lunes, 21 de septiembre de 2009

Para los viejit@s lésbico-gays


Se llama Puerta Abierta a la Diversidad. Convoca a lesbianas, gays, travestis y bisexuales de la tercera edad. Lo conduce una pareja de mujeres lesbianas. Pero es abierto también a los heterosexuales. El centro comienza a funcionar este mes.

Todo comenzó con grupos de apoyo terapéutico y de asesoría sobre derechos para la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales y travestis. Diez años después y producto de múltiples relatos de soledad y discriminación, la organización Puerta Abierta vuelve a ser anfitriona de la diversidad. Para no invisibilizar nunca más su sexualidad, a partir de este mes la tercera edad puede compartir experiencias identitarias y etarias en el primer Centro de Jubilados y Pensionados lésbico-gay de la Argentina. Pese a su clasificación nominal, la piedra de toque del proyecto radica en la apertura total: “Nos interesa que todos los viejos y viejas que quieran y puedan se acerquen para pasarla bien. Todos, significa todos: homos, bis, trans y héteros”. Desde un dúplex de Almagro, la psicóloga Graciela Balestra y su pareja y coideóloga de la iniciativa, Silvina Tealdi, describieron detalladamente la original propuesta “para los mayores de 65” de la ciudad de Buenos Aires.

“Nuestra sociedad se rige por una regla fundamental: la heteronormalidad”, dice Silvina y explica que “para poder poner en marcha el centro, nueve jubiladas (e integrantes de PAMI) ofrecieron sus nombres e identidades en pos de conformar la comisión directiva de Puerta Abierta a la Diversidad”, explicó a Página/12 la futura coordinadora de hombres y mujeres de la tercera edad “sin prejuicios con el diferente”.

Entre infusión e infusión, sentadas literalmente en la minimalista cocina del que será el Centro de jubilados, las mujeres relataron la compleja e interesante iniciativa. “Actividades programadas para los fines de semana, asistencia psicológica, talleres culturales, gimnasia o yoga. También, la idea es hacer viajes –sostuvo Graciela–. En realidad, entre todos y según las necesidades de los que vengan se van a ir desarrollando los distintos recreos.” Después de años de experiencia terapéutica en la perspectiva de la diversidad, Graciela explicó el porqué de la construcción comunitaria de Puerta Abierta a la Diversidad: “Muchos de ellos participan de otros centros de jubilados, pero lo que constantemente narran es que no logran integrarse y deciden invisibilizar su orientación sexual”.

Paradójicamente, la decoración del centro está engamado en tonalidades binarias. En planta baja, sillas negras y lámparas blancas. Arriba, veladores negros y sofás blancos. También, los relatos y necesidades de las nueve mujeres de la comisión directiva de Puerta Abierta parecen (a veces) contradictorios. “Una de las señoras –contó Graciela sin nombrarla– no va a decir a sus amigos heterosexuales que es miembro ni que viene al centro porque, según ella, está platónicamente enamorada de una viejita de otro lugar al que concurre y le da miedo que la rechace.”

Aunque es la primera vez que gays y lesbianas sexagenarias pueden contar con un verdadero espacio de pertenencia, “todas las personas en nuestra cultura tenemos una carga de homofobia implícita”. Según Silvina, en esa fórmula radica “la verdadera importancia de tener un lugar donde poder hablar sin temor a que nos segreguen y nos discriminen”. Porque no sólo en la tercera edad el miedo constante a ser maltratado ante la diferencia produce y reproduce silencios, sino que también “hace algunos años una mujer de no más de 40 y tantos años, con una hija preadolescente, nombraba a su esposa como ‘amiga’, pese a que compartían dormitorio con cama matrimonial”, explicó Silvana, quien convive con su pareja y los hijos de su mujer hace más de 10 años.

En Quito al 4000, en un remodelado PH de Almagro y desde hoy, el centro de jubilados y pensionados lésbico-gay está en perfectas condiciones para comenzar con las actividades recreativas “para todas las personas que respeten la diversidad”. En principio y según las palabras de Silvina, la pareja de mujeres va a ser la encargada de resolver todas las cuestiones institucionales y administrativas del espacio. “Hacemos de todo, somos recepcionistas, coordinadoras de los grupos, secretarias de los profesores, jubiladas y, también, lesbianas”, dijo entre risitas la esposa de Graciela.

De todas maneras, las mujeres sueñan con la utopía de una cultura sin ghettos sexuales, donde “la idea de hacer un centro cultural lésbico-gay fuera un absurdo y cada cual se sintiera cómodo en cualquier lugar”. Hasta que las intenciones relatadas por Graciela no sean realidad, la casilla de correo electrónico puertaa bierta2007@yahoo.com.ar es una verdadera posibilidad de apertura para gays, lesbianas, trans, bi o heterosexuales.

