miércoles, 16 de noviembre de 2005

Muchachos virginales


La guerra contra los niños polacos

En el corazón de Varsovia, la capital polaca, se alza "El Niño Insurrecto", una estatua que representa a un niño combatiente de la sublevación de Varsovia en 1944. Exhausto, luciendo un casco que le queda demasiado grande, el niño se aferra heroicamente a su ametralladora.

Esa imagen de la virginidad viril es la esencia misma del puritano nacionalismo polaco, que es uno de los pilares de la identidad nacional de Polonia.

Este ultimo año, acaudillada por un ejército de políticos de toda calaña, curas y magnates de los medios de comunicación, Polonia se ha puesto en pie de guerra para salvar a su virginal niño-nación de un peligro más grande que la subyugación por la Rusia zarista en el siglo XIX o por el nazismo y el comunismo en el siglo XX. El nuevo peligro es la profanación, ergo aniquilamiento, del virginal niño-nación por parte de los homosexuales-pedófilos (ambos ya firmemente equiparados entre sí en la imaginación popular).

¡El niño-nación está en peligro! ¡Todos al rescate! Tal es el mensaje fundamental que pregonan desde hace más de un año los medios de comunicación y el púlpito. A primera vista, el frenesí parece haberse desencadenado a causa del proceso de Wojziech Krolopp, de 59 años de edad, director de larga data del destacado Coro de Niños de Poznán, el cual fue condenado en julio a ocho años de cárcel por vejar sexualmente a algunos de sus pupilos.

En realidad, el juicio de Krolopp, que los medios de comunicación cubrieron de manera implacable y sensacionalista, no fue más que el "gancho" para captar la atención del público. La histeria que se ha desencadenado Polonia, azuzada por la Iglesia Católica, los principales medios de comunicación y gran parte de la clase política, es, en el fondo, una reacción ante la pérdida imaginaria del alma nacional. El enemigo es la modernidad europea occidental. Su caballo de Troya son los esfuerzos, apenas incipientes en este país, en pro de los derechos civiles gays y de la despenalización del aborto. Su Munich, la entrada de Polonia a la Unión Europea el 1o. de mayo de este año.

Que esa histeria, con sus reverberaciones homofóbicas y anti-modernas, se haya propagado como un reguero de pólvora entre los 30 millones de habitantes de Polonia, es señal de que la ansiedad profunda acerca del presente y el futuro de Polonia no sólo cosa de a los autodenominados guardianes de la nacionalidad tradicional.

El pánico que estos últimos han instigado, sin embargo, les ha rendido tres jugosas ganancias colaterales: les vendió sus periódicos y les generó gigantescos índices de audiencia televisiva; les ganó elecciones (alrededor de la mitad de los nuevos eurodeputados polacos son derechistas de línea dura o extrema); y distrajo a la población de los problemas reales que enfrenta la gente real, incluso los niños de carne y hueso.

La realidad polaca

La economía y el gobierno poscomunistas de Polonia son un desastre. Hay un 20% de desempleo. La enseñanza pública está en ruinas. Igual que el sistema de salud pública.

Los jóvenes son los más afectados por la privatización y la nueva pobreza. En Polonia y demás zonas de desastre económico de Europa oriental, los padres dependen de sus hijos menores para sobrevivir. En el campo, los agricultores de subsistencia no solo esperan que los niños realicen tareas domésticas, sino labores fatigosas y peligrosas en los campos.

En Polonia hay poca movilidad social: los niños de campo tienen cada vez menos acceso a la educación secundaria. Aunque la educación pública es supuestamente gratis, a la gente se le hace difícil costear el transporte de sus hijos a las escuelas secundarias, la compra de libros costosos y el dejarlos que asistan a clase cuando necesitan su mano de obra en los campos.

