auspiciara con lubricante, con preservativos, con ropa interior. Y hemos hecho presentaciones de las películas en bares, en discotecas, y hubo empresas que nos dieron champán, pero con la condición de que no las nombremos. Ahí te das cuenta de los prejuicios que todavía existen.

Contando Doble moral, ya llevás nueve películas filmadas. ¿Qué cambió de tus comienzos hasta ahora?

—En Una noche en Buenos Aires, que a mí me gusta porque es la primera película que hice, yo no tenía idea de nada y los defectos técnicos que tiene son terribles. Entonces yo todavía no filmaba, sólo dirigía, y tuve que armar un equipo de camarógrafos que después siguió trabajando conmigo. Pero ninguno de ellos había filmado porno antes, y mucho menos porno gay, sin contar que eran todos tipos heterosexuales. En las primeras películas eso fue un poco complicado. Sobre todo porque, si bien los pibes lo veían como un trabajo, era raro para ellos tener que andar metiendo la cámara en esos lugares. Me acuerdo, por ejemplo, de que en la escena final de El cumple de Lucas —en donde todos le acaban encima al protagonista—, uno de los camarógrafos no se pudo contener y dijo: “¡Uy, qué asco!”. Entonces lo agarré, lo saqué aparte y le dije: “¡Pero no! ¡No podés decir eso!”. Y él se disculpó en veinte idiomas, diciéndome que le había salido de adentro, que no estaba acostumbrado.

Una de tus últimas películas, Vampiros en Buenos Aires, tiene una trama de ribetes fantásticos y hasta efectos especiales. Pero, si uno se fija en Internet, salta a la vista que la pornografía ha ido girando en los últimos años hacia una estética mucho más afín con el reality: escenas sexuales sin música y sin más actuación que la que supone el acto sexual en sí mismo.

—Nuestra idea, de ahora en más, es filmar una película por año y además filmar escenas para comercializarlas por Internet. Hoy en día la gente ya no quiere tener el disco en su casa y las películas con trama son cada vez menos. Pero a mí me gusta que una película tenga un mínimo argumento. Como director lo digo. Más allá de que sea una estética más amateur, lo que hoy, sin duda, está marcando tendencia.

¿Y por qué pensás que el sexo tiende a depurarse de ese modo en la pornografía?

—No sé si los directores están tan de acuerdo con eso. Seguramente es lo que piden las productoras, además de que es mucho más barato. Hay una película de Falcon filmada en Atenas, que son dos DVD, y que te das cuenta de que tiene un gasto de producción de la puta madre. Imaginate lo que les habrá salido trasladar a todos esos modelos americanos a Grecia, pagarles el hospedaje, los sueldos... Es como una película de cine. Una superproducción de ese tipo hoy ya no tiene sentido. La gente se ha acostumbrado a ver pornografía en la computadora y no en un televisor LCD de 42 pulgadas. Por eso ya no es necesario fijarse tanto en los detalles. El sexo es mucho más real, la cámara está ahí, te muestran las luces, el set de filmación.

Y hasta podés jugar al actor porno, filmándote con el celular, en la comodidad de tu casa.

¿Qué tipo de pornografía te gusta y qué cosas te excitan más en una película porno?

—Me gustan las películas con chicos con cuerpos más normales. No me gustan tanto las películas americanas, por el estereotipo de chico americano, musculosito, rubiecito. Me gustan más los chicos latinos. Pero lo cierto es que la pornografía que se hace en el mundo se produce, en gran medida, para el público americano. De ahí que haya mucho porno gay producido en Europa del Este, en donde el tipo de chico que encontrás es muy parecido al americano.
¿Y con tus películas? ¿Nada?

—Jamás les he dado una utilidad erótica a mis películas. Muchas veces me preguntan: “Che, cuando filmás, ¿no se te para?”. Y no, ni ahí. Es un trabajo. Lo veo desde un lado completamente distinto al que lo ve la gente. Porque una cosa es lo que yo veo y otra lo que ve la cámara. De lo que estoy pendiente todo el tiempo cuando filmo es de lo que ve la cámara.

¿Te llama la atención que hoy en día el bareback (sexo sin preservativo) sea el género más producido en la industria del porno gay a nivel mundial?

—No sé si me llama la atención... Es todo un tema ése. Hay empresas que no harían nunca bareback, y hay empresas que nacieron haciendo ese tipo de películas. Jeff Palmer, que empezó filmando para Falcon y después se pasó a SX Video, y que muchos lo consideran uno de los actores pioneros del bareback, es un caso paradigmático. Y esto lo digo porque una vez que un actor filma bareback es muy difícil que después lo contraten de una empresa que no se dedica al género. Si vos te fijás, en los Estados Unidos no hay muchas productoras de bareback, mientras que en Europa son casi todas. Incluso ves chicos muy jovencitos filmando ese tipo de sexo. Y si bien al principio de las películas te ponen advertencias, que dicen que es una práctica riesgosa, que no se recomienda hacerlo y que lo que te están vendiendo es una fantasía, de cualquier modo lo hacen. Estas advertencias con respecto al sexo no seguro tendrían que aparecer, supuestamente, también en Internet. Pero no aparecen.

¿Y por qué filmarías y por qué no filmarías bareback?

—Filmaría bareback con chicos que estén en pareja, obviamente con los tests que es necesario hacerse. Y no filmaría bareback porque, como te decía antes, es un paso que no tiene punto de retorno, pensando en el funcionamiento del mercado del porno.