Informe: Mariana Seghezzo
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domingo, 20 de septiembre de 2009

Poniendo el cuerpo


Consola, cds, petaca de whisky, batido proteico, muchos cables y muchas bananas. Eso llena el bolso vitamínico-rocker de Electrochongo, el proyecto solista de Juan Pablo Malvasio, tecladista, cantante y fisicoculturista, que con su “masa corporal” y sus canciones desarma estereotipos musicales y estéticos. El bolso con su peculiar contenido está en el piso casi lleno. Electrochongo (alias Fok) se alista para “hacer lo suyo” en la noche del under porteño.

¿Siempre llevás todas esas cosas?

—Sí, porque a veces en el transcurso de la noche me quedo a media máquina y necesito recargar energías. Este es el bolso de Electrochongo.

¿Qué hay debajo de ese nombre?

—Electrochongo es un concepto. Son dos palabras que tratan de fusionar lo que hago musicalmente con mi imagen. Es un poco usar la palabra chongo, que habla de cierto tamaño y de una actitud “a lo macho”, pero que a la vez es una palabra muy de ambiente y que también usan las minas. Es como una burla, una provocación.

De tus letras se desprende cierta ironía, cierto no tomar en serio cuestiones que tienen que ver con tu sexualidad. ¿Es una provocación?

—Es raro porque yo no trato de meter mi sexualidad en lo que hago. Si bien se mete en el medio porque inevitablemente es algo que es parte de uno, las letras siempre las escribo casi sin género, como por ejemplo el tema “Sos tan fácil”, que podría ser cantado por una chica y no tendría que cambiarle las palabras, o “Mamarracho”, que también podría haber sido “Mamarra- cha”, aunque hubiera sido entendida como para una travesti, no sé, es una palabra muy marica. Las letras que hago no tienen una definición tan obvia de género. Me gustan muchos artistas que escriben así. Lo que sí tiene que ver con mis letras es cagarme un poco de risa de eso y ahí es donde se empieza a meter un poco más la referencia a cosas de la comunidad osuna, por ejemplo, o a diferentes fetiches. Fue algo que apareció solo y me lo tomé con humor, tampoco es todo tan en serio. Pero hay gente a la que le resulta chocante.

Más de uno te habrá odiado.

—Sí, alguna puteada escucho, no tanto en vivo. Capaz que al principio te miran como de costado pero después, en definitiva, es música para bailar. Me puse re-Mickey Vainilla: “no sé qué le ven, es música para divertirse, es pop” (risas).

¿Por tomar tantas cosas del ambiente en joda te han catalogado de prejuicioso?

—Muchas veces. Me lo han dicho por el look. Por ser rapado, usar pantalón militar y campera aviadora me han dicho skinhead. Muchos pensaban que era nazi sabiendo que soy gay. Eso es algo contradictorio. Allá ellos. Y por mis letras también, pero no están basadas en prejuicios sino en vivencias. Tienen una mirada crítica. Prejuicio es cuando mandás sin saber.

¿Y tu cuerpo qué parte juega en lo que hacés? Tu vestuario habitualmente es únicamente una zunga...

—En el fondo no me importa eso, porque parto de la sobreexposición de mi corporalidad para que se anule por la misma sobreexposición. En definitiva la idea es un poco exorcizarla, mostrarla abiertamente para demostrar que es algo normal, algo más y que no tiene por qué generar un ruido que empañe otra cosa. Si mi cuerpo te va a llamar la atención de todos modos, pues miralo hasta cansarte y mirá también lo otro. Un poco también lo hago para escandalizar, como estrategia de marketing. Pero de verdad, el único marketing en el que pienso es que me gusta mostrar todas mis facetas. Y es que tengo un tipo y una rutina de vida que me lleva a tener este cuerpo y a la vez lo mezclo con la parte musical.

¿Especulás con la posibilidad de calentar a la gente?

—El morbo del otro lo manejo en la misma dirección. Y si hay gente que se queda con la parte calenturienta, se queda con sólo una parte y contra eso no puedo hacer nada. Son consecuencias, después puede ser algo más, pero tampoco le pongo las fichas a eso, en un principio es transformar el preconcepto de la musculoca.
Hay una tendencia hacia lo trash...

—Sí, a trashear la situación, volverlo todo más trash, el concepto es ése: hacerlo explotar y amortizar la inversión de tiempo y dedicación. Si salgo todo tapado no estoy amortizando. En realidad, lo que importa es la actitud.

¿El doble juego es hacer lo que querés y divertirte transformando lo que la gente espera de vos?

