jueves, 12 de enero de 2006

Crece el circuito gay en Buenos Aires, con más negocios y visitantes


El quiebre lo marcó 2002. Ese año, la aprobación de la Ley de Unión Civil la posicionó como una ciudad de mentalidad progresista, y la devaluación la volvió accesible para los extranjeros. Desde entonces, Buenos Aires no dejó de crecer como destino turístico gay, y el circuito se sigue expandiendo con más lugares y visitantes que vienen a disfrutar de un mix de trato amable, compras convenientes, actividades culturales y mucha movida.

Si bien no hay cifras oficiales, se calcula que los turistas gay son alrededor del 20% del total, estimado en 550.000 por mes. "La proyección es muy alentadora. No sólo se ve en el aumento exponencial de visitantes, sino en la cantidad de emprendedores y empresas locales y extranjeras que están invirtiendo, abriendo nuevos espacios y servicios orientados a nuestro público", señala Carlos Meliá, de Pride Travel, una de las primeras agencias de turismo especializadas del sector.

Lo que dice Meliá puede verificarse en las guías y mapas sobre la movida gay porteña. Morella Pérez empezó a editar en 2001 el Gay Map de Bleu Cards, el primer mapa gay del país. Hoy, los anunciantes crecieron más del 40%. La repercusión del mapa, que tiene cuatro ediciones anuales y se distribuye en hoteles 4 y 5 estrellas, también explotó: "De 10.000 ejemplares pasamos a 30.000 y tenemos una edición especial de San Telmo", cuenta. Este barrio es donde más se amplió la movida.

Cada vez más locales suman la bandera del arco iris, símbolo de los "gay friendly" (con un trato amigable hacia la comunidad). Y es significativa la diversidad de rubros. "Existe una cultura gay que incluye fiestas, bares, restoranes, milongas, negocios de indumentaria y de estética", enumera Leo Toy, un periodista que acaba de editar GayBa, la primera guía gay en formato de libro.

Toy relevó más de 200 comercios: la mayoría son lugares para comer, tomar algo o ir a bailar. Uno de ellos es el restorán afrodisíaco Te mataré Ramírez. "Los clientes subieron un 10% el último año. La mayor parte son estadounidenses y latinoamericanos", cuenta Carlos Di Cesare. En el CE, un hotel de diseño que recibe a muchos turistas gay, agregan: "Su edad promedio es de 38 y el 40% viene en pareja".

Según todos los operadores, estos turistas, de buen poder adquisitivo, gastan mucho. La consultora Alfacrux, dirigida por el ex secretario de Turismo Hernán Lombardi, realizó una encuesta entre 400 casos que permite delinear un perfil del visitante gay. "Los barrios preferidos son San Telmo, por su arquitectura; Recoleta, zona de boliches; y Palermo Viejo. La primera motivación de la visita son los bares y la vida nocturna, seguida por los espacios verdes y la arquitectura cosmopolita. Entre los otros destinos que visitan en la Argentina, sorprendentemente el primero es Ushuaia, que tiene una movida de música electrónica que atrae a este público. Le siguen Mar del Plata, la Costa Atlántica y los centros de esquí", detalla Lombardi.

Luciana Páez, de la agencia Viajeras.net, la única especializada en público lésbico, aporta más claves: "A los hombres les gusta la noche. Van a hoteles caros, les interesan los tours de compras y gastan en indumentaria y diseño. Las mujeres prefieren consumir cultura y comprar artesanías, no les importa tanto la categoría de la hotelería. Y les gusta recorrer el resto del país".

En lo que hay coincidencia es en que todos estos viajeros buscan sentirse respetados. "Tenemos a nuestro personal entrenado para brindar un trato natural y hospitalario. Estos turistas esperan eso, que es lo mismo que pide cualquier persona de vacaciones. En el turismo, y en especial en este sector, el boca a boca influye muchísimo. Cuando son bien atendidos, estos visitantes vuelven y recomiendan", dice Alberto Albamonte, presidente de Howard Johnson, la primera cadena hotelera reconocida internacionalmente como gay friendly. Hoy, la mayoría de los hoteles porteños de categoría, aunque no se promocionen como gay friendly, lo son de hecho. El ejemplo más concreto es que aceptan naturalmente que dos hombres o dos mujeres pidan una habita ción con cama matrimonial.

La idea es captar este target, pero también hay una mayor apertura en los porteños. "Lentamente se está dando un cambio de mentalidad", afirma Jorge Bianco, responsable de Bianco Bienes Raíces, una inmobiliaria dirigida a la comunidad gay. Desde el Estado, la idea es alentar este turismo, y el portal oficial www.bue.gov.ar incluyó un link sobre la oferta gay. "Nos interesa pronunciarnos como una ciudad amigable. Es un nicho interesante, pero no buscamos promocionar circuitos especiales sino integrar a dicho segmento en la oferta general y que se sientan cómodos", asegura Marcela Cuesta, subsecretaria de Turismo porteña. Un reciente artículo del portal www.gaychile.com (un país del que vienen muchos turistas de este segmento) sobre Buenos Aires, parece darles la razón: "Cada vez hay más visitantes homosexuales que cruzan el mundo atraídos por el vibrante circuito gay de la ciudad donde, según la publicidad y comentarios, son aceptados como parte de la vida urbana".

