miércoles, 28 de mayo de 2008

Memorial recuerda a los homosexuales asesinados por los nazis


Berlín cuenta con un monumento en homenaje a los 7.000 homosexuales y lesbianas que murieron en campos de concentración durante el Tercer Reich y a los más de 54.000 que fueron procesados por su orientación sexual entre 1933 y 1945. Las autoridades berlinesas saldaron así la deuda histórica con ese grupo, que reclamaba un memorial propio desde hace 16 años.
El alcalde-gobernador de Berlín, el socialdemócrata y homosexual declarado Klaus Wowereit, denunció que la sociedad alemana de la posguerra "ocultó e incluso continuó persiguiendo y discriminando" a esas víctimas del nazismo.
El monumento levantado en nombre de Alemania pretende ser, no solo un memorial en recuerdo de las víctimas homosexuales del nazismo, sino también un símbolo permanente contra la intolerancia, la xenofobia y la discriminación de los miembros de ese colectivo, dijo Wowereit.
Los artistas escandinavos Michael Elmgreen e Ingar Dragset diseñaron el recordatorio, compuesto por un simple cubo de casi cuatro metros de altura y cinco metros de largo sostenido sobre columnas y que en una de sus esquinas proyecta la imagen de dos hombres besándose, a través de una ventana.
El régimen nazi castigó sobre todo a hombres homosexuales. De ahí que en el primer vídeo -que irá cambiando cada dos años- aparezcan dos varones.
La escultura se emplazó cerca de la céntrica Puerta de Brandeburgo y frente al Monumento por las Víctimas del Holocausto, que recuerda a los cerca de seis millones de judíos asesinados por el Tercer Reich.
"Con este memorial, Alemania quiere honrar a los perseguidos y asesinados, mantener viva la memoria de la injusticia y establecer un símbolo permanente contra la intolerancia, la hostilidad y la marginación social", reza el texto del monumento, cuya creación fue aprobada por el Parlamento alemán en 2003.
El ministro de Cultura de Berlín, el conservador Bernd Neumann, subrayó en el acto de inauguración que el monumento recordará a "quienes fueron condenados por su orientación sexual, los miles que fueron encerrados y asesinados en los campos de concentración".
A la inauguración acudieron varios centenares de invitados especiales, entre los que figuraban la presidenta de la comunidad judía de Berlín, Lala Süsskind; el líder del Consejo Central de los Sinti y Roma (gitanos), Romani Rose y el realizador homosexual Rosa von Praunheim.
También en el Tiergarten se levantará este año un monumento que recordará a los 500.000 gitanos asesinados por el Tercer Reich, una suerte de fuente cuya ejecución ha sido encargada al artista israelí Dani Karavan.

www.aurora-israel.co.il

domingo, 25 de mayo de 2008

Disneyworld celebra el Gay Day


En el año 1991, un pequeño grupo de gays que había decidido vestirse con llamativas remeras rojas y organizar una reunión en el Disneyworld de Orlando, no tenía idea que el boca en boca convertiría a su evento "Gay Day" en un acontecimiento de proporciones épicas. En el transcurso de seis años, los asistentes al evento habían ascendido a los 60 mil y lo que antes era un solo día se convirtió en casi una semana de actividades.

Cuando el Gay Day (www.gaydays.com) se lleve a cabo este año (como todos los años, el primer sábado de junio) se estima que unos 135 mil gays y lesbianas se den cita en el famoso parque de la Florida.

"Con tanta gente, cada año es una experiencia diferente, lo cual hace que este evento sea tan interesante", asegura Brian Rush, un residente de Florida que ha participado de cada Gay Day desde mediados de los 90. "Lo único que hago siempre es mantener la tradición de usar una remera roja cuando asisto a Disneyworld el primer sabado de junio. Es el equivalente a asistir a una marcha del orgullo gay y brindarle apoyo a nuestra comunidad".

Las fiestas nocturnas para hombres gays era lo que dominaba las opciones del evento en los 90, pero en la actualidad, la programación del Gay Day incluye un paquete de fin de semana para lesbianas y lugares de reuniones para familias gays en Disneyworld y en el SeaWorld.

"Cuando comenzamos nuestra actividad hace siete años atrás, no existían eventos organizados especialmente para mujeres, y ahora hay al menos diez", cuenta Alison Burgos, co-productora de “Girls in Wonderland” (www.girlsinwonderland.com). "Promotores locales y de nivel nacional se encuentran trabajando en conjunto para hacer que las lesbianas se sientan bienvenidas".

A pesar de que el Gay Day no está esponsoreado por Disney, la empresa, la cual está a favor de la no discriminación en el lugar de trabajo y provee beneficios de salud a las parejas de hecho de sus empleados gays, apoya su existencia. "Es un excelente grupo de gente", asegura la vocera de Disney, Zoraya Suarez. "Estuve presente en el parque durante el Gay Day del año pasado y era maravilloso ver todas esas remeras rojas y a todas esas familias multi-generacionales unidas en armonía dentro del predio".

El uso de remeras rojas es la costumbre típica del evento, aunque los ropajes adornados con los colores del arcoiris que evocan a la bandera del orgullo gay y las orejas del ratón Mickey en las mujeres y las de la ratoncita Minnie en los hombres también suelen verse en esta celebración anual.


© Traducción de Esteban Rico para SentidoG.com

sábado, 17 de mayo de 2008

Busco mi destino: Expulsiones obligadas del pueblo chico


Lejos de los grandes centros urbanos, demasiado cerca del juicio de vecinos y vecinas, escaparse de la norma heterosexual suele obligar al exilio. Historias en las que el anonimato permite despejar la propia identidad.

En todas las sociedades hay determinadas cosas (buenas o malas según quién las mire) que sólo pueden ocurrir —o que ocurren con más facilidad— en el escenario de la gran ciudad, donde el anonimato, la distancia y la falta de contacto vuelven porosas las fronteras del “nosotros”, a menudo responsable no sólo de unir a las personas en grupos sino también de diseñar distintas formas de exclusión. Se sabe: que todos te conozcan, sepan tu nombre y tu historia, esa familiaridad permanente y obligada que para muchos puede ser fuente de contención, para otros y otras se transforma en pesadilla. La misma mirada atenta con la que el pueblo cuida es aquella con la que controla, vigila e incluso, llegado el caso, corrige.

