lunes, 21 de noviembre de 2005

Las locas se organizan


“A los homosexuales de Buenos Aires: te informamos de la existencia del Frente de Liberación Homosexual. Surgimos como respuesta a una situación de marginación y opresión que atravesamos. Nos planteamos entre otros objetivos luchar por la derogación de los edictos policiales que penan la homosexualidad. El fin de este llamamiento es la invitación a hacer una toma de conciencia sobre la opresión que se ejerce sobre nosotros y que determina la necesidad de organizarse. Frente de Liberación Homosexual.”

(Primer volante que se reparte en calles y bares de Buenos Aires en 1971)


La experiencia del Frente de Liberación Homosexual (FLH) en la Ciudad de Buenos Aires, durante la primera mitad de la década del setenta, constituye la primera irrupción política organizada de homosexuales en el espacio público en la Argentina, y se erige como un antecedente del movimiento gay que surge a mediados de los ochenta con la restauración democrática en nuestro país.

Antecedentes, orígenes y fundación

Ya en el mismo proceso de conformación, el FLH se diferencia de la experiencia norteamericana del Gay Liberation Front, del cual toma el nombre. Tal como lo afirma Néstor Perlongher, militante e ideólogo del Frente, lo que predomina en la aparición pública de los homosexuales argentinos son los acontecimientos de la política nacional. Mientras que el Gay Liberation Front sale al espacio público a partir de una reivindicación que se politiza y expande frente a un episodio específico de represión policial, dando así origen al movimiento gay norteamericano, la salida a la calle de los homosexuales criollos tiene un punto de partida disímil, ya que éstos le confieren un sentido más político y social que excluyentemente reivindicativo.

El grupo originario Nuestro Mundo, que responde a la iniciativa de Héctor Anabitarte – despromovido del Partido Comunista por homosexual-, sostiene una estrategia de autonomía defensiva: generar cierto grado de conciencia sobre la de opresión en que viven los homosexuales de la época. Es decir, reclama contra la represión policial y judicial. Acerca de las influencias, dirá Anabitarte: “El grupo no tenía nada que ver con el Mayo Francés ni con el movimiento gay de Estados Unidos (...) No éramos intelectuales, la mayoría veníamos del sindicalismo (...) y en cuanto a las reivindicaciones que exigíamos, adscribíamos más a un estilo reformista que revolucionario.”

Recién con la llegada de un grupo de intelectuales y sus influencias del Gay Power, en septiembre de 1971, se constituye el FLH y comienza a pensarse una política de liberación sexual enmarcada dentro del proceso mayor de liberación social que se cree en marcha. Ante la mayor tolerancia de la nueva dictadura de Lanusse, estos intelectuales comienzan a modificar la estrategia defensiva, concentrando la actividad del Frente en grupos de estudio y preparación de escritos teóricos.

Pero, a los pocos meses, ingresan jóvenes universitarios procedentes de las carreras de Psicología y de Sociología de la Universidad de Buenos Aires que no tardan en desplazar al grupo inicial. El FLH, con la llegada de Perlongher y el grupo Eros en marzo de 1972, empieza, entonces, oponiéndose a un modelo de organización jerárquica, horizontalizando el vínculo de los militantes en pequeñas células sin gradación de autoridades (...) cada una de las cuales combinaba las historias personales de sus integrantes con sus respectivos intereses y actitudes políticas: Grupo Profesionales (psicólogos, abogados, profesores), Grupo Bandera Negra (anarquistas), Emanuel, Católicos Homosexuales Argentinos (cristianos), Safo (lesbianas), feministas... y, desde luego, Eros y Nuestro Mundo.

Este ingreso no sólo imprime al movimiento un tónica agitativa, sino que trae como consecuencia divergencias ideológicas y luchas internas. Desde un primer momento (y a lo largo de toda su trayectoria) se producen fuertes polémicas internas en el FLH, muchas de la cuales concluyen con salidas abruptas de algunos miembros. Las reiteradas divergencias pueden ser comprendidas a la luz de la heterogénea composición del FLH –donde convivían militantes con influencias del cristianismo, marxismo, anarquismo, sindicalismo, Gay Power norteamericano, Mayo Francés, etc.-, como así también por su carácter frentista y, consecuentemente, su pretensión de horizontalidad. Sin embargo, la autonomía de los grupos preservada por esta forma de organización permitió, hasta cierto punto, salvar las fuertes diferencias que existían al interior del Frente.