Adriana Santagati / Diario Clarin / Argentina 2006

¿Cero Ambiente?


En el transcurso de la segunda mitad del siglo XX comenzó a esbozarse un rudimentario principio de articulación comunitaria de homosexuales, que fue ahogado por la oleada de globalización. Como reflejo se fue armando un vocabulario cuya evolución retrata o prefigura la historia. Hoy tiene contenidos imprecisos, innovaciones excesivas y categorías incoherentes, sistemas de pensamiento implícito conflictivos y resonancias emocionales destempladas...

Principios del Siglo XX

A principios del siglo XX ni la sociedad general ni los grupos y círculos de socialización de los que hoy llamaríamos "personas homosexuales" tenían nombres neutros de uso común que designaran a esas personas. Los existentes eran vulgares e insultantes, usados por los propios homosexuales, que perpetuaban el estigma.

Los únicos vocablos educados eran neologismos técnicos (los hombres eran llamados homófilos y uranistas; las mujeres, sáficas y tríbadas) o palabras sancionatorias: perversos, inmorales, amorales, invertidos. Entre los vocablos técnicos estaba el adjetivo homosexual, aplicado a hombres y mujeres.

Los ´50 y '60

A mediados de siglo, la sociedad Argentina tenía en uso común las expresiones homosexual, pervertido, invertido, desviado y amoral, en las que confundía contenidos médicosiquiátricos y morales.

Los homosexuales habían creado un ámbito de socialización al que llamaban el ambiente. Su jerga incluía expresiones redundantes de límites semánticos fluctuantes : beter era sinónimo de gente de ambiente. Esta frase designaba a todos los diversos tipos de minorías sexuales; los heterosexuales eran paquis; a los varones masculinos de clase baja o media baja con conducta homosexual y decían estar en la joda, y en el ambiente se les decía chongos. La pareja homosexual estable se llamaba aferato, y cada uno de sus integrantes afer (del francés affaire).

En el vocabulario de los sesenta hay implícitos dos sistemas de pensamiento.

El primero, corporizado en los vocablos perverso y desviado, es evolucionista. Supone que el impulso sexual nace en el sujeto y se dirige hacia un objeto de características prefijadas, por una ruta previamente establecida. El sujeto se hace homosexual al dirigir su desarrollo a una meta distinta a la prefijada. En la percepción general, esta desviación del desarrollo se produce por opción voluntaria o como resultado de seducción o entorno.

Esta idea se basa en la creencia de que toda persona está destinada a la heterosexualidad, y que sólo mediante un esfuerzo deliberado se puede "torcer" ese destino. Esto vuelve al homosexual responsable de su propia condición. La diferencia entre llamarlo desviado y perverso es que en la segunda hay un juicio moral que médicos, siquiatras y sicólogos no supieron combatir.

El segundo, corporizado en el vocablo invertido, es esencialita. El sujeto sólo puede unirse con su opuesto. Se presupone que los géneros son irremisiblemente complementarios: lo masculino y lo femenino son inversas mutuas. El varón es masculino y se complementa con lo femenino; la mujer es femenina y se complementa con lo masculino. En esta línea de pensamiento, se supone que para que una mujer se una a otra mujer o un varón a otro varón, alguno de los miembros de la pareja debe invertir su género: necesariamente una de las dos mujeres de una pareja homosexual deberá ser machona, y uno de los dos hombres de la pareja homosexual deberá ser afeminado.

En ambos sistemas, la mayoría establece la norma de desarrollo o de adscripción de género y sexo.

Los '70

Durante los años de la guerrilla el movimiento psicoanalítico argentino se intensificó; al llegarla la dictadura se volcó a sus variantes más abstrusas, y se tradujeron y publicaron textos de los años treinta y cuarenta. Homosexual y homosexualidad se asentaron como nombres unificadores: el campo semántico que perfilaban delimitó un yo comunal ante la sociedad general. Los círculos homosexuales aún percibían sus orígenes médicosiquiátricos. ("Huele a cloroformo", dice de la palabra homosexual un activista cuya juventud transcurrió en aquella época).

Freud había bautizado elección a un proceso en que el impulso sexual anobjetal se fija en el objeto, volviéndolo objeto del deseo.

Los ´80

Junto a la palabra homosexual aparece como moda redundante la palabra gay. Ambas se usan como sinónimos, aunque gay evoca la identidad sociocultural de las personas homosexuales desde la revuelta de Stonewall en 1969. En Argentina la usaban homosexuales de ambos sexos, sin indicar necesariamente que adscribieran a la subcultura gay, afincada en Argentina en pequeños círculos a partir de 1983.

La palabra lesbiana se impuso como su femenino a medida que el reclamo feminista de auto-designación entró en las mujeres homosexuales.

Los ´90

En el concepto unificador homosexual se perfilan dos acepciones: la primera indica una condición que se manifiesta en comportamientos o en percepción de sí; la segunda indica una conducta que permite tener relaciones sexuales con el propio sexo. La subcultura gay indica el modelo norteamericano: discotecas, lugares de encuentro, saunas y bares (llamados la noche) y normas de comportamiento, aspecto y lenguaje (llamadas el código). El neologismo gaydad no pasó de innovación curiosa; sus femeninos redundantes, lesbianidad y lesbianismo, subsisten en círculos intelectuales.