Al principio, en tus películas te las arreglabas con taxi-boys, pero después fueron apareciendo chicos que, sin ser del rubro, también querían actuar. ¿Con qué situaciones se encuentra un director porno a la hora de hacer un casting?

—Lo primero que le pregunto a un pibe cuando viene es por qué quiere hacer una película porno. Y ahí ya me doy cuenta de si viene por la plata, o porque es exhibicionista, o si busca cumplir una fantasía. Te encontrás de todo. Un tipo, por ejemplo, vino al casting con su mujer y su hija de siete años... ¡a sabiendas de que era para filmar una película gay! Después hubo otro caso de una pareja, un chico y una chica, que vinieron los dos al casting y que me dijeron que la fantasía de ella era ver cómo el marido se cogía a un tipo. Y yo le dije: “Mirá, todo bien, pero yo no soy Julián Weich para andar cumpliéndole sueños a la gente”. Al chico lo elegimos y a la mujer le aclaramos que no podía venir, pero el día de la filmación se apareció igual, con la excusa de que venía a traerle cigarrillos al marido. Lo que pasa es que quienes lo ven de afuera, por lo general, tienen una idea bastante errada de lo que es hacer porno. En una película se corta, se cambia de escena y no se coge como se coge habitualmente. Si no filmaste antes, te aseguro que se prenden dos luces y te enfoca una cámara y lo más probable es que se te baje la pija.

¿Qué hay que tener para ser un buen actor porno?

—Personalidad, presencia. Si tenés 20 centímetro de pija, perfecto, por ahí te eligen por eso, pero la actitud es lo más importante. Yo siempre digo: no se coge sólo con la pija o con el culo: se coge con todo el cuerpo. Y el tipo que está viendo una película se tiene que calentar, si no, no sirve. Si vos estás cogiendo en una selva, bueno, por ahí el erotismo puede estar en el lugar; pero si estás cogiendo entre cuatro paredes, depende de vos que el tipo no se quede dormido o busque pasar a la escena siguiente.

¿Y qué pensás que busca alguien en el porno gay argentino que no encuentra en otras películas?

—La curiosidad de ver caras conocidas. El morbo de ver si tal o cual es activo o pasivo. Y también lo excitante que puede ser ver coger en tu idioma. En nuestras películas, cuando los chicos cogen, siempre tratamos de que hablen. Y lo que dicen son cosas que dice cualquiera. Esa proximidad excita bastante. Nada de “Oh, yeah!” entonces.

Patricio Lennard
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viernes, 5 de marzo de 2010

En una escuela de Nogoyá autorizan a un abanderado a vestirse de mujer


Tiene 17 años y un desempeño escolar sobresaliente. Se trata de un estudiante, primera escolta de la Escuela Superior Doctor Antonio Sagarna, de Nogoyá, Entre Ríos, que fue autorizado a asistir al colegio vestido de mujer. El pedido fue hecho por él, con el respaldo de sus padres. "No soy feliz dentro del envase de hombre", explicó ayer a LA NACION.

Su caso fue tratado por directivos de la escuela y el consejo consultivo que actúa en el ámbito del establecimiento educativo, y llegó incluso hasta las más altas esferas del Consejo General de Educación de Entre Ríos.

"Por ahí hay gente que no entiende y me dicen que esto que yo quiero demostrar es un pecado. Mi respuesta es que si acaso es un pecado voy a pecar cada segundo de mi vida, porque esto es lo que quiero para mí", dijo con firmeza.

El tema fue tratado con profundidad en el ámbito escolar. "Lo que ha ocurrido -dijo la vicerrectora de la escuela en diálogo con El Diario , de Paraná-, y por más polémica y difusión que exista, no quita mérito al momento de destacar la inteligencia y aplicación en el estudio, lo que llevó a que [el alumno] sea escolta de la bandera. Y lo seguirá siendo y en ningún momento se cuestionó su permanencia como alumno regular."

La docente afirmó que no fue para nada una sorpresa el pedido del alumno. "En la calle o en su casa, este chico utiliza siempre ropa de chica, y a la vista de cualquiera que no lo conoce es una chica más. Incluso cuando vino a anotarse para este último año a cursar creo recordar que andaba con una pollerita mini."

Cuestión de nombre

"Kylie" es el nombre con que el menor ha pedido a sus allegados que lo llamen. En su escuela ya autorizaron el cambio de vestimenta. Sin embargo, por cuestiones legales, para la escuela continuará siendo el jovencito que indica su documento. "Más allá de que él se haya autoimpuesto un nombre femenino, nosotros, y no por capricho, tenemos que seguir dirigiéndonos a él con el nombre que figura en su documento de identidad. Incluso, por ser menor de edad y no estar legalmente autorizado a cambiar su identidad", agregó la directiva escolar.

El protagonista de esta historia se siente plenamente mujer y sostiene que simplemente tiene "un envase de varón".

"Desde los cuatro años tengo esta elección sexual, cuando iba al jardín de infantes y le confesé a mi mamá que me gustaba un compañerito. Ella en ese momento le restó importancia, pero ahí supo que yo iba a ser como soy", contó.

Sin embargo, hoy, sus padres y hermanos lo respaldan en su decisión: "El día que yo le dije a mi mamá, ella me aceptó como soy y yo siempre le estaré agradecida. Lo mismo que a mis hermanos, que me quieren como soy".

Asegura que la relación con sus compañeros es dispar. "Hay quienes aceptan cómo soy y quienes no. Yo soy consecuente conmigo, que es lo que me interesa. Y, fuera de eso, acá no hubo mayores problemas. Se están resolviendo cuestiones como qué baño voy a usar en la escuela. Mientras eso no quede claro estoy evitando ir al baño", confió a LA NACION.