Tampoco es fácil la vida de los niños y adolescentes en los grandes complejos de viviendas urbanas populares. Los "blokensi", como se llama a los muchachos que viven en los sórdidos bloques (bloki) de apartamentos baratos de la era comunista, recurren a edad temprana al alcohol, unos de los problemas más grandes de Polonia, o a la droga, así como a la prostitución. Cunde la pobreza y no hay actividades culturales o comunitarias que alivien el aburrimiento.

A algunos niños y a sus familias, la prostitución termina pareciéndoles la única solución a su miseria. La estación ferroviaria central de Varsovia es uno de los principales centros de prostitución del país. A raíz de efectuarse allí una investigación policíaca a principios de agosto, toda la atención de la prensa se concentró en un cura que, presuntamente, dirigía una red de prostitución, sin mencionar siquiera ni el cómo ni el por qué tantos niños quizás se vieron forzados a participar en la misma.

En vez de indagar a fondo las causas, la prensa polaca se refociló ante esta nueva oportunidad de equiparar a homosexuales con pedófilos, pintándolos como si fuesen monstruos de películas de horror sedientos de violar y asesinar a niños virginales, particularmente varones.

La "homosexualidad-pedofilia" y el aborto son los crímenes supremos en la política y la prensa polaca. El abuso sexual de las niñas apenas se menciona. Cuando algún caso de esa índole por casualidad llega a los tribunales, los culpables de abusar a niñas son tratados con más delicadeza que los que abusan a varones. En junio, un cura católico de Tyulawa fue condenado a sólo dos años de cárcel por abusar sexualmente de niñas, una pena bien diferente de los ocho años a que fue condenado el director de coro Krolopp por hacerlo con varones.

La creciente obsesión de la prensa y la clase política polaca con la "homosexualidad-pedofilia" y la presunta amenaza mortal que ésta constituye para los niños varones y la nación contrasta con su relativa indiferencia ante los problemas muy reales que afectan a los niños, sobre todo la pobreza, el alcoholismo y el SIDA.

El culto del niño

Para entender cómo es que en la Polonia actual se hace caso omiso de los niños de carne y hueso mientras que se venera la niñez del varón, hay que remontarse al surgimiento del nacionalismo polaco. El culto del niño, sobre todo el culto del niño varón, alcanzó su zenith en el siglo XIX, cuando Polonia estaba bajo el control total de potencias extranjeras, con su territorio repartido entre Prusia, Rusia y Austria. El renacimiento de la nación se vinculó de manera inseparable con el nacimiento y la educación de los niños. También se vinculó de manera incestuosa con la Iglesia Católica polaca.

Como única alternativa a las potencias coloniales de entonces, igual que lo sería un siglo después bajo el comunismo, la iglesia polaca se convirtió en una fuerza política y el catolicismo polaco se volvió lo que sigue siendo hoy: más ideología que religion. El machismo se enraizó, junto con su contraparte, el marianismo o culto de la Virgen María como modelo obligatorio para las mujeres.

La imagen del macho virginal que encarna el "Niño Insurgente" de Varsovia es particularmente feroz ahora que la ideología católica está en ascenso, luego de décadas de regimen comunista sexofóbico. En 1990, sin debate parlamentario alguno, el Ministro de Educación impuso la enseñanza religiosa en todas las escuelas públicas. En 1992, el parlamento aprobó la censuradora Ley sobre el respeto de los valores cristianos en los medios de comunicación. En 1993, prohibió el aborto.

Mientras tanto, los polacos necesitados agotan a sus hijos a fuerza de trabajo, los ofrecen en prostitución o se cruzan de brazos cuando aquéllos se sumen en la adicción. Un pediatra que pidió permanecer anónimo, por miedo a las repercusiones moralistas, me dijo sentirse escandalizado porque los padres generalmente le piden las medicinas más baratas para sus niños, pero no para ellos mismos. Los polacos estarán enamorados de la niñez, pero los niños reales, de carne y hueso, en su mayor parte poco les importan.

Por Tomek Kitlinski

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