Conviven gay para hombre y mujer (indicando o no estilo de vida), gay y lesbiana especializados por género y homosexual para ambos géneros.

Fin de Siglo

Las sub minorías travestí y transexual cobran visibilidad. En cenáculos homosexuales el campo semántico del concepto unificador homosexual se fragmenta asimétricamente en gay, lesbiana, travestí, transexual, bisexual.

Se siente la necesidad de reconstruir el campo semántico unificador : en VIH/SIDA se acuña la frase "hombres que tienen sexo con hombres" y su sigla HSH, como sinónimo de la segunda acepción de homosexual. La dupla "paqui-béter" comienza a ser usada nuevamente en círculos homosexuales.

Persistencia de la historia

Todas estas etapas siguen presentes simultáneamente en la realidad actual.

El estigma, aunque ya no es hegemónico, sigue estorbando la auto-identificación. La auto-designación insultante (putos) persiste en diversos contextos y justificaciones. En las clases bajas, culturalmente conservadoras, los individuos no perciben la significación de sus prácticas homosexuales; el varón que busca a otro varón para satisfacer su deseo sigue diciendo "estoy en la joda" y sigue siendo chongo para el ambiente; el valijero de clase media persigue el sexo furtivo de los cines pornográficos y los baños públicos y de bares (las teteras); los saunas siguen repletos con las visitas de los casados que integran el ambiente.

La articulación comunal existente, engullida por la globalización, no progresó más allá de un estadio rudimentario; sigue enzarzada en el caos conceptual y las repercusiones emocionales de las palabras homosexual y gay.

La frase "SOY BÉTER" se origina en el seudónimo "Clara Beter" que César Tiempo usó en 1927 para sus "Versos de Una..."

Homofobia y falsa etimologia

Heterosexuales hostiles y homosexuales petulantes coinciden en afirmar que paqui es abreviatura de "paquidermo" (epíteto presuntamente adjudicado a los heterosexuales por ser pesados) y que béter es adaptación del inglés "better". Los homosexuales quedan como fatuos que creen "ser mejores que ésos..." La primera etimología resuma desprecio hacia los heterosexuales (esos pesados...) y hacia los homosexuales (esos livianos...); la segunda es un yerro. En el ambiente la lengua prestigiosa era el francés.

Homosexualidad y Homosexualismo

De homosexual habían derivado dos sustantivos redundantes: homosexualidad y homosexualismo. En este último estaba implícita (las palabras terminadas en - ismo indican "partidario de...") la idea de que la organización comunitaria de los homosexuales tendía a la promoción de sus conductas; al irse apartando la sociedad de la creencia de que la homosexualidad es voluntaria, se fue imponiendo homosexualidad.

El articulo publicado en la Revista Espejo lleva por titulo "Ser de Ambiente: los nombres de la homosexualidad"
Rafael Freda

sábado, 7 de enero de 2006

El lesbianismo, tema tabú en el cine


La homosexualidad es siempre un tema tabú; pero incluso allí surge el prejuicio masculino: hay muchos más films sobre las relaciones entre hombres homosexuales que sobre lesbianas. Un paseo por el tema a través del tiempo y diez recomendaciones para alquilar.

Criaturas celestiales, una película sobre el amor de mujeres.
Aunque la homosexualidad masculina es un tema bastante recurrente en el cine -por lo menos desde los '70-, la femenina siempre permaneció (y permanece) en un cono de sombras. Del amor lésbico es poco lo que se dice y mucho menos lo que se muestra más allá de ciertos parámetros.

Incluso en el cine pornográfico, el lesbianismo aparece como una especie de "decoración", tratado de acuerdo con los deseos o los aparentes deseos masculinos. Excitantes o no, no representan casi nunca la realidad (ni sexual ni social) del mundo lésbico. También en el retrato de la homosexualidad reina el machismo, increíblemente.

En pocos países del mundo el tema pudo considerare de manera más o menos abierta. En las primeras décadas del siglo XX, sólo una película alemana logró plasmar en el cine no marginal el asunto: se trató de Chicas de Uniforme (Mädchen in Uniform), de Leontine Sagen, donde una joven se enamoraba perdidamente de la profesora en un colegio de pupilas.

No era comedia, sino un melodrama hecho y derecho que causó las iras del gobierno nazi y también fue prohibida en los EE.UU., hasta que la propia esposa del presidente Roosevelt, Eleanor, obligó a levantar la medida. El film ganó entonces premios de crítica y fue el primer intento honesto de poner el lesbianismo en el centro de la escena.

La segunda película importante sobre el tema es La mentira maldita, que tiene dos versiones, ambas dirigidas por William Wyler, ambas basadas en la obra de la escritora lesbiana Lillian Hellman. La primera usa un triángulo amoroso heterosexual; la segunda es fiel a la obra.