Desde el máximo ámbito educativo entrerriano hubo también un respaldo explícito a Kylie. "No podemos hacer otra cosa más que respetar su elección, la de sus padres y la decisión de la escuela", dijo la presidenta del Consejo General de Educación y ex senadora nacional Graciela Bar.

Kylie tiene 17 años, cursa quinto año, es primera escolta de la bandera argentina y exhibe un promedio de calificaciones superior a 9. "Lo que yo quiero es que la gente me entienda", pide con firmeza de cosa decidida.

Jorge Riani
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jueves, 4 de marzo de 2010

Santas características


“Creo que Jesús era un gay compasivo superinteligente que entendió los problemas humanos. En la cruz perdonó a los que le crucificaron. Jesús quería que fuéramos amables y compasivos. No sé qué hace que la gente sea tan cruel. Intenta ser una mujer gay en Oriente Medio, vales lo mismo que muerta.”

Tal vez los anteojos de Sir Elton John ya no son lo que eran en su juventud pero sus estridentes declaraciones siguen dándole esa pátina de espectacularidad maricona que tanto adoran sus fans. Reinterpretar a Jesús como un “gay compasivo superinteligente”, como lo hizo en la entrevista que dio a la revista inglesa Details Parade es mucho más estridente que cualquier atuendo y ha tenido repercusiones de toda clase de iglesias cristianas que han puesto el grito en el cielo no sólo por lo de gay sino también por lo de “súperinteligente”. El caballero, que habló en la misma entrevista de su matrimonio con David Furnish, tenía un objetivo claro: alertar sobre el modo en que se trata a los homosexuales en Africa y Oriente Medio, aunque no es seguro que ciertos personajes como el Papa alemán hayan logrado pasar de la primera línea al meollo del asunto.

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En tránsito


Stephan Jacob se define como un hombre trans homosexual. Nació en Bélgica hace 54 años y reside en La Plata, desde hace uno. Hasta los 48 vivió como mujer, tuvo dos hijxs, un marido, luchó por el derecho al aborto. Pero un día vivir como varón se manifestó como “urgencia” impostergable y empezó su transición. Actualmente es uno de lxs organizadorxs del Festival ¿Anormales? por la visibilidad de los chicos trans, las personas intersex y las lesbianas.

Ser un chico trans es...

—Ser un auténtico varón con una historia diferente a la historia de quien fue asignado varón al nacer. Esa historia es la de ser educado como una chica y haber ocupado ese lugar de chica en una sociedad sexista. Y es también la historia de haberme confrontado a la transfobia, sentir en el cuerpo la violencia que opera en esta sociedad contra quien se atreve a enfrentar las normas del género. Ser chico trans es haber padecido, en mi historia como chica, cuando era visto como chica, todo el discurso sexista, y luego, como trans, todo el discurso médico y psiquiátrico. Es por eso que cuando la gente me pregunta si en otra vida me gustaría nacer chico, yo respondo que no, a mí me gustaría volver a ser trans. Parte de la riqueza de ser trans está en esta historia del tránsito. Esta experiencia forma parte importante de mi historia y de mi identidad trans.
Esto es algo de lo que se ha dicho poco...

—Sí, y tiene que ver con la transfobia, una transfobia externa e interna que hace que uno se sienta con vergüenza de ser lo que es y decirlo, pero infelizmente creo que sobre todo se debe a que para la gente en general la vida trans es siempre asociada al sufrimiento. Ser trans es ser visto como alguien que como mucho merece compasión, alguien cuya vida nos produce la exclamación de “¡pobre chico!”. Pero ésta no es la experiencia que yo rescato, mi experiencia es rica, e inigualable, es de haber tenido la oportunidad de vivir en la adultez una segunda pubertad, de haber experimentado al menos tres formas de estar y ser percibido en el mundo. Mi cuerpo considerado como “monstruoso” y fuera de la norma es productor de un placer inimaginable, replantea la idea de la belleza y de lo sexy.
Vos has sido un activista de muchos años...

—En Bélgica, a los 17 años y siendo mujer, he sido activista por la legalización del aborto. Luego ya estando en Portugal, donde viví por varios años, casado y con dos hijxs, me puse en contacto por medio de la Internet con una comunidad trans en lengua francesa que operaba desde Francia, Bélgica, y otros países europeos, pero donde había muy pocos chicos trans. Y es que la llegada a la visibilidad de los chicos trans en Europa es de hace poco tiempo, cuatro o cinco años atrás, no mucho más. En Portugal ya casada y con hijxs, he pasado por una etapa en la que me era imposible seguir viviendo como mujer pero tampoco sabía lo que era ser trans. En este tiempo yo acabé diciéndome que esperaba terminar la crianza de mi hijo más chico para después suicidarme. En el mientras me encontré un día en la Internet con la palabra transexual, trans...chico trans...aleluya, ya está, me dije (se ríe).
¿Y cómo fue ese encuentro con la comunidad trans?

—Fue de revelación y de salvación para mí. Pero cuando viajé a Francia para encontrarme con otrxs activistas trans, al presentarme como trans y homosexual, me dijeron: “Tú no tienes cualidad para ser trans, no existes, no puedes ser trans y ser homosexual”. Me confronté así con un segundo problema, con toda la restricción de la propia comunidad trans que asume los criterios normativos del género y la sexualidad. Más allá de esto, ciertamente la comunidad trans es un lugar de contención, de ayuda básica. La fuerza que da la comunidad es gigante porque cuando llegas a la consulta médica o a la de endocrinología ellxs conocen menos que nosotrxs acerca de nuestra condición. Nosotrxs tenemos más información porque hemos compartido nuestras historias y testimonios y llegamos a ser nuestrxs propixs expertxs.
Uno de los cortos que presentarán en el Festival muestra a varones trans en una marcha de visibilidad...