—Lo que la gente piensa de mí no me importa. Lo que la gente espera puede ser algo muy boludo en términos de compartimentos. Un amigo me planteó una vuelta: “Vos por tu look tenés que hacer industrial, o leather totalmente tapado, o disco totalmente outing, totalmente fuera del closet”. Y yo digo que no. ¿Por qué tengo que hacer o Palacio Alsina o Requiem, cuando el lugar del que yo vengo es de una mezcla de las dos cosas? Y más, agregale Angel´s, agregale Contramano. ¿Por qué tiene que ser todo tan cuadrado? Si en definitiva yo me la paso escuchando industrial, ítalo disco, punk y tantas otras cosas que me gustan, ¿por qué tengo que agarrar y meterme en un palo? Lo que busco es juntar todas esas cosas porque me parece que en definitiva nada es tan distinto. Acá se generan palos de cosas cuando, en realidad, podría estar todo mucho más junto y conviviendo.

¿Sentís que hay cierta cosa dogmática en la música?

—Sí, del tipo “esto es serio, esto no”. A mí me embola mucho esta época. No pasa lo que pasaba en los ’90 que podía haber un lugar como la Age, donde se juntaban hardcores, punks, gays y travestis todos en un mismo lugar. Es como que hoy en día está todo muy compartimentalizado, como te decía antes. Tenés los darks, los osos, los rockeros y los rockeros no van a pisar una fiesta que es más marginal o extraña porque dicen: “Ay no, ahí te rompen el culo”. Yo noto que en el under las bandas se definen mucho hacia un lado y la realidad es que a mí no me interesa eso, me parece que estás copiando una cosa de otro lado. A mí lo que me interesa es fusionar, fusiono las cosas que me gustan, y ahí entra el tema de la corporalidad, fusiono electro clash, ítalo disco y lenguaje soez con letras cuyo mensaje puede ser más o menos evidente y todo eso lo combino con la corporalidad. Va por ese lado.

Y con respecto al ambiente gay ¿sentís lo mismo?

—También, a full. Pareciera que fuéramos para atrás, no sé por qué. Vivimos en una ciudad tan cosmopolita y terminamos teniendo más prejuicios que qué sé yo. En ese sentido, me divierten mucho más cosas como las que me pasaron en el interior, cuando me fui de gira. En Rosario, por ejemplo, toqué en un boliche que se llamaba Gótika y estaba toda la ciudad metida en ese lugar. Había una diversidad que era muy divertida de ver. De todas formas mi idea es desestructurar lo musical y lo estético. Así generás contradicciones y tocás las fibras de alguien que se sensibiliza y por ahí te ataca. Pero yo no me puedo hacer cargo de los demás. Mi idea es descontracturarlo todo. Y es que el mundo está así, como que somos todos gayfriendly pero a la vez somos todos mataputos. No tiene que estar todo en compartimentos: yo soy serio, él es raro, etcétera.

¿Sentís que estás trabajando para ser una estrella pop? ¿De dónde vienen las resistencias?

—Las resistencias pueden venir de cualquier lado, y los ataques también. El que me parece más “normal” es si no te gusta cómo canto, los más incongruentes son los que se basan en lo corporal, son los más segregadores. La idea de lo que tiene que ser un popstar está tan metida en la cabeza que lo que escapa de eso es algo raro o que está mal. Eso es triste. ¿Por qué tiene todo que ser así? Es muy triste que pase eso en esta época. Igual soy muy enroscado, o sea, armo todo ese concepto y después lo cuestiono. A veces me pregunto: ¿no será demasiado todo esto? ¿Adónde me llevará?

¿Y qué te contestás?

—Que me tiene que llevar a lo que estoy buscando. Y lo único que busco a nivel futuro es no tener que trabajar de otra cosa. Si me planteo cosas como metas más personales o artísticas, me deprimo. Cosas tipo ser feliz. ¿Esto me va a llevar a ser feliz? ¿Ponerme en zunga me hace feliz? Es una respuesta que podría dar cualquier madre: “Sí, nene, si te hace feliz, hacelo” (risas). No sé si a los 40 voy a seguir haciendo esto. Ahora que me lo preguntás, lo estoy pensando. Surgen demasiadas preguntas y creo que me deprimiría respondérmelas. Capaz que me convierto en Madonna.

Ariel Alvarez
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sábado, 12 de septiembre de 2009

A la vanguardia en América


Ayer, el Senado uruguayo sancionó la ley que autoriza a las parejas bajo “unión concubinaria”, cualquiera sea su género, a solicitar la adopción de un niño o niña. El único requisito es que la pareja gay sea aceptada como tal en su entorno.