En un colegio, una chica acusa a dos maestras (Audrey Hepburn y Shirley McLaine) de ser amantes. El film muestra las reacciones de la comunidad alrededor de estas dos personas, y también que una de las dos mujeres, efectivamente, siente algo por la otra. La obra es compleja y el film también (recientemente se editó en DVD) y toca honestamente el tema y sus consecuencias.

El porno de los '70 fue más bien un cine de ruptura de ciertas constumbres antes que un mecanismo de excitación. En todos los "clásicos", parte de la liberación de la mujer -la mayoría de estos films estaban protagonizados por mujeres- era el contacto sexual con otras mujeres. Garganta Profunda, Detrás de la puerta verde, El diablo en Miss Jones y Taboo -algo así como el "canon" del porno- incluían el sexo sáfico.

Pero el tema, la cuestión, el asunto de cómo el lesbianismo formaba parte del mundo quedaba reducido exclusivamente a la cuestión sexual y, por lo demás, lúdicra. Aunque es necesario decir que el primer (y único) auge de la pornografía logró que ciertos temas se volvieran menos tabú.

Aún hoy, de todas maneras, los films sobre lesbianismo son escasos y rodeados de un aura misterioso, como si fuera apenas una diversión de voyeurs en lugar de la realidad del 10% de las mujeres en todo el mundo. Ha habido, de todas maneras, films donde las lesbianas aparecen sin ridiculizar. De ellas, a continuación, una lista.

Mujeres que aman mujeres: films fundamentales

La selección que sigue tiene tres criterios: el primero, que toquen el tema del lesbianismo sin usarlo como "gancho" sexual; el segundo, que estén disponibles en VHS o DVD; el tercero, que sean además buenas películas, o por lo menos discutibles.

Persona (1966), de Ingmar Bergman
Una actriz y su enfermera se libran a una desgarradora batalla que termina uniéndolas en una espiral de locura. Para muchos es la obra maestra de Bergman; lo que es indiscutible es la carne que ponen al asador Bibbi Andersen y Liv Ullman como esta pareja de mujeres entre el amor y el odio. Marcó el tema, además.

Criaturas celestiales (1994), de Peter Jackson
El señor Jackson contó la historia de amor de dos chicas (Kate Winslet en su asombroso debut y Melanie Lynskey) que caen, también, en una especie de locura donde son parte de la corte del rey Arturo y sienten un amor apasionado por Mario Lanza y su miedo por Orson Welles. Luego cometen un crimen, fundado en la represión del medio a un espíritu libre. Jackson comprende perfectamente la relación entre las protagonistas y logra conmover a cualquier público.

La otra cara del amor (1997), de Kevin Smith
Smith se dedica a una comedia rara, al mismo tiempo basada en el arte "pop" (especialmente la historieta) y autobiográfica. Aquí narra el amor entre una chica bisexual y un joven dibujante. El resultado trastoca la vida de ambos y es una buena -y muy honesta- exposición de las dudas que presenta la bisexualidad y el lesbianismo al hombre promedio. Aunque no perfecta, recomendable.

Descubriendo el amor (1998), de Lukas Moodysson
En un perdidísimo pueblo sueco, una chica es considerada "fácil", aunque nunca tuvo relaciones sexuales. Y otra está enamorada de ellas. Lo que comienza como una comedia adolescente se transforma en la historia agridulce de un amor real pero no aceptado. El film es, también, una muestra de los miedos que rodean la cuestión de la homosexualidad para quien tiene que vivirla.

¿Quieres ser John Malkovich? (1999), de Spike Jonze
Es lógico pensar que este film es sobre muchas cosas, dada su profundidad. Pero uno de los mecanismos dramáticos es la relación entre dos mujeres (Katherine Keener y Cameron Díaz) y cómo se diferencia la visión del mundo que tienen respecto de la visión de los hombres. Eso las une y las enamora, lo que lleva a un desenlace bastante sorprendente. Es, además, una de las relaciones lésbicas más honestas mostradas en pantalla.

Besando a Jessica Stein (2001), Charles Herman-Wurmfeld
Comedia teatral llevada al cine y protagonizada por sus propias escritoras. Una chica de familia judía tradicional decide "probar" el amor de otra mujer, dado que los hombres no le convencen. Lo que sigue es una comedia de situaciones, pero las emociones que muestran estos dos personajes tienen un viso de realidad importante, que hace que el espectador se distancie del hecho de que sean dos mujeres enamoradas y disfrute del film como la comedia romántica que es.

El camino de los sueños (2001), de David Lynch
La película que consagró a Naomi Watts es la pesadilla de una lesbiana despechada, una mujer que ha perdido la pasión y el amor de su vida porque esa pareja prefiere "fingir" un matrimonio con un hombre. Bueno, en principio: las películas de Lynch no son precisamente lo más "fácil" de definir y esta, por supuesto, no lo es. Lo que sí es interesante es que a las secuencias de sexo entre mujeres -ciertamente impactantes-, siguen otras de enorme emoción y ternura donde el amor y el sentimiento se ponen por encima de la belleza física. La experiencia es perturbadora en cualquier sentido.