—Se trata de un corto sobre la primera participación de los chicos trans en las marchas “Existrans” (http://www.existrans.org/) de visibilidad de la comunidad trans que se realiza cada año en Europa y en algunos países de América desde hace ya 14 años. La marcha se realiza cada año en un país distinto. En ellas los chicos trans nos sacamos la remera para mostrar con orgullo las marcas corporales que nos quedan como parte del tránsito de identidad. En estas marchas también se han integrado las personas intersex y contamos con reivindicaciones específicas de parte de este grupo. Una de las reivindicaciones más importantes de la marcha es contra la psiquiatrización y los protocolos elaborados y usados para diagnosticar la “disforia de género”. Como dice la consigna del grupo trans de España, La Guerrilla Travolaka: hay que cambiar la idea de “disforia de género” por la de “euforia de género”.
¿Cómo valoras la articulación de lxs trans con las lesbianas, lxs intersex y el resto de la comunidad LGTB?

—Para mí la articulación es muy importante y necesaria. No veo el activismo sin la posibilidad de ir juntxs en contra del sexismo, la heteronormatividad y la psiquiatrización. Si hay algo que debe unirnos a las mujeres, a las lesbianas y a lxs disidentes de género y sexual es el reclamo por el derecho al propio cuerpo. Ese derecho al propio cuerpo se expresa tanto en la lucha por la legalización del aborto como en la batalla contra la esterilización forzada a que son sometidos los chicos trans en Europa. Si una chica pide ser esterilizada no se lo permiten, en cambio a los trans se nos obliga como parte del protocolo de adecuación corporal. A lo que nos enfrentamos es a una discriminación e imposición de roles de género bajo la patologización de todo aquello que enfrenta la normas. Esta es la base del sexismo, del rechazo a la homosexualidad, a la identidad transgénero o al cuerpo intersex. Es la misma cosa. Es por esto que tenemos mucho para trabajar junto al feminismo, aunque los grupos feministas esencialistas lo nieguen y se resistan.
La cuestión trans está articulada a la transfobia y a la violencia que genera ¿qué dicen las estadísticas?

—Las estadísticas oficiales dicen poco, éstas apenas hablan de la violencia verificable en un cuerpo verificable a través de protocolos definidos por el Estado y la medicina que determinan lo que es cada quien. Entonces las estadísticas sólo hablan de las personas que de acuerdo con el protocolo oficial son trans. El resto queda como basura, este resto no cuenta ya que no responde a los criterios oficiales o el cuerpo médico no ha intervenido en el proceso de la definición. La asociación canadiense ATQ (http://www.atq1980.org/archives/articles/statistiquessurlespersonnestranssexuelles.html) afirma que un 33,3% de las personas trans se suicida antes de conseguir la transición. Esto, por ejemplo, no aparece en la estadística oficial. En Francia, si yo me someto al protocolo de cambio de sexo, yo no soy declarado como trans debido a que soy homosexual. Para el cuerpo psiquiátrico francés yo soy alguien heterosexual y con hijos. Son incapaces de reconocer la diferencia entre la orientación sexual y el género. En Portugal me pasó lo mismo. Había cuatro criterios que yo no cumplía para poder ser catalogado como trans: mi orientación sexual, la edad de mi transición, el haber tenido hijos y mi estado civil de casado. Se podría decir que yo fui el primer casamiento homosexual ilegal en Portugal (ríe).
¿Por qué organizar un Festival de cine y documental sobre chicos trans, intersex y lesbianas?

—Hay varias razones. Primero, para visibilizar identidades que siempre han quedado en la parte de atrás del movimiento LGTBI; en particular, la comunidad de chicos trans ha sido la menos mostrada por los medios. Segundo, porque hay muchos chicos trans invisibles que ni siquiera pueden nombrar su experiencia porque no encuentran el nombre que la represente. También, porque hay que ganarle al machismo y al sexismo que hace representable y apropiable la femineidad y que objeta la posibilidad de apropiación y representación de lo masculino por voces no autorizadas. No es casual que las chicas trans gracias a esto gocen de mayor popularidad, que sus cuerpos sean la foto de tapa de las marchas del orgullo. Para una cultura patriarcal y heteronormativa los chicos trans somos desechables porque quedamos fuera del mercado de consumo al servicio del varón heterosexual. El chico trans se vuelve una figura inadmisible, odiosa, indeseable. El chico trans no interesa al mercado de la imagen. Lo mismo podemos decir de las lesbianas y las personas intersex.

El Festival “¿Anormales?” va dirigido a restaurar estas imágenes rechazadas, pretendemos contribuir a su visibilidad.

Festival ¿Anormales? Del 17 al 21 de marzo, Casa Brandon.
festivalanormales.blogspot.com
brandongayday.com.ar

Yuderkys Espinosa Miñoso
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El espejo desordenado


Por primera vez desde su primera edición en 1983, vuelve a publicarse La brasa en la mano, la novela de iniciación de Oscar Hermes Villordo en la que diseña toda una cartografía del deseo homosexual en los años ’50 y con la que patea el tablero tanto de su propia literatura como del modo sesgado y estetizante con que se venía tratando a la sexualidad disidente entre otros autores argentinos. Pero además, esta nueva edición tiene el valor de ser promovida por el Instituto de Cultura de la provincia del Chaco para su colección Rescates, devolviendo así el legado de este escritor que murió de sida en 1994 al patrimonio literario de su provincia natal. Como anticipo exclusivo, éste es el prólogo de la obra que será presentada mañana en la feria del libro chaqueño.