Luego del ingreso de Eros, el FLH queda organizado como una alianza de grupos autónomos que coordinaban acciones comunes entre sí. Esta modalidad responde a razones de diversa índole. En primer lugar, el Frente no cuenta con una dirección porque considera que la organización verticalista y autoritaria es propia del machismo. En segundo lugar, esta forma de organización también es adoptada por razones de seguridad de sus militantes y continuidad en el funcionamiento en un período de gran represión.

El período de mayor apogeo es entre septiembre del ’72 y agosto del ’73, cuando el movimiento llega a contar con diez grupos, constituido por unos diez militantes y una buena cantidad de adherentes cada uno. En cuanto al financiamiento de la organización, el movimiento es más bien pobre, sin recursos materiales, e integrado en su mayoría por gente de clase media y media baja, con algunos proletarios y lúmpenes, que aportan una cuota mensual. Para reunir fondos también se recurre a fiestas en las que se solicitan contribuciones y se reparten materiales.

En las reivindicaciones, se coincide en ciertos Puntos Básicos de Acuerdo, que constituyen el programa del movimiento: “se partía de las ‘reivindicaciones democráticas específicas’ –el inmediato cese de la represión policial, la derogación de los edictos y la libertad de los homosexuales presos-, se caracteriza el modo de opresión sexual ‘heterosexual compulsivo y exclusivo’ vigente como propio del capitalismo y de todo otro sistema autoritario, se llama a la alianza con los ‘movimientos de liberación nacional y social’ y con los grupos feministas”. “En una sociedad distinta y libre las pautas sexuales también deben ser libres. Por eso mismo nos denominamos Frente de Liberación; porque entendemos que formamos parte de todo ese sector del pueblo que está luchando por cambiar las pautas económicas, sociales, jurídicas y morales que sustentan al régimen.”

El FLH cree en la liberación nacional y social, y aspira al logro de las reivindicaciones específicamente homosexuales en ese contexto: “encarna el deseo de una minoría ‘esclarecida’ (...) de homosexuales, de participar en un proceso de cambio presuntamente revolucionario, desde un lugar en que sus propias condiciones vitales y sexuales pudieran ser planteadas. Nosotros no postulamos una sociedad homosexual. Reclamamos simplemente que se reconozca el derecho de cada individuo a disponer de su propio cuerpo y de su propia vida, cumpliendo lo establecido en el artículo 19 de la Constitución Nacional.”

La politización de lo sexual

Retomando una tradición que, hasta ese momento, en nuestro país sólo reconoce como antecedente al feminismo, el FLH propone pensar a la sexualidad, en general, y a la homosexualidad, en particular, en términos políticos.

En la única entrevista que da el FLH a un medio de circulación masiva (la revista Así), sus militantes explican cómo la opresión moral/sexual que se da en el seno de la familia está intrínsecamente ligada a la opresión política/económica del sistema capitalista. En este sentido, el FLH considera que, mediante la religión y la legislación represiva, el sistema sustenta pautas tradicionales de moral para impedir la libertad sexual y advierte que “no es simplemente una cuestión moral porque cuando el individuo viola esas normas ético-religiosas es perseguido por la policía.”

Otra operación política realizada por el FLH, es “la transformación semántica de los nombres y las designaciones: homosexual, en los escritos de los frentistas, pierde las connotaciones de minoría y de exclusividad.

Algunos analistas del movimiento homosexual en la Argentina advierten que el cambio de nombre del periódico Homosexuales (de una única tirada en 1973) a la revista Somos (nueve números publicados en 1974 y 1975) es un eslabón más en la guerra de declaraciones entre el FLH, la izquierda revolucionaria y la derecha, y representa el fracaso de la tentativa de alianza entre el primero y, particularmente, la Juventud Peronista/Montoneros, que analizaremos en el siguiente apartado.