Sin duda alguna, la libre expresión de las sexualidades e identidades de género diversas es un fenómeno urbano y —aunque a veces se lo olvide— muy reciente (demasiado reciente como para tomárnoslo con calma).

Mientras que la ciudad, un poco por proceso ideológico y otro poco por negocio, termina de acostumbrarse al nuevo paisaje, al punto tal que en una escuela porteña una alumna travesti puede ser abanderada, los pueblos siguen estas transformaciones con mucho más recelo. Insultos que se han vuelto si no insoportables al menos políticamente incorrectos en la urbe, tienen plena vigencia a pocos kilómetros, donde la Iglesia —por lo general, en manos de sus elementos más reaccionarios— conserva mayor injerencia en el desenvolvimiento de la vida social (aun cuando sus habitantes, en buen número, no dudarían en calificarse como católicos “no profesantes”).

El peso decisivo de esta institución milenaria que pide disculpas con quinientos años de atraso (pregúntenle a Galileo), resulta evidente al escuchar el testimonio de Sara, actual integrante de La lesbianbanda, que lejos de provenir de un pueblo argentino o sudamericano (a los que un descuido podría imputar cierto “atraso ideológico” ligado a la supuesta modernización frustrada del Tercer Mundo) proviene de un pueblito en una de las grandes naciones industrializadas: “Mi pueblo se llama Trevisso, está en Italia. ¿Cómo es allá? Hace un año, nada más, salió publicado en el Corriere della Sera que el alcalde dijo que había que hacer limpieza étnica contra los homosexuales, así que imaginate. No era sólo el alcalde, sino también la sociedad, porque el Vaticano tiene un peso muy fuerte en Italia. Un día, hablando con mi mamá, ella me dijo: sí, tiene razón el alcalde. Yo no lo podía creer... ¡mi mamá!”.

Pelotas y muñecas

A menudo, quienes venimos del interior deploramos la suerte de los niños porteños, condenados al encierro, la vigilancia constante y el control estricto, con la convicción —más o menos férrea— de haber disfrutado en nuestra infancia de mayor libertad. Sin embargo, a poco de reconstruir nuestra biografía se advierte un detalle: muchas veces, la primera noción de que “algo raro pasaba”, de que uno era “rarito” o “poco femenina” no fue personal, íntima, sino que vino del exterior. “Yo sabía que era maricón mucho antes de saber que me gustaban los hombres, es más, antes de saber cómo se hacían los bebés, es decir, antes de saber qué era coger”, dispara Mariano, que hasta los veintidós años vivió en un pueblo bonaerense de 5000 habitantes. “Ser maricón era no jugar a la pelota, querer estudiar danza como mi hermana, llorar si me golpeaba, tenerles miedo a los petardos, juntarse mucho con nenas..., todas esas cosas, y era algo que me habían dicho desde siempre, desde chiquito, y que me decían todo el tiempo.”

Maricón y marimacho, he aquí las contraseñas con que el pueblo comienza a vigilar, desde temprano, aquellas actitudes sospechosas, extrañas, que ponen en entredicho la rigurosa división entre nenes y nenas que es el pan nuestro de la norma social. El rótulo no sólo sirve para que todo el pueblo preste atención y colabore con la dura tarea de “corregir” a los desviados, sino también para marcar a las víctimas: temerosos del estigma, de chiquito nadie quiere ser maricón, y al ser llamadas marimachos, las nenas se encogen de hombros y se largan a correr. Uno no sólo es anormal, sino también, en cierta medida, culpable. Dolorosamente, no es inusual que los encargados de esta yerra sean los propios padres. “Antes —recuerda Sara—, cuando no lo sabían, mi papá y mi mamá muchas veces me preguntaban por qué me vestía así, si era lesbiana, o directamente me decían marimacho, y yo se los negaba, negaba la evidencia; pensaba que estaba enloqueciendo, me sentía muy sola. Porque yo sé que parecía un macho: me vestía siempre con vaqueros, camisas amplias, zapatillas, el pelo taxativamente corto y con gel. Ni hablar de pintarse la cara, nunca. Y pollera tampoco. Era una lucha con mi mamá, que me compraba ropa estilo femenino que yo terminaba guardando en el placard, porque yo era así. Jugaba con chicos, no con Barbies. Después de que me vine para acá, una vez hablé con mi hermana y ella me dijo que mi papá y mi mamá son más felices si yo estoy lejos, porque para ellos sería una vergüenza que yo estuviera ahí, feliz como lesbiana. Para ellos es una enfermedad, algo anormal.”

La consecuencia más inmediata es, con mucho, previsible. Al llegar la pubertad y presentarse los primeros estímulos sensuales, se desencadena la paradoja de reconocerse y aborrecer de sí en el estigma. “Me acuerdo de que cuando empezaron a gustarme los chicos fue horrible. Yo no quería ser puto, porque quería demostrarles a todos los que me habían hecho la vida imposible que se habían equivocado, que yo no era lo que ellos decían..., ahora que lo pienso era muy loco, porque si yo era puto, ellos ganaban, pero si no, también”, reflexiona hoy Mariano, lejos ya del pueblo. De hecho, todos los testimonios que han permitido armar esta nota, incluso los recuerdos de quien escribe, son de algún modo discursos de exilio: para quienes tenemos más de 30, al menos, el único modo de poder decir “soy” era irse a Buenos Aires, cuando fuera, como fuera.

El encuentro imposible

Entretanto, la vida no asumida o encubierta transcurría por los carriles habituales del desconcierto, de nunca saber dónde se está parado, con quién se puede qué. Liliana vivió en San Miguel de Tucumán hasta los 27 años, cuando un incidente la puso frente al infierno tan temido: “Me había gustado una amiga, pero yo lo había tomado como una fantasía, nada más. Ella me iba a buscar a todos lados, me llevaba y me traía, y me había propuesto proyectos laborales. Yo estaba contenta con eso. Teníamos gustos muy parecidos. Si vas a tener una socia está bueno compartir eso, los gustos. Hasta que un día me dieron ganas de darle un beso, y ahí reculé. Le dije que no podía participar del proyecto, que me iba a vivir a Buenos Aires. Ella se enojó, porque la dejé plantada con todo. Nunca supo lo que a mí me pasaba. No sé cómo hubiera reaccionado, tuve la duda, por eso nunca le conté. La última vez que la vi, fuimos a tomar un café y me moría de ganas por contarle mis cosas, pero no me animé”.