En un cuento de Misteriosa Buenos Aires, Manuel Mujica Lainez imaginó un espejo de-sordenado. Es un espejo veneciano, Venecia es tierra de hechizos y embrujos. Como si fuera un reloj, el espejo atrasa o adelanta las imágenes reflejadas en él. La luna del espejo tarda en devolver la imagen, como si ésta surgiera de lo más hondo del agua quieta. O por el contrario, se acelera y muestra algo que aún no ha sucedido, no se ha reflejado. El espejo tiene un efecto retardado, o adelantado. Es turbio. Está desordenado.

Pues bien: es una hermosa e inquietante metáfora para definir la relación de Oscar Hermes Villordo con Manuel Mujica Lainez en particular y en general con otros escritores ricos y aristocratizantes, con la derecha liberal y con la revista Sur. Plebeyo entre los patricios, biógrafo de varios autores de linaje (Mallea, Bioy, Manucho, Victoria Ocampo), pateó el tablero con una novela realista y antiestetizante sobre la homosexualidad como fue La brasa en la mano, un insólito e importante best seller de la apertura democrática, publicado en 1983; rompió el culto de la elegancia y la referencia sexual elusiva a lo Pepe Bianco. Aunque esto no significó una forma de traición, en absoluto. Simplemente vivió en una relación contradictoria y productiva con la elite literaria.

El deseo –sentirlo, vivirlo, narrarlo– fue el motivo del espejo empañado y turbio, del desfase. No rompió el espejo, no trajo la desgracia. Sí señaló las zonas grises, la desdicha de los personajes sin defensa, la absoluta intemperie de lo marginal.

“El Myriam terrible había aparecido” escribió en La brasa en la mano en referencia a su alter ego en la novela; “el que por obstinación, porque conocía, porque no quería renunciar, se acostaba en el balneario con los guardiamarinas, los bañistas, el último borracho del bar, el chofer que

iba a orinar en el yuyal, el primer encontrado, los prostituidos que acaban por desear otro cuerpo, los estibadores de la madrugada, el enfermo escapado del hospital, el muchacho perdido, los desocupados que lo llenaban de bichos y se peinaban con el pañuelo atado al cuello para no salpicarse; todo eso que está al margen y era la ola de su balneario que aparecía y desaparecía según los reclamos de las cárceles, los hospitales y la policía”.

Villordo no rompió el espejo pero sí lo de-sordenó.

***

La novela de aprendizaje de Villordo registra algunos rasgos típicos –como el advenimiento desde el pueblito del interior a la gran ciudad– y otros nada típicos. La familia presenta una posición curiosa: eran privilegiados en un contexto de acentuada precariedad. Nacido en 1928 en Machagai, un pueblo de Chaco al que adelantándose al realismo mágico hubo que cambiar de lugar porque se inundaba continuamente, tuvo una infancia ligada a la tierra y a las raíces indígenas que él narraría con cierta idealización en su último libro, Ser gay no es pecado, un opúsculo escrito por encargo ya al borde de la muerte. Ahí da cuenta de una sexualidad prematura y naturalizada.

“Tenía yo poco más de seis años cuando le dije al criado que nos cuidaba a mi hermano y a mí que quería acostarme con él. Yo sospechaba que él lo había hecho, o podía hacerlo, porque lo había oído hablar con el amigo con el que andaba. Me atraía. Se llamaba Wenceslao y era negro. Mi padre lo trajo a la casa seguramente sacado de algún calabozo porque era de confiar. Así se conseguía la servidumbre entonces en esa provincia.

–¿Qué me pide, niño? ¿Qué va a decir el subcomisario?

El subcomisario era mi padre, por eso lo del calabozo.

Debí decirle que ni él ni yo iríamos a contarle nada al uniformado, pero me quedé mirándolo, grabando ese momento en que estábamos solos, yo sentado en el baúl viejo que había debajo del emparrado, y él de pie frente a mí.

No hablamos más. Después lo vi murmurar con el amigo y señalarme. Fue la primera vez que me sentí rechazado”.

Más allá de ese rechazo primigenio, quizás adelanto de otros rechazos sociales y literarios, Villordo dio a entender que no tuvo una infancia desdichada. Hay, sin embargo, un recuerdo de esa infancia de pueblo y a cielo abierto, que no pudo licuar ninguna idealización: el de un crimen por odio sexual. Demasiado pronto sus ojos vieron ese horror en forma directa.

Fernando era un joven vendedor ambulante que aparecía por el pueblo fascinando a los chicos y seduciendo a las mujeres, empujando con fuerza de su carro, querido por los vecinos, alegre y desenfadado. Nada hacía prever el mal agazapado, el rencor o la envidia, o simplemente el odio en estado puro. Un día muy caluroso, el niño Villordo y su mejor amigo escaparon de la escuela para jugar en la plaza. “Aunque crecidos, y entregados libremente a nuestros afectos, éramos muy chicos para ser testigos por primera vez de un crimen contra homosexuales. El primer indicio de que algo había ocurrido fue la gente agolpada que vimos después de traspuesto el molinete. Frenamos la carrera. No; no la paró nuestra decisión sino las escena atroz. El muerto tirado boca arriba en el cantero, bajo los naranjos agrios, era Fernando. Junto a él estaba otro, caído, dado vuelta en posición supina prono, según los sumarios policiales que copiaron las crónicas de los diarios. (...) Se habló de cartas que la policía encontró en los bolsillos de los muertos, cartas llenas de malas palabras que la pareja de amantes dirigía a la autoridad en su furia suicida, pero nada de eso convenció a nadie y todos dijeron que tanto Fernando como su amigo habían sido asesinados”.