Las Horas (2002), de Stephen Daldry
El "pero" que puede hacérsele a este film (uno de cuyos temas es la mirada respecto de la homosexualidad, especialmente femenina, a todo lo largo del siglo XX) es que en ciertas secuencias el tema parece "diluido" por el preciosismo de la adaptación. Pero es interesante notar la falta total de escándalo en la historia protagonizada por Meryl Streep, una mirada donde la atracción por el mismo sexo es, apenas, un rasgo más de los personajes como el color de pelo o la manera de hablar.

Lesbianas de Buenos Aires (2004), de Santiago García
Este documental filmado a lo largo de tres años muestra la realidad de las lesbianas, alejadas del glamour del porno o del retrato culposo o humorístico. La vida de pareja, la relación con los padres, las posibilidades de tener y criar hijos y, como fondo, el mundo del deporte son algunas de las cuestiones que el film retrata con enorme honestidad. Hay por lo menos una secuencia donde no se pueden evitar las lágrimas. También hay espacio para discutir y para registros de enorme belleza.

Leonardo D'Espósito – (Terra)

Thelma, Louise y otras fugitivas hartas de estar al borde del precipicio


Thelma y Louise de Ridley Scott es una historia de amistad y solidaridad entre mujeres frente a una de las manifestaciones más virulentas del heteropatriarcado: la violencia sexual sobre/hacia las mujeres. Eso nadie lo pone en duda.

Sigue un trayectoria que no inventa, la de la road-movie “bola de nieve”, aunque la pone al servicio de una idea interesante: ¿Pueden esas fugitivas-asesinas demonizadas por los mass-media y el orden social ser dos mujeres que simplemente se han resistido a ser violentadas por el machismo, o a la inversa, podría la vecina de al lado, que sale en los telediarios -y basta repasar la cifra mujeres asesinadas por sus maridos o parejas masculinas en lo que lleva de año, sin ir más lejos, en el estado español-, volverse hacía su agresor (conocido o no) y hacerle degustar a punta de pistola lo que él hace con los privilegios varoniles más arraigados en el código machista?

Ahora bien, “Thelma y Louise” es y ha sido también para muchos espectadores -particularmente para las mujeres lesbianas- una historia de amistad y de amor entre dos mujeres. Una historia de amor a la que el Hollywood comercial/liberal, en el que se inserta como producción cinematográfica, ha despojado de sexualidad. Al menos de la sexualidad tal y como la concibe Hollywood. Ya que besos y abrazos, coaliciones y solidaridades íntimas ya fueron nombradas como formas de resistencia lesbiana al heteropatriarcado por Adrienne Rich en su revolucionario artículo “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”.

Cuando, al final, Thelma y Louise se besan en la boca, al modo en el que aparece en los filmes de Hollywood; cuando empieza a haber sexo/sexualidad entre dos mujeres, éstas ya han decidido autoinmolarse, suicidarse, dejando con cara de poker, no sólo al policía-bueno, paternalista, que encarna Harvey Keitel, sino también, seguramente, en secreto, a muchas lesbianas que esperaban que, incluso en un filme comercial, un beso entre dos protagonistas (y dos actrices famosas) no fuera automáticamente seguido de una caída en el abismo, de una negación total de su existencia como sujetos sociales, de una autodestrucción que- no-deja-de-serlo por estandarizada, escamoteada que aparezca en el montaje final del filme.

El gesto final, incluso el beso final, se reduce así a gesto de heroínas, a beso de amigas heterosexuales en una situación límite, no a un beso entre mujeres que se aman, lo expresan y tienen sexualidad entre ellas, no a un beso de lesbianas. El hecho de que un beso en la boca entre dos mujeres en el cine mainstream sólo sea posible al borde del abismo, o del acantilado, del mismismo Gran Canyon, icono, como ellas, las actrices, de la cultura estadounidense y mundial (por extensión y colonización culturales), nos lleva a pensar una vez más, en la negación de la subjetividad de las lesbianas en el imaginario común y mayoritario, a su negación misma como sujetos sexuados y nos lleva a plantearnos, en forma de interrogación, lo que, en forma de afirmación política, dijo Monique Wittig (Las lesbianas no son mujeres) y volviéndonos al público de la sala, que aplaude y come palomitas en el fundido en blanco final, preguntarle ¿Las lesbianas son mujeres? ¿O sólo son un fundido en blanco? Pero aquí más que profundizar en la lectura lésbica del filme, que corresponde hacer a ellas mismas y que hasta ahora, que yo sepa, no se ha querido o podido hacer.

Más que ahondar en el lesbianismo que se filtra por todos los intersicios de Thelma y Louise, me interesa contar cómo, desde mi posición de espectador gay saliendo del armario en la época que me pilló su archipublicitado estreno, en 1992, funcionó también, el filme de Scott, como una posible fantasía de liberación (o al menos de afirmación) gay masculina. No sólo porque Thelma se fije y nombre sobre todo y, repetidas veces, en el culo enfundado en vaqueros de Brad Pitt, todavía actor secundario, sino sobre todo porque su hábil y algo tramposo guión deja puertas abiertas al fantaseo aunque, en realidad, bloquee el discurso liberador en un suicidio/denuncia que sirve de requisitoria contra un modelo sociosexual, pero que acaba destruyendo a los sujetos disidentes, en un acto de autoinmolación que en el blando hollywood comercial se resume con un hábil plano congelado del coche en el aire. No hay sangre. En el imaginario lésbico sí la hay (“Escribe tú en mi cuerpo con tu sangre menstrual: cuéntame algo sobre mi espalda” decían en el “Non Grata” las LSD que aquí, serían, Lesbianas Saliendo Despedidas).