La contracara de la calentura que no avanza, del cuerpo que no entra en acción, quizá sea el amor que no osa decir su nombre, moneda corriente entre varoncitos, como bien sabe Mariano: “No, novios no, porque yo estaba convencido de que a mí me gustaban las chicas, aunque no salía con ninguna. Eso sí, siempre tenía un amigo, mi mejor amigo de ese momento, digamos, y con ése, que fueron tres, siempre terminaba pasando algo, porque estábamos borrachos o porque sí... toqueteos, mamadas, cada vez más zarpado. Pero de eso no se hablaba, era como si no hubiera pasado nada, nos hacíamos los boludos, ninguno se hacía cargo. Es más, uno después les dijo a todos que yo me había regalado y que él no había querido nada, que por eso no me hablaba más. ¿Ahora? Creo que están casados, los tres. Bueno..., uno que era profesor mío de taller ya estaba casado en esa época.”

Las risas, el chiste, no alcanzan a ocultar lo evidente: la que tendría que haber sido la edad de los descubrimientos, de los romances tímidos, tortuosamente sencillos, termina siendo un laberinto de sensaciones encontradas, de recuerdos agridulces. La biografía de quien se descubrió diferente en un pueblo suele terminar convertida en un teatro íntimo de fantasmas, asignaturas pendientes, situaciones claras en retrospectiva. “No sé”, reconoce Pablo, que hace cinco años, llegada la mayoría de edad, abandonó el pago sanjuanino. “Más de una vez me cuelgo pensando en cosas que pasaron, como una vez que un chico de quinto año, yo estaba en segundo, me preguntó si me gustaban las revistas porno y no supe qué decirle, pensé que me estaba jodiendo. Ahora me doy cuenta de que era un lance, que me estaba midiendo a ver qué pasaba, y me hubiese gustado tener esa historia, porque era muy lindo él. Creo que me la perdí por paspado y me da bronca.”

Más adelante, cruzadas las incertidumbres de los primeros años, las cosas tampoco resultan sencillas. “En Trevisso tuve dos parejas”, recuerda Sara. “A Anita la conocí en una fiesta de cumpleaños y a Selly en el trabajo. Las inicié yo, antes eran heterosexuales y después volvieron a serlo. Las dos me dejaron por el mismo motivo: la presión social. No podían decírselo a la familia, no querían blanquear lo que estaba pasando. Ya no soportaban las preguntas de los compañeros de trabajo —¿tenés novio?, ¿salís con alguien?— o que los padres les preguntaran sobre su relación conmigo, por qué dormíamos juntas y esas cosas. Después que cortamos, Selly conoció a un chico y quedó embarazada.”

Los normales

Se sabe: en los pueblos hay muy poco puto o torta sueltos, salvo alguno que otro raro ejemplar, como el peluquero aquel o esas dos profesoras de gimnasia, de quienes todo el mundo —para que no quede duda— murmura. Crecer en un pueblo es respirar un clima donde, efectivamente, “todo el mundo está casado” (incluso las personas del mismo sexo con las que uno o una se acuesta). Consecuentemente, la mayoría de quienes se sienten diferentes intentan, con distinta suerte, establecer relaciones heterosexuales. “Hasta que me fui de San Miguel —reconoce Liliana—, todas mis relaciones fueron con varones, y eran exclusivamente sexuales o de amigos, nunca de amor. Yo sentía que estaba viviendo la vida de mi mamá y mi papá, nunca me enganché.”

Contra los prejuicios que despierta el tema, sin embargo, en algunos casos se establecen vínculos más profundos. Pablo, por ejemplo, tuvo novia durante cinco años. “Y ahora todos me preguntan cómo hacía, pero la verdad es que no la pasaba mal. Había algo que no estaba, sí, yo quería algo más, pero no es que tenía que hacer un esfuerzo para acostarme con ella. La pasábamos bárbaro. Decirle a ella fue lo más difícil para mí, porque yo la quería mucho y sabía que no me iba a entender. ¿Cómo le decís esto a alguien que quiere casarse con vos y que alguna vez hasta te dijo los nombres que quería ponerles a los bebés? ¿Cómo le explicás que no estuviste mintiendo, que vos también creías en todo eso? Durante dos o tres años ni siquiera me habló. Después volvimos a ser amigos, un tiempo, pero se fue cortando..., es como si ella no pudiera bancarse. Yo sé que hace fuerza, pero no le sale.”

Los encuentros confusos, los intentos de normalización frustrada, en más de una ocasión contribuyen a deformar la propia imagen, a fomentar el rechazo. “Como te dije, a mí me gustaban las chicas... y yo intentaba, pero ninguna me daba bola, no sé, se darían cuenta”, recuerda Mariano. “Con el tiempo esto me fue traumando, estaba seguro de que era horrible, feísimo. Vivía torturado. Por eso, para mí descubrir el mundo gay fue como un estallido: uy, puedo gustarle a alguien. Era una sensación nueva. También me fui de mambo un poco, terminé en cualquiera. Así y todo, cada tanto me miro al espejo y me cuesta no verme feo. Creo que es algo que no se pasa nunca.”

Para Sara, cambiar de aires, salir del encierro pueblerino, también significó un cambio consigo misma. “Cuando vine a Buenos Aires recién sentí que era yo, una nueva persona. Acá no me conocía nadie y me sentía totalmente libre de expresar lo que era. Si me imagino otra vez caminando por Trevisso, retomando la vida de antes, me agarra una gran depresión. Me sentiría muy sola. En cambio, cuando llegué acá me saqué un peso de encima, fue como sentir que ya nadie me estaba mirando detrás de las ventanas, y que también cambiaba mi mirada: por fin podía aceptarme a mí misma.”

Queda, desde luego, una pregunta obvia, terrible: mientras las cosas no cambien, ¿cómo la pasan todos esos chicos y chicas que por distintos motivos no pueden escapar del pueblo?

Hugo Salas y Paula Jiménez – (Soy)
©2008 SentidoG.com un sitio de Inversa Multimedia

viernes, 16 de mayo de 2008

Primeros palotes


En la más tierna infancia, cuando la identidad y la diversidad empiezan a aflorar con entusiasmo y con cierto candor, el mundo de los adultos se esmera en marcar límites estrictos en nombre de la normalidad.