¿Qué concepciones subyacen a los acercamientos del FLH al peronismo revolucionario?

La búsqueda apunta a obtener el reconocimiento como sector oprimido por parte del pueblo: “Sólo en la medida en que el pueblo nos identifique como un sector más del pueblo que sufre una marginación y una opresión específica es posible la aceptación sexual de la homosexualidad como una variante del amor.”

La participación del FLH en los festejos populares por el final del lanussimo, la asunción de la presidencia por parte de Cámpora y la vuelta de Perón, es discutida al interior del Frente y responde a una evaluación política compartida por muchos de sus militantes: la necesidad de sumarse a ese espacio político hegemónico respecto a los sectores populares.

La idea de fuego cruzado ilustra con claridad el espacio político en el que queda situado el FLH y sus reivindicaciones: si para la izquierda vernácula la homosexualidad es un producto del capitalismo y un instrumento del imperialismo, para la derecha constituirá una herramienta del marxismo internacional.

A esto debemos sumar el escaso éxito del FLH en sus intentos de contactarse con, y ser reconocido por, los partidos u organizaciones de izquierda no peronistas. Luego del fracaso con Montoneros, se intenta un acercamiento al Frente Antiimperialista y Socialista (FAS), el Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT/ERP), organizaciones también proclives a cierto discurso tradicional en cuanto a la sexualidad y la familia, la posibilidad de aliarse es rápidamente sepultada cuando la derecha peronista empapeló Buenos Aires con carteles que llamaban a aniquilar a la tríada que asociaba “ERP, homosexuales y drogadictos”. Ni éste, ni su brazo político (el PRT) se vincularon con el FLH, como tampoco lo harían las restantes organizaciones de izquierda, que ni siquiera se interesaron por la problemática por éste planteada.

El intento de vincular política y deseo no sólo es desconocido e incomprendido, sino que conduce al FLH al fracaso en cuanto a sus objetivos políticos. Sus tentativas de contactos políticos están enmarcadas por un progresivo recrudecimiento de la represión policial y parapolicial (Triple A) contra los homosexuales, donde las razzias y detenciones se tornan más frecuentes y violentas. Para fines de 1973, el FLH tiene rotas sus ilusiones de alianza con el peronismo de izquierda y tardará sólo unos meses más en descubrir que la única alianza exitosa es la trazada con los pequeños grupos feministas (la Unión Feminista Argentina y el Movimiento de Liberación Femenina), con los que se trabaja conjuntamente en el Grupo Política Sexual (organizando debates semanales y conferencias) y en la Comisión contra la Prohibición de los Anticonceptivos.

El fin del FLH

“La tolerancia del gobierno hacia el accionar de los grupos parapoliciales de derecha se acentúa tras la muerte de Juan Perón y la asunción de mando por su esposa Isabel, rodeada de un entorno fascista. A mediados de 1975, el semanario fascista El Caudillo (...) llama a acabar con los homosexuales y propone lincharlos, haciendo abierta referencia al FLH (...) buena parte de los militantes y simpatizantes se alejan, proponiendo la disolución.”

Como vimos, hay algunos elementos intrínsecos a la constitución del FLH que nos ayudan a comprender su final. Así, a medida que el Frente radicaliza sus propuestas, muchos de los reformistas se van alejando. Estos posibles aliados del FLH le dan la espalda, la represión se intensifica notablemente y, a su vez, gran parte de la sociedad ha bajado sus niveles de tolerancia. La vuelta a la clandestinidad de las organizaciones políticas consideradas subversivas incluye al propio FLH, a mediados de 1975, lo que anticipa el fin de esta experiencia. Con las fuerzas muy disminuidas, y en un escenario caracterizado por el constante hostigamiento policial y el peligro inminente de secuestro y desaparición, el FLH opta por disolverse en junio de 1976. Algunos de sus miembros se exilian en España y otros deciden bajar su perfil y quedarse en la Argentina.