Yo, y algún marica más que yo, hemos fantaseado sobre la posibilidad de que en lugar de dos mujeres hubiera dos maricas hasta el moño montadas en el descapotable (y algo de eso recogió Gregg Araki en su filme “The living end”), hartos de una sociedad homofóbica que nos/los sujeta entre la invisibilidad y la hiperidentidad, dos pasajeros queer. Dos nómadas hartos de ser nombrados y despeñados con violencias explícitas y silencios constitutivos. Imaginemos por ejemplo a un adolescente marica, plumero, español, de Belorado, Torrelavega o Ciudad Real, que vive con sus padres y visita regularmente a un psiquiatra homofóbico, un “profesional” de esos que todavía quedan, y muchos, y que actúan en la más absoluta impunidad. Imaginemos que su mejor amigo (y algo más, tal vez) es un gay casado, maduro y en el armario, amargado de su doble vida y de su performance de pater familias en casa o macho futbolero en los bares. También podrían ser vuestros vecinos, Pedro y Luis.

Esos sobre los que sabe y no sabe todo el vecindario. En el primer giro importante de la imaginada trama El psiquiatra, con consentimiento de la familia del joven, decide internar al problemático adolescente en un sanatorio para que curen su homosexualidad y los “desórdenes de personalidad” que ésta conlleva.

El hombre mayor trata de impedirlo, se presenta en la consulta del médico, en plena sesión, o en el hospital mismo, abriendo puertas, y, en el forcejeo con la autoridad competente, el adolescente (harto de pastillas, regañinas, sesiones, rezos y terapias verbales aversivas) mata al psiquiatra, o a un enfermero que va armado. Ambos huyen del psiquiátrico o de la consulta, salen de la ciudad o del pueblo.

Él uno, acusado de homicidio en primer grado- tal vez con algún atenuante- (como Louise) y el otro del secuestro de un joven, tal vez, incluso, de un menor. Huyen, por supuesto, en el coche de él, coche de padre de familia trabajador, o al menos de hombre casado con dinero. El adolescente tira los discos de Estopa, Sabina, Luis Cobos y Chenoa, por la ventanilla del vehículo y los sustituyen atracando el Corte Inglés de las afueras (“¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”) por otros de Gloria Gaynor, Madonna, Ricky Martin y la banda sonora de “Hedwig and the angry inch”. Son perseguidos ahora por la Policía, la Sanidad y el Corte Inglés. El hombre mayor descubre, en los moteles de carretera donde pasan la noche y hacen el amor ¿por primera vez? que su matrimonio ha sido una farsa, que su mujer (lógicamente) se ve con otro/a, que ha criado a dos o tres adolescentes machistas y homofóbicos que juegan a matar chinos, negros y maricas en la Playstation y que se ha negado a vivir placeres desconocidos.

Ya no puede volverse atrás, ha sentido cómo se reventaba el eje del heteromundo en su interior. El adolescente sabe que después de matar al médico o al enfermero del culo bonito, aunque fuera en una pelea a muerte, después de robar y, sobre todo, de aterrorizar al seco empleado navideño y a las familias heterosexuales con niños de la gran superficie, será encerrado en la cárcel o, más probablemente, psiquiatrizado de por vida. En su camino sin retorno hacia el Norte se topan con los dueños de los bares y locales heterosexuales donde paran a repostar, a beber o descansar, dueños que les recriminan por besarse ante el público o mirar el culo bonito de algún Brad Pitt alternativo de turno y ellos se van sin pagar -a punta de pistola- y asustan a la clientela homofóbica, no sin antes quemar los Monográficos, los Jueves y los TMEOS.

El adolescente recibe una ominosa llamada de sus padres para que cese su carrera desbocada- su iniciada “vida loca”- pero por su tono descubre que el teléfono, también el móvil, está intervenido por las fuerzas del orden. Lo tira por la ventanilla. De todas formas quedaba poca batería. Y con el móvil se deshace del tubo de antidepresivos. Lágrimas maternas y amenazas paternalistas ya no le amedrentan. Algo ha cambiado también, dentro de él, de su eje heterocentrista. Deciden buscar refugio y trabajo en otro país, por ejemplo, Francia, se dirigen hacia la frontera, y después de desembarazarse de un grupo de neonazis lepenianos, lo encuentran en el escalafón más bajo de una empresa de venta ambulante, cerca de París. No están satisfechos, tienen que ir vestidos de heterosexuales con corbata y reír chistes machistas y homófobos con sus compañeros de trabajo.