Uruguay se convirtió en el primer país de América en legalizar la adopción por parejas homosexuales; el permiso va implícito en la inclusión como posibles adoptantes de las parejas bajo “unión concubinaria”, cualquiera sea su género. El cambio forma parte de una nueva ley general de adopción, que procura resolver un problema también presente en la Argentina: el alto número de adopciones ilegales, en detrimento del circuito legal. En Uruguay –según explicó la senadora Margarita Percovich, autora del proyecto original–, la Iglesia había desarrollado una especie de sistema paralelo de adopciones; al mismo tiempo, muchos escribanos y funcionarios desleales lucraban con adopciones que pasaban por alto las normas de protección al niño y a su madre biológica. La nueva ley procura fortalecer al organismo estatal encargado de las adopciones y endurece el castigo para aquellos delincuentes. Respecto de la adopción por parejas gays, “simplemente tendrán que anotarse en el registro” y el único requisito es que “la pareja adoptante deberá ser aceptada como tal en su entorno”, dijo Percovich. El primer país en aceptar la adopción por parejas gays fue Holanda, en 2001.

La ley, que reforma el Código de la Niñez y la Adolescencia, fue aprobada por 17 votos –15 del Frente Amplio y dos del partido Colorado–; votaron en contra seis senadores, pertenecientes al partido Blanco. Se descuenta que el presidente Tabaré Vázquez la promulgará.

En su texto, “se reconoce el derecho a adoptar para las parejas constituidas como ‘unión concubinaria’”, explicó a este diario la senadora Percovich –del Frente Amplio–, y recordó que “el año pasado se dictó la ley que regula ese tipo de unión, para la que admite prácticamente los mismos derechos que establece el matrimonio civil; se mantuvo la denominación tradicional en Uruguay, porque ya existía mucha normativa administrativa reconociendo a los ‘concubinos’”.

“En Uruguay, la cantidad de adopciones ilegales viene cuadruplicando a las legales –observó Percovich–. Muchos profesionales vivían de esto: escribanos que, cuando una chica le entregaba el hijo a una pareja, hacían un acta de tenencia; un año después, los adoptantes ilegales se presentaban ante un juez, que, ante el hecho consumado, legalizaba la tenencia. La Iglesia Católica había montado una organización, que tenía convenio con el Instituto de la Niñez y Adolescencia del Uruguay (INAU); hasta cuentan con un local para traer a parir a chicas pobres y entregar los bebés a parejas católicas.”

La nueva ley reserva al Estado las decisiones en cada caso de adopción: “Fija reglas claras para el procedimiento, así como para perseguir penalmente a apropiadores e intermediarios”, afirmó la senadora. El procedimiento para las adopciones será en todos los casos el que fija el INAU: “Esto permite verificar que la familia adoptante cumpla con los requisitos necesarios, y también respetar el plazo de 30 días, internacionalmente aceptado, durante el cual la madre biológica tiene derecho a arrepentirse y dejar sin efecto la adopción”, aseguró la legisladora.

Percovich comentó que “la frecuencia de adopciones ilegales hacía que en la institución del Estado, el INAU, hubiera pocos chicos necesitados de adopción: muchos de estos nenes tenían, tienen discapacidades, o son huérfanos con VIH, o ya mayorcitos, o con algún comportamiento problemático, o afrodescendientes, y a todos éstos les era difícil encontrar padres adoptivos. Sin embargo, en el INAU hay técnicos de muy buen nivel, que en alguna medida han modificado esta situación”.

En cuanto a la adopción por parte de parejas gays, “simplemente tendrán que anotarse en el registro del INAU, donde no hay mayores prejuicios en este sentido. Ciertamente, la pareja adoptante deberá ser aceptada como tal en su entorno y no ser a su vez discriminada, ya que la discriminación se trasladaría al hijo o hija”, señaló Percovich.

Uruguay se convierte así en el primer país de América que acepta la adopción por parejas del mismo sexo. En Estados Unidos, 14 estados lo admiten, incluidos Nueva York y California. El primer país en autorizar la adopción por parejas homosexuales fue Holanda, en 2001 (en 1999, Dinamarca había permitido a homosexuales bajo unión civil adoptar al hijo de su pareja). En 2002, Suecia aceptó esta adopción; en 2005 lo hicieron España, Inglaterra y Gales; en 2006 Islandia y Bélgica, y en 2008, Noruega. La Corte Suprema de Sudáfrica lo autorizó en 2002, y en 2008 lo hizo la Justicia israelí. En Australia, la adopción por parejas gays se permite en Canberra y en el estado de Western Australia, desde 2002.