Teniendo en cuenta, por un lado, que el momento de apogeo del FLH es durante el lanussimo y el efímero gobierno de Cámpora y, por otro lado, que el fin de esta experiencia se da con la intensificación de los niveles de hostigamiento durante el gobierno de Isabel y la posterior llegada de la dictadura genocida, podemos afirmar que las posibilidades de supervivencia y crecimiento de este tipo de organizaciones minoritarias y débiles políticamente estarían condicionadas fuertemente por el ritmo y la intensidad de la represión estatal.

La mencionada debilidad política puede ser explicada por la incapacidad de tejer alianzas con actores de peso, a lo que hay que sumarle la constante clandestinidad con la que tiene que actuar. Por su parte, Sebreli considera que esto no alcanza para explicar el fracaso del Frente y, en una interpretación que retomaremos más adelante, pone el énfasis en “la condición misma de la mayoría de los homosexuales, su falta de conciencia, la interiorización de la ideología de la sociedad patriarcalista y homofóbica que les hacen vivir su comportamiento sexual con vergüenza y sentimiento de culpabilidad.”

Es interesante rescatar del proyecto del FLH (más allá de que sus miembros más visibles hablen de un rotundo fracaso) su vocación de trascender la mera reivindicación minoritaria e inscribir sus demandas (y, consecuentemente, su lucha) en el proceso mayor de liberación social, que consideran que se está llevando a cabo en la Argentina. Claramente, esto es posible por la existencia de un contexto político de agitación y efervescencia.

Sin embargo, no podemos ignorar que el surgimiento y existencia del FLH ocurre en un contexto adverso. En este sentido, habría que analizar hasta qué punto su fracaso responde a la homofobia del medio social/cultural y, dentro de ésta, estimar el peso del desconocimiento de la izquierda revolucionaria de la importancia de las reivindicaciones específicas del FLH en el marco del proceso de liberación social. Tal vez haya que rastrear en qué medida influye la modalidad de organización de estos actores: tanto el desarrollo como el fin de la experiencia de la JP/Montoneros dan cuenta de una falta de apertura al diálogo y a alianzas estratégicas, sumados a una buena dosis de elitismo e intolerancia, al menos, en la conducción de estas organizaciones. La pretensión de horizontalidad y cierto carácter libertario del Frente chocan con un creciente y rígido verticalismo de sus potenciales aliados, además de la mencionada incomprensión (o liso y llano rechazo) de la lectura política que hace el FLH del proceso revolucionario en marcha.

La apología de la loca

¿Por qué incluir la discusión acerca de la/s identidad/es homosexual/es luego de relatar el fin del FLH? Porque consideramos que lo acontecido alrededor de la cuestión identitaria durante la primera mitad de la década del ’70 puede entenderse mejor comparándolo con lo ocurrido en la segunda mitad de los años ’80 y los ’90.

Llegado este punto, debemos retomar una distinción que también nos permite entender otra posible causa del fracaso del Frente. Perlongher señala que los activistas de liberacionismo homosexual son primero ignorados y luego rechazados por el resto de los homosexuales, quienes pasan de una expectante indiferencia a una abierta hostilidad. El quiebre es muy notorio puesto que muchas locas jamás se enteraron siquiera de la existencia del FLH, o lo sabían vagamente. Rapisardi y Modarelli, por su parte, afirman que durante los setenta “todavía no existía la noción de comunidad homosexual organizada en torno a cuestiones ideológicas de identidad.” En esta etapa es imposible pensar a una mayoría de los homosexuales porteños como una comunidad consciente en términos políticos y/o identitarios, lo que acentúa aún más el aislamiento del Frente. Sin embargo, podemos rastrear algunas discusiones sostenidas al interior del FLH en torno a una figura: la loca o la marica escandalosa.