Mañana de invierno en un jardín de infantes. “Señorita, le quería contar algo. Me voy a casar con Martín.” La declaración es un clásico de la literatura romántica infantil, alentada por tanto príncipe y princesa que encuentra final feliz comiendo perdices. Pero, ¡oh!, el que acaba de pronunciarla es Sebastián, que quiere casarse con su mejor amigo, y se lo está contando en voz alta a la persona en quien más confía. En este caso, la respuesta es bastante atípica. Julieta, docente de nivel inicial, y la primera en enterarse del asunto, nos cuenta que reaccionó con absoluta calma: “Ah, bueno, le dije. Y los demás chicos se mataron de la risa, pero no pasó de eso. No hubo ningún tipo de estigma ni de señalamiento, menos aún una verbalización de esa diferencia”. Sebastián tuvo la suerte de manifestar esta ocurrencia en salita de tres, donde a veces se tolera este tipo de irrupciones “disparatadas” porque se las ve como parte de la pulsión experimental de todo infante. Y de encontrarse con una maestra abierta a ese tipo de exploraciones. “Yo siempre entendí la cosa ‘afeminada’ de Sebastián como algo exploratorio, propio de su edad”, aclara Julieta.

AFEMINADOS Y MACHONAS
Aun en el marco de una lectura bien intencionada, la mirada de la maestra registra dos casilleros, que todos seguimos reproduciendo como excluyentes: femenino-masculino. Quien no cumpla con todos los puntos de uno se ubicará parcialmente en el otro. Así, “afeminado” y “machona”, aun cuando se acepten como tales, son subgrupos de los que a su vez quedan excluidos infinidad de matices, estilos, futuros, potencias. Cuando esta etapa preescolar, en la que la estimulación es prioridad, sea remplazada por la siguiente en la que los contenidos curriculares (letras y números) marcan el ingreso a un mundo que se cree más ordenado cuantas menos categorías tenga, las cosas cambiarán. Pobre de Sebastián si llega a insistir con su amor por algún compañero en la escuela primaria. En realidad tampoco necesita llegar a eso. Si muestra desinterés por los deportes, si prefiere la lectura antes que el fútbol, si llora muy seguido cuando tiene miedo, si no es violento, si quiere ser bailarín o jugar con muñecas se verá sometido a toda una serie de lecciones, sintetizadas en una máxima fatal: “Mirá como hacen los otros nenes y aprendé”. Sus compañeros y compañeras ejecutarán la ley del género que sus padres les han inculcado. Se burlarán, tendrán tácita vía libre para ignorarlo, pegarle y hasta para bajarle los pantalones como parte de los innumerables ritos que forman y refuerzan la masculinidad. En el límite, estas prácticas convocarán una cobertura mediática que las englobará bajo un nombre importado (bullying), para luego dormirse en la almohada de las conciencias bienpensantes. Los nuevos tiempos pedagógicos incluirán consultas con padres y psicopedagogos, cruce de acusaciones, negaciones, manifestaciones de temor, según cada caso. Este disciplinamiento suele ser más doloroso para niños y niñas que serán gays y lesbianas en el futuro, pero esto no significa que los demás estén librados de la violencia que supone. La mayoría lo olvida, esa es la diferencia.

“Todos los años hay nenes que quieren ir al baño de nenas, a los que no podemos hacerles entender que tienen que hacer pis en el baño de varones”, relata Marta, maestra en una escuela municipal de la Capital. “Ellos lo que dicen muchas veces es que se sienten amenazados por los demás varones, que los cargan o los molestan cuando están cerca del inodoro. A mí lo que me parece es que los asusta cierta brutalidad que tienen los varones cuando son chicos. Otros dicen que quieren ir al baño de nenas porque ahí hay espejo, y les gusta arreglarse. (¿Por qué no hay espejos en los baños de varones?) La situación es difícil. Yo trato de acompañarlos y comprenderlos pero las nenas a la vez se quejan, porque ellas lo ven como un varón y se sienten invadidas. Y ni hablar de los padres de las nenas, que vienen a hablar a la escuela porque ellas les cuentan que hay un varón que usa su baño. La dirección obviamente nos explica que tenemos que obligarlos a ir al baño que les corresponde, y que los mandemos a firmar el libro tantas veces como sea necesario si no obedecen. La verdad, no puedo pensar en ninguna solución que deje contentas a todas las partes.”

No es de extrañar, dado que no hay ningún protocolo que les indique a los docentes, y a los directivos, qué cosas pueden, no pueden, deben o no deben hacer ante estos casos. En octubre de 2006 se sancionó la Ley Nacional de Educación Sexual Responsable, que establece como obligación del Estado la protección de los derechos de niños, niñas y adolescentes en esta materia. No se ha implementado ni reglamentado todavía.

¿SENTIDO COMUN O SINSENTIDO?
Matías tiene 30 años y trabaja como diseñador gráfico. Se acuerda de esta anécdota “como si fuera ayer”. Su abuelo le había regalado un álbum de Frutillitas (¿ignoraba su contenido? ¿actuó como cómplice? Matías se lo pregunta hoy; desafortunadamente su abuelo ya no está para contestarle). Lo cierto es que a los siete años se moría por los vestidos de las distintas frutitas, la profusión de flores y animalitos rosas, el aroma a chicle globo del “raspá y olé”, el final de las historias con el triunfo del bien coronado siempre por una “lluvia de corazones”. El día en que el álbum tendría su debut escolar, Matías se despertó cargado de entusiasmo. La expectativa se terminó en el primer recreo. Salió al patio radiante, los bolsillos llenos de figuritas listas para ser cambiadas, el álbum bajo el brazo derecho. En seguida, una compañerita se encargó de proclamar la anomalía: “¿Qué hacés con eso? ¿No sabés que Frutillitas es de nenas?” A partir de ahí las imágenes se suceden desordenadas: el álbum volando por el aire, las risas endiabladas de sus compañeros, la socialización forzada de todas las figuritas de su colección entre las “nenas” del curso, el gesto indescifrable de la maestra, que aprobaba el ajuste de cuentas con cierto aire distraído. No movió un dedo para detener lo que parecía obra de la naturaleza: la justa corrección de un desvío. “Era como si ella en ese momento estuviera viendo el Animal Planet, como si los golpes y los gritos formaran parte de un paisaje africano. Los chicos eran las hienas y yo una gacela, o algo así.” La cosa no se detuvo ahí. Una vez concluido el ataque, la maestra lo llamó para explicarle que él tenía que tratar de jugar con los otros varones y de coleccionar esas figuritas de fútbol o de autos que ostentaban sus compañeritos. Matías apenas se había secado las lágrimas y tenía el guardapolvo lleno de barro, pero eso no era tan importante. Después de todo, es a los golpes que se hacen los hombres, ¿no? El proceso siguió con un reglamentario llamado a la madre. Señora, tenga cuidado con lo que le compra al nene porque en el aula se generan problemas. Los otros chicos se alteran y esto dificulta la convivencia escolar. Por favor esté más atenta a lo que hace su hijo. En los próximos meses la madre redoblaría las dosis de autitos y de fútbol por TV.