Ellos acuden el primer día de la mano, se dan un beso al entrar y el jefe los echa a los dos, los echa definitivamente del trabajo, como el chaval fue expulsado del instituto, descubierto un día en los baños en sospechosa situación con otro chaval. Una experiencia de la que se niega a hablar. En lugar de revivir tan doloroso suceso, vuelan los ordenadores de la empresa a balazos. El hombre maduro le confiesa, mientras conduce el coche a toda velocidad, sus aventuras nocturnas en los parques urbanos y servicios de las estaciones, su hartazgo de ocultarse y mentir. Después de negarse a pagar el plus por consumición en un pijísimo bar de ambiente donde les miran raro por su aspecto polvoriento-¿Por qué tenemos que pagar cuatro veces más que los heteros por una cerveza?- van a un parque y descubren a la policía de paisano, marcando paquete, haciendo cruissing, al estilo del “cap” que cazó a George Michael. Se produce un tiroteo y el policía sale malherido. Ellos huyen riendo, cantando al ritmo de “I will survive”.

Todo el ejército francés - o la policía armada que dice haber “disuelto” recientemente los disturbios parisinos- les persigue a lo largo y ancho del país galo y ellos acaban acorralados al borde del precipicio, pero no pueden volverse ahora atrás, “sigamos adelante, no nos dejemos coger”, pisan el acelerador y se tiran al vacío desde un acantilado, muriendo en una cala en la costa de Brest, con beso de despedida y homenaje a Genet, incluidos.

Una sociedad homofóbica ha sido puesta al descubierto y sobradamente denunciada, pero a costa de suspender la narración y la muerte en un congelado final. Fundido en rosa. El coche familiar sólo pierde una rueda y el asiento para los niños en el aire, al final de la película. No hay sangre. Y en la realidad hay mucha, mucha sangre, también marica. La denuncia del modelo social homofóbico y los que lo reproducen/sustentan se ha hecho a costa de no dar soluciones reales a sus protagonistas más allá de los esquemas -hábilmente utilizados por Ridley Scott en su película- de la road-movie-terminal (un camino de trasgresión onírica que, a su modo, ya recorrió Dorita en “El mago de Oz”). En la película de Araki “The living end” (uno de los filmes pioneros del “new queer cinema”) la seropostividad de uno de sus protagonistas añadía ese componente de urgencia, esa necesidad de huida por la carretera de una sociedad enferma por homófoba y sidófoba, pero ellos dos seguían vivos, sudorosos, airados, y en un macarrónico letrero final se dedicaba la película “A todos/as los que han muerto de SIDA porque la Casa Blanca está llena de republicanos jodecerebros”. Aquí se denunciaba un modelo social, económico y sexual que catalogaba entonces y jerarquiza todavía a las víctimas en víctimas de primera o de segunda, y a los asesinos en asesinos de alta o baja intensidad, a la sangre en sangre de primera o de segunda.

Una sociedad que condena a muerte, también, a mujeres, gays y lesbianas, por el mero hecho de serlo ¿Pero sólo es posible la huida hacia delante como plantea Ridley Scott? ¿O el tufillo nihilista del final de Araki en la playa? ¿Sólo es posible el beso en los labios de dos mujeres si estas van a morir, si están al borde de ser borradas de la narración? ¿No queda otra salida que el precipicio para un deseo no regulado, no psiquiatrizado, no normativizado? Mucho más retadoras que la propuesta que nos hizo Ridley Scott en su marketinizada “Thelma y Louise” e incluso que la de Araki me parecen las alianzas y coaliciones que el movimiento feminista, gay y lesbiano ha actualizado, plantando cara, desde posiciones raritas, impropias, no integradas, a ese “eje del mal”, a esa matriz de dominación, que ahora, todas sabemos, es heterosexual: “part of me, part of you”.

© Eduardo Nabal – (EnkiduMagazine.com)

lunes, 2 de enero de 2006

Santa Derek de los mingitorios


Las películas de Derek Jarman juegan un papel fundamental en una de las últimas aventuras estéticas del siglo. Durante la década del ochenta se constituye la primera cultura global (es decir: una cultura concebida como transnacional y translingüística) exitosa: la cultura gay, prototipo de la hoy tan cacareada globalización. Todas las películas de Jarman se construyen como un comentario irónico de los límites y como una reflexión sobre la estética posible para esa cultura, organizada mayormente alrededor de figuras claves en el desarrollo del pop, como los Pet Shop Boys (con quienes Jarman trabaja en 1989) o Annie Lennox (quien aparece cantando en Eduardo II, la película que Jarman estrenó en 1991).
La cultura gay de los ochenta es la forma de relacionar una cierta concepción de la identidad homosexual con los mecanismos de las sociedades de masas. No es que a la cultura gay le convenga Madonna: más bien es que Madonna es un producto construido según los parámetros de la cultura gay, y eso es lo que Jarman registra y examina.

