martes, 27 de diciembre de 2005

La increíble historia del chico que se prostituía por Internet


El chico, de 13 años, estaba sentado en su hogar californiano, con los ojos fijos en la computadora. Nunca había estado entre los chicos más populares y hacía mucho que había recurrido a Internet para encontrar amigos. Pero aquel día la fascinación de Justin Berry por el ciberespacio iba a cambiar su vida.

Unas semanas antes Justin había instalado una cámara en su computadora (webcam) con la esperanza de poder relacionarse con otros chicos. Sin embargo, los únicos que habían respondido eran hombres que le mandaban mensajes mientras contemplaban su imagen. Para Justin no eran más que unos amigos que le halagaban y le hacían regalos.

Una tarde de 2000, uno de sus espectadores le envió una propuesta: estaba dispuesto a pagarle 50 dólares si posaba sentado frente a su webcam, con el torso desnudo, durante tres minutos. El hombre explicó que Justin pronto recibiría el dinero. Justin se quitó la camiseta. "Pensé que, al fin y al cabo, me quitaba la camisa gratis en la piscina —explicaba hace poco—. ¿Cuál era la diferencia?".

Así comenzó la vida secreta de un adolescente al que engatuzaron para vender imágenes de su cuerpo en Internet durante cinco años. Este alumno brillante y aficionado al fútbol se vio arrastrado a ofrecer un espectáculo delante de la webcam —desnudarse, ducharse, masturbarse e incluso tener relaciones sexuales— para un público de más de 1.500 personas que le pagaron en esos años cientos de miles de dólares.

La siniestra historia de iniciación de Justin es un efecto secundario de los avances tecnológicos. Hay menores que crean, muchas veces bajo el patrocinio de adultos, páginas pornográficas pagas en las que colocan sus imágenes. Y lo hacen desde la intimidad de sus hogares, con los padres al otro lado de la puerta.

Una investigación de The New York Times sobre este rincón de Internet descubrió que estos sitios surgieron sin llamar la atención de la policía ni las organizaciones de protección del menor.

No se conoce la dimensión de la pornografía infantil a través de webcam porque es un fenómeno nuevo y clandestino. Pero Justin Berry no está solo, ni mucho menos. Un portal de la Red que anuncia páginas webcam pagas, muchas de ellas pornográficas, enumera un mínimo de 585 páginas creadas por adolescentes. Una consecuencia de las indagaciones del diario es la puesta en marcha de una investigación criminal a gran escala.

En junio, The New York Times localizó a Justin Berry, que entonces tenía 18 años. En varias entrevistas, Justin reveló la existencia de un grupo de más de 1.500 hombres que pagaban por sus imágenes, además de pruebas sobre otros menores identificables que estaban siendo explotados. El diario obtuvo los nombres y los datos de las tarjetas de crédito de los que pagaron a Justin para que actuase ante la cámara, y analizó los antecedentes de 300.

The New York Times convenció a Justin para que dejara el negocio y contribuyera a proteger a otros chicos en peligro, para lo cual le ayudó a ponerse en contacto con el Departamento de Justicia estadounidense. Las detenciones y acusaciones contra los adultos a los que identificó como proveedores y traficantes de pornografía comenzaron en setiembre.

"El hecho de que estemos deteniendo a tantos posibles implicados puede llevarnos a centenares de individuos y quizás a salvar a cientos de niños de los que aún no sabemos nada", explica Monique Winkis, una agente del FBI.

Fuentes de la policía dicen también que, con la cooperación de Justin, han logrado tener una guía para descubrir este sector oculto.

"No quería que esa gente hiciera daño a ningún chico más", explicaba recientemente Justin.

En 2000, Justin vivía con su madre, su padrastro y su hermana pequeña en Bakersfield, California, una ciudad de 250.000 habitantes. Tenía ya tal destreza con la computadora que había registrado su pequeña empresa de desarrollo de páginas Web. Por eso se sintió fascinado cuando un amigo le enseñó su webcam. Justin consiguió la suya. "Pensé que me ayudaría a hacer nuevos amigos, tal vez a conocer a chicas de mi edad", dice.

En cuanto Justin conectó la cámara a la computadora de su dormitorio e instaló el programa, su imagen quedó automáticamente registrada en spotlife.com, un directorio en Internet en el que figuran los usuarios de webcam y sus datos de contacto. A los pocos minutos ya le había llegado un mensaje de su primer depredador.

Sus nuevos amigos eran generosos. Uno le explicó cómo crear una "lista de deseos" en amazon.com, donde Justin podía pedir lo que quisiera: accesorios de computadora, películas... Además, los hombres llenaban un vacío en la vida de Justin, cuya relación con su padre, divorciado, era difícil.

Cada vez que su madre le preguntaba de dónde salían esas tecnologías nuevas y el dinero que tenía, Justin le respondía que de su negocio de desarrollo de páginas Web. Justin creía que estaba en algo importante, una gran comunidad de adolescentes con empresas propias. Se les conocía por un nombre famoso en esta subcultura de Internet: se llamaban a sí mismos "putas de cámara".

A principios de 2003, un ex compañero de clase encontró videos pornográficos en Internet, sacados de la página de Justin, hizo copias y las repartió por la ciudad. Justin fue objeto de burlas y palizas. En febrero se produjo otro suceso traumático. Justin estaba volviendo a hablarse con su padre, pero desapareció. Poco después llamó a su hijo desde México. Justin le pidió que le dejara ir con él. El chico cuenta que le confesó los detalles de su negocio y que la nueva relación pronto se convirtió en colaboración. Justin creó una nueva página Web que llamó mexicofriends. En ella aparecía practicando sexo en directo con prostitutas. Pronto se convirtió en una página muy popular, y Justin en una de las estrellas juveniles más solicitadas de la pornografía por Internet.

Justin intentó romper con su vida varias veces. En junio empezó a comunicarse por Internet con una persona que nunca le había enviado mensajes. Justin temió que fuera un agente del FBI. Se encontraron y descubrió que el hombre era el autor de esta nota.

En las últimas semanas, Justin ha vuelto a casa de su madre. En su último día juntos, ella lo llevó al aeropuerto. Mientras lo abrazaba para despedirse, le dijo que por fin había vuelto el hijo que conocía.

Kurt Eichenwald. THE NEW YORK TIMES

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya ha habia oido la historia de Justin, o mejor leído, la historia del joven Justin. Lo que más me indigna no es que el chico tomarar la decisión de prostituirse sino la caza de brujas a la que se vió sometido posteriormente por su entorno. AL fin y al cabo él, o por lo menos eso se desprende del artículo, no estaba, en un primer momento, siendo víctima de ninguna explotación, de esas que tanto abundan. Pero la presión posterior del entorno fue brutal. Nos parezca bien o mal lo que Justin hiciera creo, personalmente, que la homofobia y la culpabilización sólo pudieron agravar su problema, si lo tenía.

Anónimo dijo...

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