Lo que se observa en todos estos casos de violencia entre pares es que los maestros y las maestras en general no intervienen o intervienen correctivamente, para ratificar la ideología de género y, llegado el caso, sólo hacerse cargo de la agresividad física que desordena la clase. Actúan desde el más puro sentido común, o desde su intuición, que a veces puede ser sumamente reaccionaria, o no colaborar en nada para llevar a buen puerto estas situaciones. Esto es lo que sostienen especialistas como Juan Péchin, investigador del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Géneros de la UBA y del Conicet, activista del Area Queer de la UBA y secretario de Educación de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt).

A pesar de que nadie se reconoce apto para dar educación sexual, a pesar de que la ley de educación es tan discutida y que su ejecución quema en las manos de maestros, maestras y directivos, los y las docentes funcionan como guardianes de un orden de género que se reproduce día a día en los gestos más mínimos. En esta suerte de “educación sexual invisible” los y las docentes transmiten sus propias perspectivas, ideas, emociones y prejuicios acerca de la sexualidad a través de las relaciones que establecen con sus alumnos y alumnas. Lo hacen cuando alientan comportamientos diferenciados para varones y para mujeres, cuando pasan por alto situaciones de abuso o cuando no quieren hablar de sexo y hacen de ese tema un tabú. Según Péchin, “es preocupante que no haya un soporte institucional que alerte a los y las docentes sobre el uso irrestricto de su sentido común. No deberían poder usar su sentido común como un dogma. En general, ese sentido común implica una serie de normas que no son las del chico o la chica, que se está rigiendo por otras. En general lo que impera es el binarismo que conocemos, en el cual lo femenino nombra a la mujer y lo masculino al varón. Y eso se les inculca a los niños y la niñas desde muy temprano. Por eso, yo creo que lo que debería discutirse son los lugares de género y su construcción, que funcionan naturalizadamente como indicadores de la orientación sexual. El Inadi nos convocó para pensar estos temas e intervenir de a poco. Por ejemplo, se trabaja con editoriales de libros y manuales escolares para evitar que se reproduzcan en sus páginas formas normativas y esencializadoras de entender los géneros. Hay también un proyecto para producir un material que se le pedirá al Ministerio de Educación que haga circular y que serviría para trabajar géneros e identidades en el aula. Son pequeños pasos”.

Claro, hay que enfrentarse a esta otra realidad: “Es muy difícil para los y las activistas meterse entre los maestros, los padres y los niños. En un contexto en el cual la idea de patria potestad prima sobre la posible libertad del niño o de la niña podés ser denunciado como corruptor de menores, sin ir más lejos. En este sentido, los padres son los guardianes más férreos de la identidad de género de los niños y de las niñas”. Se sabe: la escuela no funciona en un vacío de sentido. Forma un dispositivo reproductor de las normas de género junto con la familia y los medios de comunicación. Aun cuando se cuenta con docentes como Julieta, que saben alentar sin miedos las diferencias, la vuelta al orden está asegurada por los temores de padres madres y las ideas convencionales sobre los géneros que sostenemos entre todos. En el camino lo que se castiga no es meramente una supuesta elección sexual precoz. Se restringe también la libertad de explorar y ensayar formas nuevas de expandir las identidades de género, formas que florecen más allá de los controles y que no cesan de desdibujar esas dos únicas maneras de ser: hombre o mujer.

MI VIDA EN ROSA
A pesar de la apertura que el siglo XXI promete en los medios, en el dictado de leyes y en un reconocimiento a fuerza de consumo, la tierna infancia sigue siendo un terreno fuertemente vigilado. Lo curioso es que el control violento que se ejerce sobre los más chicos podría desarmarse sin recurrir a nuevas reglamentaciones: basta con una lectura sincera de las que ya están consensuadas. Para empezar, los derechos del niño. Como señala Vidarte en Homografías: “Si todos los niños y niñas deben estar protegidos contra los malos tratos (art. 6 de los Derechos del Niño), eso significa que no se puede ejercer sobre ellos y ellas violencia física, psicológica o simbólica con el único objetivo de promocionar una identificación heterosexual o de castigar actitudes, gustos, opiniones, aficiones, etc., que se quieren interpretar como señales de disconformidad con un modelo de rol de género o con una posible preferencia sexual”.

Hasta entonces, el derecho a la diferencia se hará carne sólo en aquellos que lo enarbolen con obstinación. Las travestis suelen ser ejemplo en este camino de la afirmación sonriente, ejemplo a prueba de acosos y apremios.

Sophia es una transexual que hace años es conocida por ese nombre. Baila y actúa en distintos escenarios porteños sin mayores inconvenientes. Sin embargo, recuerda bien su situación de “niña problema”. “Las maestras insistían en llamarme Alberto, como figura en mi DNI. Yo les explicaba que mi nombre era Sophia y que así debían llamarme, porque yo me siento Sophia desde que tengo uso de razón. Las maestras se negaban y retaban a los pocos compañeritos que me llamaban como yo quería. La solución que encontraron era mandarme una y otra vez a la dirección. Me hacían firmar un libro gordo y negro, que indicaba la falta de conducta. Por supuesto, yo firmaba con mi nombre y todos se escandalizaban aún más. Este chico es incorregible, decían. Y llamaban a mi madre. Pero ella siempre fue una madre ausente así que no podían hacer mucho, y me salí con la mía. Los maestros terminaron por llamarme Sophia, mis compañeros también. Se cansaron de insistir”.