El padre aparece como una figura singular, un comisario de campaña que trataba bien a los presos, los usaba de criados en su casa y encarcelaba al hijo en la comisaría cuando éste cometía una falta o se excedía en una travesura. Pero en la comisaría el niño Villordo era tratado con devoción y cuidados extremos de parte de presos y policías, justamente por ser el hijo del subcomisario. Al final, contó Villordo, ese hombre de ley que fue su padre “murió en su cama, no en un tiroteo con contrabandistas o en un enfrentamiento con asaltantes armados, o en todo caso, víctima de las armas que manejó y casi no usó, prudente y respetuoso, aun en ese mundo que llamaba con cierta burla, ‘fuera de la ley’; no, no murió ahí ni así, sino en su cama, cuando el corazón se detuvo mientras dormía.”

El padre había sido además de un policía benigno, un buen lector, y sumado a un tío historiador y una abuela de origen francés muy culta, pudieron haber influido en su afición por la literatura.

En la casa de un amanerado y entrañable profesor de la escuela encontraría una muy bien provista biblioteca, que le despertó una dormida voracidad por los libros.

Terminado el colegio, Villordo recibió una beca para estudiar en Catamarca y finalmente se trasladó a Buenos Aires para seguir el profesorado. ¿Cómo fue que el niño de Machagai llegó a relacionarse, en los tempranos años 50, con Manuel Mujica Lainez, la revista Sur, el diario La Prensa? Varias tramas se entretejen ahí.

Villordo ganó un premio del Ateneo popular de la Boca en 1953 por Poemas de la calle. Ese libro merecería al año siguiente la Faja de Honor de la Sade. Y, además, entraría a trabajar como empleado en la institución, lo que le permitió conectarse con muchos escritores. Nótese ya desde muy temprano su posición diagonal, oblicua respecto del ambiente literario.

Manucho pronto lo tomó bajó su ala protectora, lo que, bastante obvio, tenía que ver tanto con su vocación literaria como con su condición sexual. Cuando surgió la oportunidad de figurar en una colección de jóvenes escritores, uno ya consagrado debía presentar a un nuevo; Mujica Lainez presentó a Villordo con palabras muy elogiosas, aunque años después Villordo sospecharía que Manucho no terminaba de considerarlo del todo un escritor.

Villordo también trabaría amistad con Pepe Bianco y llegaría a publicar cuentos en Sur (una primera versión abreviada de su novela corta Consultorio sentimental, apareció en la revista de V.O.) pero la relación empezó con el rechazo de un texto de atmósfera homoerótica.

“Le llevé un cuento que se llamaba El niño internado”, contó Villordo en una entrevista. “Hay un militar que se hace lustrar las botas por un chico y hay entre ellos una relación muy pero muy ambigua. Pepe me dijo: no se lo voy a publicar. Bueno, le contesté, pero por qué no. Porque me corresponden las generales de la ley, me dijo. ¿No es gracioso? Igual colaboré en Sur. No mucho. Me daban libros para comentar.”

Cuando llegó a Buenos Aires, además de estudiar en el profesorado ya que le habían transferido allí la beca de Catamarca, Villordo había empezado a trabajar en periodismo. Durante muchos años lo hizo en el diario La Prensa. Quiso profundamente al emblemático periódico de la oligarquía que paradójicamente lo echó tras quince años de servicio por adherir a una importante huelga liderada por el dirigente gráfico Raimundo Ongaro. La huelga triunfó pero como Villordo ya era encargado de sección, no lo perdonaron. “Un día fui a trabajar y encontré a otro en mi lugar. Y me fui, pero renuncié al cargo, a la indemnización y no mandé el telegrama que me pedían. Estaba indignado.”

Tiempo después ingresaría al diario La Nación, donde trabajó hasta su muerte.

Su inserción en el mundo literario, gracias a la SADE y al periodismo, se iba desplegando con cierta naturalidad aunque desde un ángulo más sombreado que luminoso. Fue el biógrafo de todo un segmento elocuente del campo intelectual. Hizo biografías por encargo para la editorial universitaria: Genio y figura de Eduardo Mallea (1973) y Genio y figura de Adolfo Bioy Casares (1983) mientras que en sus años finales repetiría el gesto con Manucho. Una vida de Mujica Lainez y con la biografía colectiva El grupo Sur (póstuma, 1994).

Mientras tanto, en 1971 publicó una novela simpática y sensible llamada Consultorio sentimental (la que había sido anticipada en Sur).

Para escribirla había aprovechado una curiosa experiencia como redactor en una revista femenina donde contestaba las cartas de lectoras en el correo sentimental bajo el seudónimo de Luisa Lenson. La sección se llamaba “Secreteando” y, en realidad, lo que hizo Villordo fue una suplencia de la escritora Luisa Mercedes Levinson. La novela transcurre en el ambiente de una redacción alocada donde los géneros y las identidades están mezcladas y confundidas. Entrar a la redacción, escribió, “era ser transportado al loquero donde tecleaba una máquina, se paseaban las chicas, se reía el dibujante, se aburría el ordenanza y no se creía en nada, absolutamente en nada”.