Pedro Lipcovich
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martes, 8 de septiembre de 2009

COLTON FORD "Losing My Religion" (R.E.M.)

Carne de diván


Aunque Sigmund Freud jamás consideró a la homosexualidad como enfermedad o como perversión, muchos de sus herederos no sólo negaron el derecho de las personas homosexuales a ejercer el psicoanálisis, sino que también las señalaron como carne obligada de diván y de posible “cura”. A pesar de que han transcurrido casi 40 años desde que la Asociación Psiquiátrica Americana quitó a la homosexualidad de la lista de las enfermedades mentales, aún hoy ronda el fantasma de la desviación en algunos consultorios. Y, sin dudas, el tema de las familias “homoparentales” vuelve a dividir las aguas y a poner en jaque la concepción de la normalidad, del modelo moral y correcto del que esta disciplina suele colocarse como fiel guardián.

”La homosexualidad no es, desde luego, una ventaja, pero no hay nada en ella de lo cual avergonzarse: no es un vicio, ni un envilecimiento y no podría calificársela de enfermedad; nosotros la consideramos como una variación de la función sexual provocada por una interrupción del desarrollo sexual. Muchos individuos sumamente respetables, de los tiempos antiguos y modernos, fueron homosexuales, y entre ellos encontramos a algunos de los más grandes hombres (Platón, Miguel Angel, Leonardo da Vinci, etcétera). Perseguir la homosexualidad como un crimen es una gran injusticia, y también una crueldad.”

Con estas palabras, Sigmund Freud trataba de tranquilizar a una mujer norteamericana que le había enviado una carta en 1935, angustiada por la homosexualidad de su hijo, y a quien lejos de ilusionarla con la posibilidad de “desarrollar los marchitados gérmenes de heterosexualidad presentes en todo homosexual”, le dejaba en claro que si algo podía hacer el psicoanálisis por él era disipar las inhibiciones que pudiera tener en su vida social, pero no revertir una situación en la que no había nada que fuera de por sí patológico. La respuesta, publicada en 1951 junto con la correspondencia de Freud y citada en la biografía escrita por Ernest Jones, se ha vuelto famosa por la elocuencia con que el padre del psicoanálisis expone allí su punto de vista sobre un tema del que no se ocuparía demasiado en su obra. Algo que nada tiene que ver con el descuido o la omisión sino con su idea de que ningún homosexual era forzosamente objeto de diván, salvo que fuera también un neurótico.

De hecho, como clínico, Freud se excusó varias veces de tratar a pacientes homosexuales, quienes muchas veces acudían a él a instancias de un psiquiatra, un médico de familia o un pariente como la madre norteamericana. No en vano son casi inexistentes los casos protagonizados por homosexuales en su obra. Con la sola excepción de una joven homosexual que trató hacia 1920 y cuyo análisis quedó trunco luego de que ella tuviera un intento de suicidio y Freud decidiera derivarla. Pero lo cierto es que para él los homosexuales no constituían “casos”, por lo que no había razón alguna para ponerlos por escrito. Y esa manera abierta y desprejuiciada de entender la homosexualidad, que en parte se debía a su creencia de que todo sujeto es susceptible de hacer esa elección sexual en función de la bisexualidad que está en la base del psiquismo, también se ve en cómo Freud sostuvo hasta su muerte –a contrapelo de la opinión de la mayoría de sus colegas– que no había motivos para que se les negara a los homosexuales la solicitud como aspirantes a psicoanalistas.

Fue esa controversia la que dividió, en diciembre de 1921, a los miembros del Comité Directivo de la IPA, la internacional freudiana, luego de que los analistas berlineses se negaran a otorgar ese derecho a los homosexuales, desoyendo al propio Freud y a Otto Rank, quienes bregaban porque la homosexualidad fuera considerada un factor neutral en la evaluación de los candidatos, o directamente no fuera tenida en cuenta.

En nombre del padre

Así quedaban al desnudo las diferencias sobre el estatuto de la homosexualidad que existían –y continuarían existiendo– entre Freud y muchos de sus continuadores. Un debate en el que Anna Freud desempeñaría un papel central, tergiversando las tesis de su padre. “Ella misma, de quien los medios psicoanalíticos sospechaban que mantenía una relación ‘culpable’ con su amiga Dorothy Burlingham –apunta Elizabeth Roudinesco en su libro La familia en desorden–, militó contra el acceso de los homosexuales a la jerarquía de analistas didácticos y, al mismo tiempo, promovió la idea, contraria a toda realidad clínica, de que una cura exitosa debe encauzar a un homosexual por el camino de la heterosexualidad.” Concepciones que junto con la creciente influencia que por aquellos años tenía la sociedad psicoanalítica norteamericana y la nosografía psiquiátrica (recién en 1974 la American Psychiatric Association, presionada por los movimientos gay-lésbicos, retiraría a la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales) contribuyeron a que se siguiera considerando la homosexualidad como una patología hasta bien entrado el siglo XX.