Sophia se salió con la suya, pero esta victoria tiene sabor a poco si pensamos en todos los que terminaron cediendo, corrigiéndose o torturándose para no vivir en la vitrina de los “bichos raros” escolares. Las cosas, por suerte, se van relajando de a poco. Y hoy no es raro ver a nenas jugando al fútbol en el recreo o a nenes que al llegar a séptimo grado aprenden a pintarse los ojos de la mano de sus novias. Las prácticas de los más chicos van erosionando ciertos moldes que para nosotros tenían rigidez de ley. La escuela, algunos docentes al menos, va tomando nota. Y no es descabellado pensar que en unos años niñas como Sophia serán llamadas por su nombre mientras se casan en el patio de la escuela con algún compañerito.

Que sea gay, pero que no sufra
“Yo con mi primer hijo me hice la progre y no me fue muy bien. Ahora no sé qué pensar”, cuenta Adriana, bibliotecaria en una universidad privada y madre de dos, un varón de 7 y una nena de 4. “Roque siempre fue muy lector, muy callado, bastante delicado también. A mí y a mi marido no nos preocupó en lo más mínimo. Tenemos muchos amigos gays y bueno, si él iba a ser gay, que lo fuera. Lo que pasa es que en la escuela la empezó a pasar mal. Los otros compañeros lo tomaron de punto porque no quería jugar al fútbol, porque en el recreo no participaba de la cosa medio grupal. Y las maestras en general me lo marcaron como un problema de socialización de él, ¿entendés? Como que ese estilo diferente que él tenía, bueno, era un problema que teníamos que solucionar. Nosotros nos pusimos mal y lo que hicimos fue mandarlo a fútbol. No con la idea de que entonces se haga más ‘masculino’, pero sí pensando que tal vez antes lo estábamos dejando muy en banda o no incentivándolo a que desarrollara cosas que todos los nenes de esa edad desarrollan. No sé. Fue un tema muy complicado la verdad. Nosotros odiamos el fútbol además. Pero bueno, lo tuvimos que hacer para que él estuviera más integrado, menos solo.”


Dame tus plataformas
Patricio acaba de cumplir 15 años y pasa casi todas sus tardes en una galería de la calle Santa Fe. Sale prácticamente corriendo del colegio y se instala en alguno de los locales que venden la música que le gusta o los zapatos con plataforma que hace poco aprendió a llevar: “Me los enseñó a usar mi novia. Es bastante difícil caminar con esto puesto, pero me hacen más alto y me gusta usar lo mismo que usa ella”. El look es claramente “femenino”: shortcito corto negro, medias de red idem, remera ajustada, ojos y labios pintados. Le pregunto cuándo empezó a vestirse así. “Yo me visto así hace mucho, desde que tengo 8 o 9 años. Mi hermana es bastante más grande que yo y en ese momento escuchaba Korn y otros grupos que me encantan. Ahora no sé si es dark, ahora trabaja de secretaria.” Pero en ese momento me pintaba los labios o me hacía ponerme sus polleras. A los 12 la acompañé a un recital y fuimos vestidos prácticamente iguales. Mis viejos nunca dijeron nada, les parece bien. Tuve problemas en la escuela, cuando era chico. Yo a veces iba con una remera larga negra y me pintaba las uñas. Cuando nos sacábamos el guardapolvo para hacer gimnasia me decían que tenía un vestido, y me puteaban sin parar. Yo nunca fui de defenderme mucho. La maestra tampoco. Con lo de la remera y las uñas llamaron a mi vieja varias veces. Ella iba a la escuela y los cagaba a pedos porque les decía que yo me podía vestir como quería. Entonces las maestras me agarraban más bronca, y en general no hacían nada cuando los otros me jodían. Por suerte ahora me puedo defender mejor y además me rodeo de gente que es como yo.”


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La Corte de California autorizó el matrimonio homosexual


En un fallo que podría tener impacto en todo Estados Unidos, la Corte Suprema de California declaró ayer inconstitucionales las leyes estatales que prohíben el matrimonio entre homosexuales, con el argumento de que "violan los derechos constitucionales de las parejas del mismo sexo".

La decisión, que se hará efectiva en 30 días, convirtió a California en el segundo estado del país, después de Massachusetts, en permitir el matrimonio entre homosexuales.

En el fallo, aprobado por cuatro de los siete magistrados, la Corte expresó que "permitir a las parejas del mismo sexo sólo acceso al estatus de unión doméstica infringe sus derechos constitucionales a casarse y a tener la misma protección ante la ley".

Jeffrey Prang, alcalde de West Hollywood, la capital homosexual en Los Angeles, dijo que se trataba de "un día histórico, no sólo para California sino para la nación".

El veredicto, que dio la razón a los demandantes -la ciudad de San Francisco, grupos que apoyan a la comunidad gay y parejas homosexuales-, fue el último episodio de una serie de decisiones judiciales iniciada en 2004.

En febrero de ese año, el alcalde de San Francisco, Gavin Newsom, autorizó los enlaces entre homosexuales por considerar que la ley estatal contradecía la Constitución. En las siguientes semanas, cerca de 4000 parejas gays se casaron en el ayuntamiento local.

Un mes después, la Corte Suprema de California ordenó paralizar las bodas y anuló los enlaces celebrados en agosto de ese año, al alegar que Newsom carecía de autoridad para contradecir las leyes estatales. Sin embargo, la decisión de ayer, muy celebrada por la comunidad gay de California, no fue la última palabra sobre el tema.

Grupos conservadores de carácter religioso han recolectado más de un millón de firmas que apoyan una iniciativa que pretende modificar la Constitución de California para declarar inconstitucional el matrimonio entre homosexuales.

Si 694.354 de estas firmas se declaran válidas, la medida podría votarse en California en los comicios del próximo 4 de noviembre, en coincidencia con las elecciones presidenciales. De ser aprobado un cambio en la Constitución, todas las decisiones judiciales anteriores quedarían anuladas.

Por su parte, el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, que había vetado dos proyectos de ley a favor de los matrimonios homosexuales, dijo que respetará y ratificará la decisión de los magistrados y aclaró que no apoyará una enmienda a la Constitución para anular el fallo de la Corte.

Impacto político

La sentencia puede tener repercusiones en la carrera hacia la Casa Blanca. El candidato republicano, John McCain, se mostró contrario al matrimonio entre personas del mismo sexo; los demócratas Hillary Clinton y Barack Obama también, aunque están a favor de las uniones civiles.