Más allá de los pases de comedia equívoca, hay una historia lateral protagonizada por un redactor llamado Michel que llama la atención por su crudeza y, a la vez, arrebato romántico. Empieza cuando Michel conoce en un baile a un muchacho escapado del hospital durante una salida furtiva del pabellón de enfermedades infecciosas (presumiblemente, está afectado de tuberculosis). Traban una gran amistad y el interno introduce a Michel en el mundo de los habitantes del hospital que entran y salen cuando pueden, y él se ofrece para hacerles de correo con sus novias. Más adelante, Michel conocerá a un interno taciturno y deprimido, el Flaco, quien pronto va a morir. La amistad se desliza a una forma más honda del amor, y en los momentos finales, Michel cumple con el último pedido del moribundo: le trae morfina para poder morir en paz. El mismo le aplica la inyección, y mientras el Flaco va entrando a la muerte sin dolor, “el redactor hizo algo que nadie comprendió: besó el punto rojo que quedó en el brazo de su amigo, con una rápida inclinación de cabeza, y enseguida desinfectó con el algodón el lugar”. Después de la muerte del Flaco, sus compañeros le regalan al redactor unas libretitas llenas de direcciones que encontraron en sus bolsillos, para que las conserve como recuerdo.

“Estaban conversando debajo de la ventana donde había una canaleta con un desagüe, semiocultos por los arbustos, como convocados por el muerto, cuando a él se le ocurrió ver qué direcciones tenía la libretita. Eran de mujeres, muchas mujeres, sólo mujeres. Lita, Perla, Cuca. Michel fue rompiendo una a una las hojas en pedacitos, incesantemente, sin darse cuenta, mientras el agua de la canaleta se llevaba los fragmentos, y sus lágrimas, también incesantemente, sin darse cuenta, le caían por la cara.”

Esta historia probablemente anticipe varias líneas de fuerza de su literatura que encontrarían cauce explosivo en La brasa en la mano: ternura y crudeza, estallido y contención, patetismo y lirismo en la perspectiva sobre los personajes; y el desencuentro en el delicado equilibrio del amor y la amistad entre varones.

Cuando en 1983 apareció La brasa en la mano, Villordo se fue convirtiendo en un personaje público. Salía asiduamente por televisión y daba entrevistas hablando abiertamente sobre su homosexualidad. El libro llegó a sobrepasar los sesenta mil ejemplares en los días de la incipiente democracia. Como parte del destape en cierne, era bastante elocuente. Vendrán luego La otra mejilla y El ahijado, donde se reiteran las peripecias homosexuales por suburbios, obras en construcción, cárceles, circos y otros enclaves de un circuito plebeyo, cada vez más alejado del círculo estetizante de la experiencia de sus maestros o colegas mayores.

El núcleo de la vivencia homosexual que narra Villordo en sus libros publicados desde 1983, está anclado en la década del 50. Según lo explicaba en una entrevista, “el año de La brasa en la mano es 1950, cuando no había libertad pero se podía conversar, los homosexuales se mezclaban en la corriente como podían. Esa experiencia es la que está en el libro. Y también los lugares. La ciudad entera es el escenario de la novela. Está la estatua de San Martín a propósito, el héroe impoluto que señala con el dedo, y la plaza San Martín, que era un centro de yiro, de búsqueda. El comercio no era exclusivamente monetario. Había interés en la homosexualidad, eso estuvo siempre presente. Pero generalmente había que sostener económicamente al amado”.

En cierta medida la novela fue “vivida” en los años 50, y escrita entre los 60 y 70. En 1976, durante una estadía en los Estados Unidos por una beca Fullbright, la pasó en limpio. Hubo un intento de publicarla en México que no prosperó, y recién vio la luz en Argentina en junio de 1983, en los estertores de la dictadura, y gracias a una decisión editorial de poner sobre la mesa los textos más fuertes posible.

Diez años después casi exactos de la aparición de La brasa en la mano Villordo hizo pública su enfermedad que pronto le causaría la muerte. Fue a través de un artículo en La Nación el 9 de septiembre de 1993.

“A mí no me va a tocar. Pero me tocó. Tengo sida. Lo supe hace dos años. No le dije hasta ahora para reservarme el sufrimiento y si lo digo ahora es con el único fin de ser útil. Si no lo consigo desde ya pido perdón.”

Lo que en esos últimos tiempos había sido un secreto a voces en el mundo literario, con la revelación pública llevó a Villordo a una militancia resignada pero activa. Dio entrevistas, reconoció sin vueltas a través de un video que había llevado una vida sexual promiscua, instó a hacerse el análisis y a no discriminar a los enfermos. Eran años donde arreciaba la presión de la Iglesia Católica sobre las costumbres y ciertos monseñores querían enviar a gays y lesbianas a vivir a una isla, entre otros dislates. Villordo, católico practicante, terminó enfrentándose a los voceros de su iglesia, aunque sostuvo su fe.

“Alguna vez, permítanme citarme en medio de mis padecimientos –escribió en el artículo de La Nación–, escribí unos versos: ¡Yo que creí que era de espuma y soy de sangre y de ceniza! En efecto, el sida vino a probarme que soy un cuerpo por el que circula el líquido con el ancestral sabor del mar, condenado al impalpable polvo que resta del leño quemado...Si me lo ocultara, fracasaría en la lucha. Oscar Wilde sabía que el dolor es un momento muy largo. El sufrimiento también, con la diferencia de que está fuera del tiempo y entonces es larguísimo. Tampoco debe ignorarlo el enfermo.”

Murió el primer día de 1994 en el Hospital Británico.