Cuando en 1964 fundó la Escuela Freudiana de París (EFP), Jacques Lacan, contrariamente a sus colegas de la IPA, brindó a los homosexuales la posibilidad de ser psicoanalistas. Y si bien la decisión de prohibirles el acceso a la profesión nunca llegó a ser una regla escrita en los estatutos de la IPA (lo cual permitió que algunos de sus partidarios dijeran que no existía y, por ende, que no era necesario derogarla), la posición de Lacan explica “por qué hay más psicoanalistas homosexuales ‘visibles’ en las actuales sociedades psicoanalíticas salidas de la antigua EFP que en las filas pertenecientes a la IPA” (la cita, otra vez, es de Roudinesco). No extraña, entonces, que en 2002 Daniel Widlöcher, presidente de la IPA, se comprometiera públicamente a poner en práctica una política de no discriminación hacia los homosexuales dentro de la institución, lo que equivalía a decir que antes se los discriminaba... Un síntoma de cómo la asociación psicoanalítica más importante a nivel mundial no puede, hasta el día de hoy, terminar de erradicar sus prejuicios sobre el tema.

La Argentina, por supuesto, no está al margen de ello. “Yo quisiera separar la posición del psicoanálisis de la posición de los psicoanalistas, porque los psicoanalistas no son un todo homogéneo. Hay tantas maneras de leer a Freud como de leer a Faulkner. Y lo que hace tal o cual grupo psicoanalítico puede estar más ligado a qué tipo de clientela consigue y a cuáles son las demandas de esa clientela. Si no, no existirían los líos que existen: Lacan por un lado, Freud por el otro, Melanie Klein, etcétera, etcétera”, opina Germán García, director de la Fundación Descartes y uno de los psicoanalistas más prestigiosos de la Argentina. “Más que hablar de los psicoanalistas, habría que atender un poco al origen social que compone un colectivo profesional. Dentro del psicoanálisis, hay personas de clase media alta que cuando se divorcian lo ocultan porque es como en el ejército: queda mal, no está bien visto. Un psicoanalista tiene que estar casado, tener hijos. Y si bien entre los psicoanalistas argentinos de clase media hay una actitud menos prejuiciosa, no veo que haya psicoanalistas gays y lesbianas que construyan un discurso desde su sexualidad. No se animan o tratan de ser discretos. Y en algunos casos hasta optan directamente por no hacer clínica, evitando tener su consultorio y sus pacientes. Pero más allá de que la comunidad psicoanalítica tenga, de manera silenciosa, prejuicios sobre el tema, parte del error reside en que todavía haya analistas gays y lesbianas que transigen ante esos prejuicios.”

Pequeña aclaración

Se sabe que la categoría de perversión jugó un papel no menor en el asunto. “No es que el psicoanálisis haya considerado la homosexualidad como una perversión durante mucho tiempo sino que hay que ver qué significa en psicoanálisis el concepto de perversión”, dice García. “La idea de que hay una identidad homosexual es posterior a Freud, y para él el psicoanálisis mismo consiste en cuestionar que alguien tenga identidad. Mi identidad es producto de múltiples identificaciones, incluso contradictorias entre sí. Freud decía que ‘el niño es perverso polimorfo’, y ahí ya queda claro que la palabra perversión no tiene el mismo sentido que podía tener, por ejemplo, en el discurso psiquiátrico o en el código policial.” En efecto, Freud no clasificaba la homosexualidad como tal en la categoría de las prácticas sexuales perversas (zoofilia, fetichismo, coprofilia, exhibicionismo, etcétera) y distinguía la perversión de los actos sexuales perversos que tanto hombres como mujeres podían realizar, fueran homosexuales o no.

“Para el psicoanálisis existen tres estructuras clínicas: neurosis, psicosis y perversión”, explica la psicoanalista Anabel Salafia, quien en 1974 formaba parte del grupo encabezado por Oscar Masotta que fundó la Escuela Freudiana de la Argentina. “La homosexualidad es, en todo caso, una conducta sexual, una elección de objeto, una posición diferente respecto del goce. En psicoanálisis se habla de elección sexual, pero no se trata de una elección de la conciencia. Es algo que se le impone al sujeto y que lo vive como una tendencia, como algo incoercible. La elección sexual se produce en los primeros años de la infancia, y el sujeto que realiza una elección homosexual en la mayoría de los casos lo puede verificar en sus recuerdos perfectamente. Vale aclarar que el análisis no está destinado, de ninguna manera, a cambiar esa posición, ya que la homosexualidad no es un síntoma. Salvo que alguien consulte porque quiere cambiar esa conducta sexual que lo perturba, lo cual es muy poco frecuente.”