Con la brasa en la mano Derek Jarman (muerto en 1994, víctima del virus HIV del que era portador desde 1986), además de un cineasta notable fue también un pintor (y escenógrafo) exitosísimo. El solo hecho de que Jarman pueda cumplir un papel tanto en la historia del cine como de las artes plásticas habla de un impulso artístico excepcional en su generación (porque hay que decirlo rápidamente, los cuadros de Jarman no son, como los cuadros de Ernesto Sábato, un ejercicio del capricho).
Derek Jarman nació el 31 de enero de 1942, hijo de un oficial de la RAF (originario de Nueva Zelanda) y de una estudiante de Artes (nacida en la India) que trabajó por un tiempo para el couturier Norman Hartnell. Hacia 1955, este pequeño hijo del Imperio Británico (que había vivido ya en Pakistan e Italia) comienza su carrera de "artista": no sólo actúa en Julio César de Shakespeare, también diseña su escenografía. Es importante -señalan los biógrafos- el papel que cumple Andrew Davis, su profesor de Inglés, en el amor de Jarman por la literatura inglesa y en su obsesión por la obra de Shakespeare. En 1961 el joven prodigio obtuvo el Premio de Plástica de la Universidad de Londres en la categoría amateur (en la categoría profesional, ganó David Hockney). Hacia 1967 ha participado ya de seis exposiciones (tres de ellas individuales) y ha diseñado cinco escenografías. En 1970, un encuentro completamente casual con un hombre en un tren lo puso en contacto con Ken Russell, quien le encargó el diseño escenográfico para su próximo film, The Devils. Durante la década del setenta Jarman realizó una serie de films en super 8. En 1972, este artista integral de la homosexualidad publicó su primer libro de poemas, A finger in the Fishes Mouth y en 1976 estrenó su primer largometraje en 35 mm, Sebastiane, que narra el martirologio de San Sebastián, capitán de la guardia del palacio del emperador Diocleciano, quien atado a un árbol (o a una columna) soportó los hondazos y las flechas de una suerte inaudita y, mientras sufría, gozaba como sólo la Santa Teresa de Bernini ha sabido gozar en la historia del arte. San Sebastián, desde siempre, ha sido el ícono y la síntesis de la experiencia martirizada de la homosexualidad. Según señalan los historiadores, de los cientos de personajes que pintó Miguel Angel en la Capilla Sixtina, el único cuyo sexo no redujo de acuerdo con las convenciones de la época (sino todo lo contrario) es San Sebastián, como homenaje al amor verdadero. El Sebastiane de Jarman está hablada en latín y abunda en la vida sexual del capitán y futuro santo queer de la Iglesia.
Jarman define el borde superior (el costado alto, por así decirlo) de la cultura gay (cuyo borde inferior son los bares de transformistas). Caravaggio (1986), la biografía de uno de los más grandes estilistas del Barroco italiano, examina y reproduce la mirada homosexual de Caravaggio sobre los cuerpos masculinos que retrata ("De haber vivido en el siglo XX"”, declaró Jarman, “"Caravaggio hubiera sido Pasolini"). Eduardo II (1991), la tragedia de un rey homosexual obligado a abdicar por sus amores, incluye, además de un clip de Annie Lennox cantando el himno de la causa gay norteamericana, manifestantes con pancartas en defensa de los derechos de los homosexuales. The Angelic Conversation (1985) es una meditación sobre el deseo y sus imágenes, "gente que me gusta en lugares y espacios que me gustan" (dijo Jarman). Hombres hermosos aparecen en la pantalla como comentario visual de los sonetos amorosos de Shakespeare, leídos, entre otros, por la actriz Judi Dench (recientemente galardonada con el Oscar a la mejor actriz).

El fin del cine Todo es demasiado evidentemente gay en las películas de Jarman, como si estuviera burlándose un poco de los íconos (y los límites) de esa cultura: desde el mártir del cuerpo horadado hasta la reina de la discoteca. La garantía de eficacia política del cine de Jarman es su capacidad para circular fuera de los pactos de reconocimiento de la fraternidad (global, internacional) de homosexuales. Como David Leavitt, novelista de la causa, Jarman problematiza la idea de un arte completamente subsumido en una cultura. Si Leavitt opta por el realismo novelesco, Jarman se instala en el vanguardismo cinematográfico. Las películas de Jarman experimentan con el anacronismo y el fragmento como sólo las de Godard, antes que él. Wittgenstein (1993) es una obra maestra del fragmentarismo, basada en la vida y la obra de Ludwig Wittgenstein, uno de los más grandes filósofos del siglo XX (en el guión participó el teórico marxista Terry Eagleton). El niño Wittgenstein se anuncia a sí mismo como un prodigio, presenta a su familia vienesa, juega al tenis y debate problemas filosóficos con un marciano. Blue (1984) es el testamento cinematográfico de Jarman. Película sin imágenes, sobre una pantalla permanenentemente azul se escucha la voz del autor, reflexionando sobre su obra y su experiencia de vida. Es un experimento radical que lleva el cine hasta el límite agónico que lo hace coincidir con la propia experiencia de vida de Jarman (que para ese entonces estaba ciego).
De modo que si bien es cierto que la obra de Jarman es interior a la cultura gay, puede leerse con prescindencia del sistema de complicidades que es hoy la homosexualidad globalizada.
En todo caso, el cine de Jarman es de un vanguardismo raro precisamente porque sexualiza los experimentos cinematográficos que propone. Porque Jarman postula que debe haber una "vanguardia maricona", es que hoy pueden leerse, retrospectivamente, las vanguardias de principio de siglo con toda su potencia sexual. Y así, los recortes y pegados surrealistas de Hanna Höch pueden entenderse como "vanguardia de mujer" mientras que el mingitorio de Duchamp es el ejemplo más obvio de "vanguardia masculina".
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