Según los analistas, debido a la influencia que tuvieron otras medidas adoptadas en California y a que, con 37 millones de habitantes, es el estado más poblado del país, el fallo podría repercutir en el resto de la nación.

"Los ejemplos de la Corte Suprema de California son frecuentemente imitados y sientan precedente", indicó David Cruz, profesor de derecho de la Universidad del Sur de California.

"Este fue el primer estado en retirar las leyes contra el matrimonio interracial, 19 años antes que la Corte Suprema de Estados Unidos", señaló Cruz, quien agregó que la decisión "puede ser tremendamente influyente".

Agencias ANSA, AP, AFP y EFE
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domingo, 11 de mayo de 2008

¿Es usted homófobo?


Conteste marcando una de las tres respuestas posibles.

¿Qué haría si tuviera un hijo homófobo?
a Intentaría ayudarlo a dejar de serlo.
b Respetaría su actitud.
c Iría con él a patear maricones.

¿Le importaría que en su barrio hubiera personas homófobas?
a Sí.
b Me daría igual.
c No, de hecho está lleno y todo bien.

¿Cuál es el origen de la homofobia?
a Es algo social, derivado de la educación y de los valores de una sociedad machista.
b Es algo genético, es inevitable.
c No tiene origen, es algo natural.

¿Cree que los homófobos deberían tener derecho a ser padres o a adoptar niños?
a No, dañarían gravemente el desarrollo afectivo y la salud mental del hijo.
b Quizá.
c Cómo no, si no, nos saldrían todos los hijos maricones.

¿Cree que la homofobia es un desorden moral, un pecado, una aberración?
a Sí.
b No sé.
c No es pecado, es bueno, lo dice la Iglesia.

¿Cómo cree que deberían ser tratadas las personas homófobas?
a Deberían ayudarlos con campañas educativas y apoyo psicológico.
b No sé.
c Deberían darles un premio por mantener limpia la Tierra.

¿Se considera usted homófobo?
a No.
b No, yo comprendo y tolero a los homosexuales, son muy sensibles.
c La homofobia no existe, son cosas de maricones.

¿Cree que habría que exterminar a los gays, las lesbianas y farmacéuticos?
a No.
b No creo.
c ¿Por qué a los farmacéuticos?

Solución
Mayoría de respuestas a: no es una persona homófoba, o sí, pero sabe mentir.
Mayoría de respuestas c: usted es un flor de homófobo/a.
Mayoría de respuestas b: es el peor de los tres, porque es homófobo y no es consciente de ello. Su silencio y su pasividad suponen una forma de complicidad con la homofobia.

Este test fue ideado por el sociólogo español Javier Sáez.
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sábado, 10 de mayo de 2008

Boris Izaguirre: Con alma de culebrón


El mediático, prolífico, casado y venezolano autor de Villa Diamante, novela finalista del Premio Planeta, recuerda con cariño a muchos de los iconos que emplumaron su más tierna infancia. A la hora de reflexionar sobre literatura, rinde eterno homenaje a la telenovela venezolana, de la que hereda un sello de estilo: directo al corazón, que se pueda leer mientras se hace otra cosa.

¿Qué te trajo a la Argentina?
—Estoy de visita por la Feria del Libro, porque aquí comienza la gira latinoamericana por mi última novela, Villa Diamante, que fue finalista del premio Planeta de este año. Luego me voy a Perú, Colombia y México. Me causa gracia ir a la feria en la Sociedad Rural, donde yo siempre he visto ganado, es un espacio con amplia capacidad para transformarse, ¿no crees? Pero no es mi primera vez aquí, yo he vivido en la Argentina por accidente, porque en los ’90 hubo una moda de guionistas de telenovelas venezolanos y yo recibí una oferta de este país para venir a trabajar aquí. La acepté para irme de Caracas. Vivir aquí era la mejor posibilidad para independizarme de mi familia y de mi país, fue una puerta de escape.

¿Qué te gustó de Buenos Aires?
—Es un lugar completamente personal, pese a que los argentinos se esfuerzan tanto en compararse con otros sitios, es un lugar muy individual, muy único. Mi año de vida en Buenos Aires fue mi instrucción para desarrollar mi vida en Madrid. Para los latinoamericanos, ustedes son la primera puerta hacia Europa. Desde aquí, viví el golpe de Estado del 4 de marzo de 1992 de Hugo Chávez, y recibí justo al mismo tiempo una oferta de Galicia. Me fui a España porque no quería volver a Venezuela, por Chávez.

¿Tenés un lugar favorito?
—Me gustan mucho los Palermos. Pero el Jardín Japonés es mi lugar favorito. De hecho, es la contraportada de mi novela, una foto que tomó mi marido, a quien me costó horrores convencer de que nos fuéramos. Villa Diamante se terminó de escribir aquí, en Buenos Aires. También me encanta el Planetario. Los bosques de Palermo y Palermo Chico me encantan. Siempre he pensando que yo nací en ese lugar antes, en otra vida. Descubrimos también el estadio de Huracán en Parque Patricios, llevo su imagen en mi salva pantalla de móvil. El nombre me fascina, HU-RA-CAN. Lo visitamos la última vez que estuvimos en Buenos Aires, en el verano. El estandarte es como el sello de la RKO, la productora cinematográfica de los ’30, son contemporáneos.

¿Para qué público pensás tu última novela?
–Villa Diamante es una novela para ser leída en el subte por una persona que tiene que ir a trabajar, que roba tiempo para entregarse a la ficción que lo atrape y lo seduzca. Mi lectura es un poco más masiva, no me planteo escribir de otra manera, quiero que atrape. Eso tiene que ver con que he sido guionista de telenovela, es algo que te enseña a conectar. Yo soy de los últimos que vieron lo artesanal de la telenovela, ahora son maquinarias empresariales. Pero la comunicación es siempre directa. Yo pienso mucho en la lectora, pero jamás había escrito una historia con una protagonista, con un obstáculo tremendo que es su hermana, mucho más bella que ella y, si algo pasara, los padres protegerían a su hermana. Pero ella es una mujer con una capacidad increíble para reinventarse y recuperarse, y eso me ha hecho ganar muchas lectoras. Yo quería contar la historia de cuando Venezuela en los años ’50, durante la dictadura de Giménez, fue para el mundo la gran esperanza, el futuro. Caracas era la ciudad donde todo podía suceder, había todo el dinero del mundo, siempre gracias al petróleo. Se hicieron muchas obras que siguen en pie, entre ellas una casa privada, por un arquitecto italiano, Gio Ponti, para uso y disfrute de una pareja. Esa casa significa para mí esa idea de futuro terriblemente asociada a una dictadura latinoamericana. Son dos carreteras que solo la ficción podía mezclar bien.