***

La brasa en la mano es un ejercicio de narración arborescente, una novela que a la manera de Proust, se va por las ramas. En la medida en que el narrador intenta contar a sus amigos lo feliz que está porque un joven amante le ha declarado su amor, se pierde en los pormenores de las historias de vida de esos amigos (Beto, Myriam, Adolfo, Babá) y cuando termina de recorrer las ramas, el amor ya se ha terminado porque el amado lo abandona para irse de viaje. Gran parte del problema es que está enamorado de un heterosexual u homosexual no asumido en términos sociales y de la moral media de la época. La raíz proustiana del relato es innegable: los celos, las idas y vueltas del amor por un “inferior” social, un amor no correspondido, un equívoco obsesionante y persistente (“¡y todo por una mujer que no era mi tipo!”, resuena el grito de Swann). La fiesta de la marquesa de Saint Euverte encuentra aquí un equivalente en la fiesta de Babá, a cuyo término se precipita el final de la relación del narrador con Miguel. Banquete, desborde, celebración de la decadencia y parranda de suburbio se dan cita a los postres en la fiesta de Villordo, “cuando el banquete tenía las señales del rímel de la ojera de Conce, que se la había corrido marcándole una estría en la cara blanqueada, la sofocación de la Viuda, cuyo calor iba en aumento, la costra de Baba, más pegajosa, y su sonrisa más blanda, porque aunque él no tomaba bebía furtivamente de mi copa. Y tenía, sobre todo, la alegría de la borrachera colectiva, su fuerza, que si bien desata las convenciones, crea a la vez otras, las inventa, y ya no se sabe ante cuál de ellas se está, porque cuesta reconocerlas en la exageración”.

El relato es además una fabulosa cartografía de la sexualidad más o menos clandestina de los años 50 en la ciudad de Buenos Aires, con sus prototipos, códigos y enclaves: los soldados, los “señores con plata, las plazas y el suburbio con sus ranchos al descampado, la sexualidad del proletariado urbano y suburbano, y los lugares más secretos de mezcla social como los bares portuarios y las paradas de los camioneros.

Cuando Villordo puso este libro sobre la mesa inexorablemente pateó el tablero. En principio, rasgó el velo de su propia literatura, más elusiva y amable hasta entonces, y cruzó la línea del tratamiento sesgado y estetizante que se le había otorgado a la homosexualidad en los círculos de alta literatura de los que él mismo se alimentaba: los desmayados pupilos de Bianco, los lánguidos efebos de Mujica Lainez, se desintegraban literalmente en manos de los personajes de Villordo, donde el sexo ocupaba el primer plano y donde los sentimientos también se decían por su nombre, en un mundo plebeyo que dejaba muy atrás, como en una comarca remota y alguna vez entrevista en un viaje ya lejano en el tiempo, el deseo que sólo tenía credenciales si estaba legitimado por la Belleza, pagando algo así como un derecho estético a la existencia.

Villordo pateó esa forma de la Belleza; deseó al pobre, al feo y al enfermo.

Desordenó el deseo de la elite.

La primera vez

Hasta La brasa en la mano no se había escrito una escena similar a la que describe la iniciación sexual de Mario-Myriam, a los nueve años, con un muchacho de veinte. Hay un tono absolutamente ambiguo entre la curiosidad, el deseo, la seducción y finalmente la violación. Parece ser una escena de “entendimiento” entre el chico y el muchacho que se va trastocando en otra cosa, en otra clase de deseo. Es, sin dudas, una de las escenas más fuertes de la literatura argentina.

“Entonces lo dejó hacer, tanto que el muchacho extremó sus cuidados, le dijo muchas palabras tiernas y sólo cuando él quiso encogerse por el verdadero dolor, que presentía más que sentía, le separó brutalmente las nalgas y empujó. Iba a gritar pero el otro le hundió la cabeza en la almohada, y con una sabiduría que sólo mucho después comprendería, lo tuvo allí sin soltarlo, sin atender a sus forcejeos y haciéndole doler, yendo y viniendo, como si su cuerpo fuese una mano apretada, un pequeño puño que no quería ceder pero que al fin cedería, hasta el grito cuando se sintió hundido y los testículos del otro golpearon entre sus piernas, y lo dejó gritar, le dijo que ya estaba, que no era nada. Y aunque el sufrimiento fue insoportable, tocó hacia atrás (como se lo pedía el otro, para consolarlo), y aguantó, comprobó que ‘faltaba poco’, que no debía asustarse si le gustaba, conteniendo los gemidos cada vez que el muchacho se movía y le decía que era guapo, que así debía ser, que hiciera el último esfuerzo, mientras lo levantaba por debajo y lo tocaba él también, y el peso del cuerpo lo apretaba hasta asfixiarlo, el aliento le quemaba el cuello y la otra mano (la que había soltado el empuje) le hacía daño, lo abría entre las nalgas, cada vez más para llegar al final, que ahora sí llegó, cuando se soltó y fue penetrado con un grito que lo ahogó, le llenó la garganta, le impidió gritar, lo aflojó, y tal vez con un desmayo, porque nada supo, insensibilizado por el dolor, cuando quiso reaccionar, el amigo se despegaba lentamente, ya no temblaba y con mucha delicadeza lo libraba del suplicio, poco a poco para evitarle el sufrimiento (pero sin conseguirlo porque no acababa de salir) y caía a su lado y lo acariciaba, lo abrazaba con una ternura que lo hacía llorar, comenzando por las nalgas y el orificio obliterado (que le limpió) y siguiendo por las lágrimas, que tanto lo avergonzaron. Así fue la primera vez, decía”.


Claudio Zeiger
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