Kang y Bernini, siguiendo la línea de interpretación propuesta por Perlongher, consideran que la tendencia que prevalece en Somos cuestiona al cerco del modelo identitario, ya que predomina la apología de la loca (genetiana), contraria al actual modelo gay (a la moda norteamericana) –las dos grandes figuras de la homosexualidad masculina en Occidente. Somos vislumbra en la loca no sólo un germen revolucionario que subvierte todos los órdenes, sino también el anticipo de un futuro revolucionario donde los roles sexuales impuestos desdibujarían sus límites y sus configuraciones. Rapisardi y Modarelli también mencionan las potencialidades de esta figura al advertir cómo, a pesar de la falta de conciencia sobre su propia situación, la marica, “por el solo motivo de ‘existir’ en un punto móvil e inestable dentro de los géneros, puede sin embargo erosionar las estructuras machistas dentro de las cuales emerge como inquietante paradoja. Dentro de la comunidad homosexual, la ‘loca’ es la que recibe una gran parte del castigo, la mayor tal vez. Y este castigo no viene sólo de la policía, y de la sociedad en general, sino también de la propia mayoría de los homosexuales, la que ‘pasa’, la que tal vez más ha internalizado el rol masculino (...) detrás del ataque a la ‘marica’, existe una significativa coincidencia con el opresor machista en su odio a todo lo femenino.”

Más allá de lo discutida de esta interpretación que ve en la díada loca-chongo una mera reproducción del modelo mujer-hombre, nos permite entender el por qué de la resistencia a esta figura: “Así como subvierte los escenarios urbanos, y en su andrógino acontecer por las calles levanta quejas y suspiros (...) también resigna, remata, todo lo que en sí hay de supremacía masculina. Por eso será en los años ochenta el sujeto más atacado dentro de los propios homosexuales que buscan hacerse aceptables para la sociedad.”

En este sentido, Kang y Bernini nos advierten que, “si hay una identidad homosexual que el Frente comienza a esbozar, no participa de lo que se conformará como la cultura gay, a partir de los años ’80; lejos de ello, la nueva moral familiar que será vindicada desde el reclamo por los derechos civiles ocupará las críticas de Perlongher.”

Existen diferencias en los lenguajes utilizados por los homosexuales politizados en Argentina, según el momento histórico y la estrategia política. Mientras que el FLH posee un lenguaje liberacionista, proponiéndonos “sacar al homosexual que tenemos dentro”, en los años noventa predomina el de los derechos civiles, buscando la integración legal en la sociedad en igualdad de condiciones con la población heterosexual; el límite en este último caso es la igualdad ante la ley y un incremento de la libertad en el plano “privado”. En el caso del FLH, cabría preguntarse hasta qué punto no es víctima de una estrategia consignista que le rinde pocos frutos: exceptuando el pedido concreto de derogación de los edictos policiales anti-homosexuales (herramienta legal que facilitaba el hostigamiento estatal), las restantes reivindicaciones poseen un alto grado de vaguedad y tampoco le reportan aliados (por ejemplo, los llamados a unirse con otros oprimidos para derribar las formas de opresión). Sin embargo, debemos considerar que dicha estrategia está enmarcada no sólo por cierta efervescencia revolucionaria, sino también por una creciente y violenta represión. En este sentido, creemos pertinente concluir con una cita retrospectiva de Perlongher, donde evalúa la experiencia del Frente de Liberación Homosexual:

“El movimiento homosexual triunfó ampliamente (...) en el reconocimiento (...) del derecho a la diferencia sexual (...) Reconozcámoslo y pasemos a otra cosa. Ya el movimiento de las locas (...) empezó a vaciarse cuando las locas se fueron volviendo menos locas y, tiesos los bozos, a integrarse: la vasta maroma que fundía a los amantes de lo idéntico con las heteróclitas, delirantes (y peligrosas) marginalidades, comenzó a rajarse a medida que los manflorones ganaron terreno en la escena social.”

* Daniel Jones es Licenciado en Ciencia Política. Docente de la carrera de Ciencia Política y miembro del área Salud, Población y Sociedad del Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. elmoro@arnet.com.ar

Ponencia en las II Jornadas Nacionales Espacio, Memoria e Identidad, Facultad de Humanidades y Arte, Universidad Nacional de Rosario, Rosario, octubre de 2002

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