¿Existe la literatura gay?
–Yo tengo mi novela gay, Azul Petróleo, que es un asesino en serie que mata en Caracas, donde las familias de los difuntos prefieren ocultar el hecho a tener que asumir la sexualidad del asesinado. Es una novela sobre la mentira. Yo creo que no existe la literatura gay, aunque muchos autores hicieron un ejercicio gay. Sí creo que la homosexualidad, como condición sexual y como hecho perseguido y discriminado, ha generado una manera de observar que se ha apoderado de diferentes elementos culturales y ha creado con ellos una cultura propia. No soy defensor, porque no defiendo nada, pero ese grupo de elementos unidos generaron una cultura gay, y quienes se sienten atraídos a esa cultura no tienen que ser gays ni hétero, simplemente sentirse atraídos. Esa cultura nos ha dado frutos extraordinarios e iconos increíbles, y si quiere esa cultura abrazarme no me voy a negar; por el contrario, me sentiría encantado.

¿Tenés algún escritor argentino entre tus preferidos?
—Manuel Puig. Mucha gente lo asocia conmigo, Juan José Villas, el ganador del Premio Planeta, me dijo que he dado en el clavo porque desde la muerte de Puig no ha habido escritor latinoamericano que trabaje en el terreno del melodrama utilizando la política. Pubis angelical es mi libro, siempre ha logrado atraparme y siempre que vuelvo a él tiene algo nuevo para mí.

Muchos identifican a Manuel Puig con el camp. ¿Vos intentás hacer una literatura en esa dirección?
—Yo estoy conectado con el camp, no sé si mi literatura. Yo quiero escribir cosas históricas pero con espacio de lirismo en la prosa. Pero mis arterias y mis gustos sin duda lo son. El camp ha sido una guía, una identidad cultural propia para mí y para mi generación. En los ’80 estábamos muy decididos a no tener nada que ver con Latinoamérica, cuando en realidad somos sus últimos grandes hijos. Por ejemplo, amábamos Talking Heads y, mira, David Byrne ahora hace música latinoamericana. ¡Es como si Boy George pinchara Ketama en las fiestas! Pero habría que ver quién puede sostener presenciar lo camp por más de 15 minutos. Por ejemplo Flying Down to Rio, con Carmen Miranda, ¿quién la vio entera? Tú ves trozos de estética perfectamente puesta. De pequeño, mi máximo de glamour eran las Trillizas de Oro: jugábamos con mis amigas a que éramos las trillizas, porque tenían un programa en Venezuela, y yo era la cuarta trilliza, María Todo me llamaba. Luego las conocí y me pareció que ellas escogieron lo lógico, aburguesarse, casarse con polistas, es un mundo perdido para mí. El camp es una manera de recuperar universos perdidos, mundos fatuos y vacuos, pero llenos de ternura. Mi marido, que es decorador, es mucho más serio, él se siente alejado de eso, él siempre me está señalando para que no caiga en ello, sin éxito, claro.

¿Por qué te casaste?
—Me casé porque no quería seguir llamando toda la vida “novio” a mi novio, y poder decirle “marido”. Y siempre que hago migraciones me encanta poner “casado”, porque yo estoy casado, y me parece formidable el matrimonio, aunque soy ateo, el matrimonio me encanta. Como mi madre me dijo, es un alivio, porque organizas todo. Nos casamos en Barcelona y festejamos en el programa Channel Número 4 en vivo, hasta llamó Miguel Bosé por ejemplo. Mis padres se casaron de la misma manera, en el Registro Civil, mi madre se puso un trajecito Dior color tabaco y a la noche llamaron a los amigos, y los amigos a otros amigos, y así tuvieron que hacer una fiesta improvisada. Mi marido lo organizó todo mucho mejor: comimos unos canapés de caviar y salmón en casa de uno de nuestros testigos, un coche me llevó al programa, y luego nos fuimos a las afueras de Barcelona a un restorán muy célebre con dos estrellas Michelini, cuya dueña tuvo un dolor increíble porque no le avisamos, pero mi marido quiso que fuera así para no despertar la atención. En ese sentido le salió mal, porque los fotógrafos lo persiguieron a él, que era al que no conocían.

¿Piensan tener hijos?
—Hemos pensado en adoptar, pero lamentablemente en la mayoría de los países donde se puede adoptar las agencias están controladas por la Iglesia Católica, la ley lo permite pero la realidad te lo muestra de otra manera. Por eso me parece que yo iría por la inseminación artificial. Estoy feliz con esta historia del varón embarazado, haya nacido lo que haya nacido, pero es importante este momento porque abre posibilidades.

¿Saliste alguna vez con un varón trans?
—He tenido grandes amistades en la transexualidad, aunque no he salido con ninguno. Por ahora, jamás me he enamorado de alguien que haya nacido en un sexo equivocado. En cualquier caso, me siento del lado de ellos, ellos son el sexo que son, no el que nacieron, y así se debe observar a una persona. A lo mejor tienes la suerte de estar en armonía con cuerpo y espíritu pero para muchas personas no es así, y gracias a la ciencia se puede conseguir ese entendimiento.

¿Tenés iconos gay?
–Entre mis muchísimos iconos gay están Micky Mouse, Pinoccio, Bambi, Dumbo, Batman, Meteoro, Superman —sí, dije Superman, vamos, nadie que se ponga el calzón por arriba de unas panties y salga con una capa y botas rojas puede no ser gay—. Esos son mis grandes iconos homosexuales. Y por supuesto el Topo Gigio, que en mi libro Muertas de glamour ya dije que lo escondieron porque se dieron cuenta de que estaba mariconeando a toda una generación de espectadores a la cual yo pertenezco. Yo me paraba a ver al Topo y decía frente al espejo “A la ca-mi-ta”. Mi pluma se la debo al Topo.

Leonor Silvestri
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