Germán García, en este sentido, aclara que Freud nunca se propuso intervenir sobre la conducta de la gente sino sobre el sufrimiento que una conducta determinada provoca. “A Freud le interesa ver qué es lo que uno rechaza de su propio ser”, precisa García. De lo que se desprende que en nada cambia para un analista que un paciente sea gay, lesbiana, bisexual o trans. “Al menos en análisis, he visto personas neuróticas atormentarse por el tema de la homosexualidad sin ser homosexuales (tipos casados con hijos que por ahí no van a tener nunca una experiencia gay, pero que tienen fantasías que los atormentan; algo que Freud llamaba ‘masoquismo moral’), pero no he visto gente que una vez asumida su posición homosexual se plantee cambiarla. Alguien que viene con un problema amoroso lo plantea en los mismos términos, ya se trate de una pareja heterosexual u homosexual.”

Del dicho al hecho

Pero una cosa es la posición de Freud, y otra la manera en que su legado fue luego interpretado y llevado a la práctica. Para Jorge Raíces Montero, psicólogo clínico y coordinador del Departamento Académico de Docencia e Investigación de la CHA, esas divergencias se advierten, sobre todo, en el sinuoso camino que ha unido históricamente psicoanálisis y diversidad sexual. “Cuando me fui metiendo en el medio me di cuenta de que mucha gente de la comunidad gay ha tenido muy malas experiencias con el campo psi”, cuenta quien forma parte de la CHA desde sus inicios. “Desde la época en que te atendían psiquiatras y te encajaban testosterona, hasta los psicoanalistas que interpretaban cualquier cosa que dijeras como perversión, todo eso fue quedando grabado en el inconsciente colectivo. A tal punto que mucha gente que no tiene idea de lo que es el psicoanálisis, cuando acude a una consulta, me pregunta: ‘¿Vos no hacés psicoanálisis, no?’, exponiendo de entrada sus recelos.”

Fue su trabajo con la CHA lo que hizo que Raíces Montero tuviera muchos pacientes gays y que su sexualidad fuera, para la mayoría, un asunto explicitado. “Si un paciente me pregunta si soy gay, yo no tengo problema en decirle que sí, pero enseguida le aclaro que eso no hace a la cuestión. La tranquilidad te la tiene que dar la transferencia, poder hablar de cualquier tema sin sentirte censurado, y no que el terapeuta o la terapeuta sea gay o lesbiana. De hecho, hay profesionales gays que son homofóbicos, y eso sí puede ser un problema en el tratamiento.” Un problema –la homofobia– que Raíces Montero no sólo advierte en la sociedad sino también entre sus colegas. “Hay muchos chicos gays –y esto se ve sobre todo en grupos– que tienen como meta ponerse en pareja porque parten de una idea que es: ‘Si me pongo en pareja, me salvo’. Me salvo de estar solo, de los problemas afectivos, de los problemas sexuales, de tener que andar seduciendo hasta a las paredes. Como si la pareja fuera una suerte de panacea cuando, en realidad, de lo que se trata es de levantar las barreras de la homofobia internalizada. En este sentido, hay mucha gente en la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina) que es gay y que ni se le ocurre abrir la boca ni llevar a su pareja a un congreso, por ejemplo. Y esto se debe a la homofobia del entorno. El problema no es la homosexualidad sino la homofobia. La homofobia es una patología psicológica, una enfermedad mental, más allá de que muchos se nieguen a entenderla en esos términos.”

La familia en disputa

La no siempre unívoca posición del psicoanálisis con respecto a las familias compuestas por padres gays y madres lesbianas es otra arista del problema. De hecho, allí donde hay parejas homosexuales dispuestas a adoptar (siempre y cuando la legislación se los permita), siempre hay un equipo de psicólogos listo para realizar sus peritajes. Una forma de sospecha que ha adoptado, en otras circunstancias, el escandaloso sentido de la afrenta, como cuando el psicoanalista francés Charles Melman, discípulo de Lacan y antiguo director de enseñanza de la Ecole Freudienne de Paris, dijo en un programa de televisión que “los hijos de las parejas homosexuales serían juguetes de peluche destinados a satisfacer el narcisismo de sus padres”.

Por suerte, entre los psicoanalistas no son mayoría los que piensan de esta forma. Aunque algo que se repite como cantilena (¿como reparo?) es la falta de experiencia clínica que existe en la materia. “Todavía no hay una experiencia lo suficientemente amplia como para saber qué pasa con los niños de las parejas homosexuales, no hay un número de adopciones que nos dé la pauta de qué ocurre en esos casos”, advierte Anabel Salafia, para quien la diferencia sexual puede estar tranquilamente desdibujada en el caso de una pareja heterosexual, ya que es la madre la que a veces ocupa el lugar del padre y viceversa. “Hay una confusión: la familia como estructura no tiene nada que ver con el psicoanálisis. Hay una confusión que proviene del hecho de considerar que hay una homología entre el complejo de Edipo y la familia, mientras que la familia es algo que siempre está en vías de construirse.” Una concepción que Salafia contrapesa con lo que su experiencia clínica sí le ha permitido observar en relación a los padres gays y las madres lesbianas que salen del closet con sus hijos ya crecidos. “En los casos en que la mamá de un niño es lesbiana y hace una decisión tardía con respecto a su sexualidad, las situaciones para los hijos suelen ser muy complicadas. Para un hijo varón es muy difícil comprender que una mujer sustituya al padre, y parece ser más complicado y más violento que sea la madre y no el padre quien da un paso en ese sentido.” Algo que Salafia no termina de justificar y en lo que dice no admitir como variable el machismo.

Amparado igualmente en su inexperiencia clínica, a Germán García tampoco le resulta del todo sencillo teorizar sobre las llamadas familias “homoparentales”. “En lo que a mí respecta, no he atendido a ningún hijo de padres gays o de madres lesbianas. Sí he escuchado casos de mujeres lesbianas que, bordeando los 40, empiezan a pensar que deberían tener hijos porque la edad después se los impide. Pero también las mujeres que andan con hombres se plantean a esa edad lo mismo. Sí me parece más equívoca la cuestión de tener hijos si nos vamos del lado de los hombres. No me parece que haya un deseo puro de parte de los hombres de ser padres sino que es un deseo que surge de una mezcla de identificaciones y de cómo el deseo de ser madre de una mujer los toca de una determinada manera. Yo he ironizado al respecto diciendo que las reivindicaciones de gays y lesbianas muestran la potencia que la familia occidental tiene todavía. Ellos reivindican un tipo de familia que está siendo abandonado por el resto de la población heterosexual, que no quiere saber nada con casarse y que insisten cada vez más en vivir cada uno en su casa. Hoy en día las mujeres que no tienen necesidades económicas lo piensan tres veces antes de irse a vivir con un hombre. En esas cosas pareciera que todavía somos muy conservadores en el siglo XXI.”

Pero ¿tiene algún sentido decir que las personas Glttbi han llegado tarde al reparto de migajas de una institución familiar que está en crisis desde hace décadas? ¿Ese supuesto anacronismo menoscaba en algún punto el derecho de esas personas a formar una familia? Para Raíces Montero, al psicoanálisis le hace falta aggiornarse. “Recién el año pasado, la Asociación Psicoanalítica Argentina sacó un libro, que es una porquería, sobre parejas homosexuales que se llama algo así como Neofamilias. ¿Neo de qué? ¡Como si los homosexuales no formáramos familias desde hace siglos! Eso te da la pauta de que están muy atrasados.” Un atraso que se corresponde con la demora en la aprobación de leyes en nuestro país que les otorguen a las minorías sexuales el derecho a casarse y tener hijos. “Si la idea es pensar qué distingue a una familia formada por un padre y una madre de otra formada por dos mamás o dos papás –en la medida en que ser padre o madre no tiene nada que ver con poseer determinados atributos físicos sino con cumplir determinadas funciones–, habría que decir que casi no hay diferencias. Eso lo dije en la última conferencia que di en la APA: ‘¿Ustedes me pueden garantizar que tuvieron papá y mamá? ¿Mamás con vaginas y papás con penes que hayan cumplido todas sus funciones?’. Porque no se trata de un señor y una señora, eso está claro. Y menos en una época como ésta, en la que como analista uno a veces atiende a señoras con pene y señores con vagina.”

Una pregunta que cabría hacerse es si el modelo familiar podrá, al transformarse, transformar el psicoanálisis. Y, más urgentemente, si no habría que esperar de parte de las instituciones psicoanalíticas una mayor predisposición para instalar en la sociedad estos temas de debate. Que la homosexualidad siga siendo motivo de prejuicios entre los propios psicoanalistas no deja de sorprender, sobre todo si se tiene en cuenta que si algo buscó Freud fue liberar las ataduras que durante siglos constriñeron nuestros cuerpos y sexualidades. Ese debería seguir siendo nuestro norte. En la cama, en la escuela, en la familia, en el diván, en todas partes.

Patricio Lennard
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